El vicio de querer explicarlo todo genera grumos, dice Daniel García Helder en el primer día de la clínica. Es octubre, estamos en Rosario, donde el festival de poesía sucede por vez número treinta y dos, sentados en un ensamble de ocho mesas como una isla con el centro perforado. Nos reunimos alrededor de ese vacío veinte poetas con cien poemas y seis horas por delante. La reputación de Helder como un excelso tallerista es lo que me arrastra a otra ciudad. Llego a la sala de lectura de la biblioteca esperando que me confronte en serio. Lo único que quiero es que me haga mierda los textos. Pero descubro que es mejor que eso, que sabe corregir sin humillar. Que sin la pretensión de ser un sistema totalizante, su aparato crítico para pensar la poesía está lleno de recursos afilados. Los participantes vamos anotándolos en nuestras libretas a medida que los suelta casualmente: lo casual no implica falta de visión.
Antes de ir a los textos, nos recibe con un pequeño discurso inaugural en el que sienta algunas bases, introduce algunos conceptos con los que va a ir pensando los poemas. Habla de la dicción en vez de la voz poética. La dicción está sostenida en el habla, ya no en la forma, a la que venimos cambiando hace tiempo por el verso libre. A veces nos sentimos desamparados por este corrimiento estético. Hay poemas, dice, en los que se siente la nostalgia de una forma, pero el habla es nuestra base ahora. Por eso es tan importante cuidar no sólo la elección de palabras sino su orden. Los tonos o imágenes pre poéticas, como define a esos lugares comunes de la poesía, son agobiantes, perturban la armonía natural del habla. Pero nada armonizado por el ligamen de las musas puede ser destruido, dice Helder citando a Dante. Aclara que el ligamen es fetichista, pero no abandona el concepto.
(Y yo me sonrío porque las contradicciones conscientes son las mejores. Me entrego a fondo a idealizar la inspiración y pienso en el don natural de Schelling que fuerza al artista a representar cosas que él mismo no comprende del todo y cuyo sentido es infinito. Wow. Sentido. Wow. Infinito. Las palabras de la filosofía pueden resultar excesivas y tan abstractas que ya no significan nada, pero son palabras que reviven muertos y a sus neuronas perdidas. Para mí la filosofía es humildad, es reconocer que tanta gente antes pensó cosas geniales. Y lo genial no lo hace ni absoluto ni verdadero necesariamente. La filosofía es de una poética increíble también. Me acuerdo de una clase en la facultad en la que un compañero se indignó con las hipóstasis de Plotino, ese sistema rebuscado y hermoso para acercar el plano inteligible al sensible. A él le pareció una chantada total y seguro que sí, pero qué hay más conmovedor que la belleza de esas palabras. Yo terminé la clase llorando. Qué sé yo. A mí nada me parece más sexy que decir cuerpo y mente)
Helder piensa en el cemento sintáctico de los textos. Habla de la forma orgánica, concepto que desarrolla Denise Levertov. Busco el ensayo y confirmo algunas sospechas: no escapamos tan fácil de Platón. Levertov define la forma orgánica como un método para reconocer lo que percibimos basado en la intuición de un orden, de una forma más allá de las formas de la cual las formas participan y nuestras obras de arte son semblanzas. Literalmente la teoría platónica de la participación. Y dice que esta poesía parte de la experiencia pero responde a una forma… acá es donde se empiezan a agregar solos todos los adjetivos platónicos: forma perfecta, inmutable, imperecedera. Tremendo, siento que las ideas me persiguen como unas enamoradas desquiciadas que me recuerdan que sin ellas no puedo ser feliz. Decidí anotarme en esta clínica después de un descubrimiento fatal: a mí la materia en sí no me emociona, sólo me entusiasma si hay detrás de ella una idea que me permita conferirle un sentido al objeto. Entonces empecé a escribir una serie de poemas buscando el objeto que traje para trabajar acá. Helder se agarra la cabeza con las manos como sosteniendo el momento de lectura incisiva del poema. Celebra de mi texto los versos en los que logro la transferencia más que la predicación. En otros señala que sólo hay un apunte de una idea. Hace una distinción que me resulta particularmente reveladora. No es lo mismo un es descriptivo que un es asertivo. Miro mi poema y en seis versos digo es cinco veces. Qué torpeza la mía de buscar certezas en todos lados. Mejor no ser invasiva. ¿No es más interesante seducir que formular sentencias? Es más sexy. Sexy, pero imperfecto, dice mi poema y todos me hacen una sugerencia fundamental: sacar el pero, poner una coma. Sexy, imperfecto. Ser tan contundente es anticlimático. Hay que tentar. Si querés que te prediquen vas a misa. Helder nos llama a ir al hueso, cita a Pound: la imagen natural es el símbolo adecuado.
