Anagrama de guerra
1.
Gimena: anagrama de imagen, de enigma, de gemían y de mengía.
Mengía: RAE: 1. f. desuso. Medicamento o remedio.
Cuando lo descubrí, que fue también el día en que descubrí el significado de la palabra anagrama, me puse a saltar. Sentí más que nunca que mi nombre era mi destino. El lugar al que tenía que llegar ya estaba ahí, inscrito en mi desde el nacimiento (¿o incluso antes?). Acto seguido: fui corriendo al negocio de electricidad que tienen mis padres y cuando estábamos los tres sentados en la mesa del fondo les pregunté: ¿ustedes lo sabían? ¿Que es un anagrama?, me respondieron. No, no lo sabían, y eso me inquietó más. ¿Desde dónde venía todo eso?, ¿quién eligió mi nombre?, ¿qué es un nombre?.
Hace unos pocos minutos que volví de una exposición de arte. Unas imágenes grandes (muy grandes) de un mar, ocupaban toda una sala blanca por donde podías caminar entre medio, como un laberinto del que paradójicamente, así como entré, salí. No encontré a mi amiga y quise ver si conseguía una de esas copas de vino de las que todos estaban tomando, pero no, ya estaban levantando todo. Cuando llegó mi amiga me explicó que las fotografías habían sido tomadas en el Mar Mediterráneo, justo en la zona donde los refugiados se hunden y mueren. Otra paradoja, el colmo de las paradojas.
¿No es raro vernos desde afuera? Un grupo de intelectuales saludando al artista, señalándole lo bien que quedó todo, lo linda que se vió la iluminación, nuestras copas de vino en las manos. Por estas cosas me deprimo, a veces. Recuerdo la primera vez que llegué a esta ciudad. Todo era nuevo, yo no conocía Europa y vine por casualidad. Me trajo un novio. Y como era la primera vez supe que iba a ser especial. Cargué las pocas cosas que pensé que iba a utilizar; entre ellas, mi primera cámara, la que hace años no utilizaba. Ahora que lo pienso la vida está llena de paradojas. No sé porqué lo hice, pero esa tarde entendí, con baldazo de agua fría incluido (como debe ser), la inutilidad y sobre todo la falta de respeto que albergaba mi trabajo artístico.
Lo voy a tratar de resumir así: unos años antes de ese día yo sacaba fotos en la calle. Fue la época más depre de mi vida, yo estaba hundida y no creo que nunca más vuelva a pasar por lo mismo. Ya lo dijo el poeta Mark Strand:
Nada te dirá
donde te encuentras
Cada momento es un lugar
donde nunca has estado.
Ahora, otra vez me encontraba ahí. Una luz amarilla entraba a través de unas columnas y rebotaba como un dorado, una piedra preciosa que encandilaba a todo el que estuviese dispuesto a ver la escena. Porque digamos la verdad: ya nadie mira. Las personas sin techo ya no llaman la atención. Tampoco la mía. Mi obsesión se había volcado a la pintura, salvo por el instante de esa tarde. Destino, imagen, enigma, remedio, gemían: levanté la cámara. La luz emitida era una persona, la manta térmica dorada la cubría de pies a cabeza y solo se veía la roca que destellaba con el último rayo de sol y caía de costado como algo divino, pero a la vez diabólico. ¿Por qué querer retener un momento así?
La cosa es que la cámara no obturaba. El fotómetro no se movía, y como soy cabeza dura saqué el teléfono. Y cuando me quise dar cuenta tenía a dos personas zamarreandome, una por brazo, que me tironeaban y me hablaban y me insultaban en un idioma desconocido. Yo agarraba fuerte la cámara y me movía para todos lados, pero ellos estaban muy enojados. Tres motos de policía aparecieron al instante y por fin pude levantar la vista. Nos rodeaban un grupo de turistas ineptos. Caras sin ojos.
Al final me soltaron. Sentí alivio. Tenía todas mis pertenencias, pero también, algo más. Los policías me preguntaron qué estaba haciendo y yo les dije que estaba sacando una foto. ¿Y por qué? Porque soy fotógrafa, respondí. Que idiota me sentí cuando me escuché decir esa palabra. Me dejaron ir pero antes me preguntaron si los quería denunciar.