Y va al hueso en la corrección. Con la mirada fija en el poema hace una cirugía cariñosa. Helder Indica, sugiere:
acá está demasiado contundente, decir que la literatura es tal cosa
acá convendría mitigar las terminaciones agudas, los escuchá, mirá, soledad, piedad
acá morigerar
acá podría ir una elipsis
acá me quedaría con uno de los tres adjetivos
acá ojo con los nunca, todo, siempre
acá también cuerpo, mente, naturaleza, pensamiento, muy pre poético
acá mucho es asertivo, cierra el sentido
acá hay un hallazgo de dicción
acá sólo el apunte de una idea, se pierde la sensorialidad que sí está en el primer verso
acá demasiado material lingüístico
acá este detalle que da efecto de realidad habría que ver si suma
acá mucha metaforización, animar un objeto y que la acción sea también metáfora
acá hay varios elementos que generan expectativa, ¿y qué se hace con eso?
acá sobre semantizado
acá sobre explicado
acá muchas marcas temporales, ya dijiste mañana, no hace falta volver a aclarar hoy
acá cuidado con los posesivos, se entiende que las costillas son tuyas
acá muchas imágenes pre poéticas, asociar la noche con absoluta oscuridad
acá hay como un coloquialismo retro, medio tanguero
acá adelantás demasiado todo el poema
acá podés respetar lo conceptual de tu final, pero sugerirlo al pasar, más seductor, menos asertivo
acá demasiado sobre determinado, planta baja, persiana baja, corte de pelo, nombre propio
acá sobre semantizado el tema
acá podrías dejar que se asomen inflexiones, las capas del sujeto que enuncia
Con sus devoluciones nadie se siente atacado. En parte creo que todos estamos esperando que nos corrijan, que nos corrijan al hueso. Así. Y por eso nadie se ofende y hay un intercambio relajado. En cada poeta veo una especie de iluminación cuando Daniel les marca cosas, la humildad que sólo aparece cuando lo que te dicen es producto de una atenta y seria consideración. Antes de corregir cualquier poema, Helder lo lee y relee en voz baja durante unos minutos. No se apura. ¿Cómo podríamos sentirnos atacados si alguien se está tomando el trabajo de mirarnos con tanta dedicación? Creo que para todos es un honor. No se siente como un ataque porque formula sus comentarios como si fuera un par, como si fueran él, vos y la poesía, nunca él junto a la poesía y vos solo del otro lado como un pobre imbécil. Aunque yo no lo siento como un par, me voy de la clínica con la sensación de haber sido vista por Dios. Un dios psicoanalítico experto en hacer radiografías poéticas. Por eso también es que no me acuerdo realmente qué pasó en la clínica por fuera de los textos. Todo fue ahí, adentro del poema. Adentro del hechizo que liga las palabras.
Este hechizo está hecho de silencio y continuidad. No hace falta decirlo todo, recuerda Helder, el acto poético está en la superposición. La poesía revela: su revelación es la forma de una experiencia, acá aparece Levertov de nuevo. Qué difícil nos resulta hacer decir y no decir hacer. La revelación no es sólo exponer un misterio. Es mostrar y no encapricharse con la claridad de una idea propia. Siempre que escribo me repito: kill your darlings. Parece que una vez se lo dije a una compañera de taller y le cayó mal, pero se lo acordó. Sabemos que escribir implica una buena dosis de ego, pero para dejar que aparezca algo, hay que saber correrse.
Rosario por suerte tiene una costanera que honra su río. Los porteños estamos condenados a no ver el horizonte. Vivimos y escribimos con nuestro río oculto, tapado por el velo del negociado inmobiliario. Los dos días de clínica terminan y camino mirando el agua. Sigo. Mejor no corregir tanto, sugiere Daniel, dejar el ligamen de las musas intacto. Sigo. A escribir el próximo poema porque ¿qué hace un río sino irse?