¿De qué sirve documentar?, ¿de qué sirven las palabras o las imágenes cuando hay alguien que no tiene un techo, cuando hay alguien que es susceptible de ser fotografiado, porque su habitación es una calle pública por la que transitan miles de personas por día? Caras sin ojos, cámaras sin caras.
¿De qué sirve el arte cuando ilustra una batalla que ya está perdida?
¿De qué sirve el arte cuando ilustra una batalla?
¿De qué sirve el arte cuando ilustra?
¿De qué sirve el arte?
Ojalá, espero y confío: el enigma de la imagen como mengía de los que gemían. En pasado. Pero por ahora, en presente y futuro.
2.
Hoy es el futuro, y en el pasado venía pensando en unas pinturas de Goya. En realidad, ver las risografías de una ilustradora contemporánea me hicieron pensar en esas pinturas (que ahora bien no recuerdo si no fueron hechas a lápiz). Mi favorita la ví hace mucho en el Museo de Bellas Artes, en otra vida, cuando aún no era pintora. Era una imagen de un campo desértico, pero tenía pasto. En su centro, un árbol con las ramas taladas pero con una terminación natural se anteponía. No era como esos árboles talados apenas a una rebanada del suelo. No. Este era un árbol muerto pero con vida, con terminaciones. Como cuando un ser humano tiene amputada una parte del cuerpo. Una extensión que falta.
Hace poco alguien me dijo que yo pintaba como si el pincel fuese una extensión de mi brazo. Me vuelven locas las circunstancias que hacen que una pintura sea una pintura. Hablo de pintura porque es lo que más conozco, pero se supone que todo tipo de arte (aún entendiendo lo que queramos por esa palabra), debería tenerlo. Desde lo más macro hasta lo más micro: desde el tipo de material que se utiliza hasta el estado de ánimo o el inconsciente entero de la persona, pasando por el color (la pintura es ante todo color), la manera en la que se pone y la cantidad. Esto es muy importante porque tan solo un átomo más de color bastaría para cambiar todo eso a lo que denominanos pintura. Cambia el clima exterior y por lo tanto, todo dentro nuestro. Una pincelada es transformadora.
Esos grabados de Goya quedaron en mí, desde esa tarde y para siempre, también como la segunda acepción de esa palabra: en mi mente y en mis ojos. Y hoy desde el inconsciente volvieron con las formas, a través de ilustraciones. Los fantasmas de la guerra, creo que se llaman. O Las consecuencias de la guerra, pero es guerra. Son pinturas que muestran una guerra: lo íntimo de una guerra.
Son lo opuesto a las pinturas de Cándido López, en un punto. Y que rara me siento escribiendo esto. Porque vemos a través de los ojos de López, Los campos de batalla del Paraguay desde lejos, tal vez, desde la misma perspectiva que la vivimos los argentinos (como poco los contemporáneos): de lejos. Tal vez ahí resida un poco de la magia de esas pinturas: ver la intimidad desde lejos. Hoy, el colmo de los lejos, es que suceda ante nuestros ojos. ¿Por qué no se llama guerra ver personas que duermen en la calle?¿Porque se llaman refugiados los que se ahogan en el mar, porque los países europeos (hoy, después del pasado), no los quieren asilar. ¿Porque hoy España llama guerra a la misma a la que abastece de armamentos para que exista?
El problema es ver las cosas desde lejos. No somos tan sensibles para eso. Me lo dijo mi primer profesor de fotografía, Augusto Zanella, con quién me encontré hace unos meses después de más de veinte años. Hablábamos de los puntos de vista: todo depende de eso, me dijo. El punto de vista es la causa primera de todas las cosas. Es lo que nos mueve, lo que nos hace actuar: es “mi” verdad. El punto de vista es como el golpe sin prisa que nos anima a avanzar (en el mejor de los casos), o retroceder: a crear guerras. Esa filosofía (entendida como ese algo que la excede), la que comprende la unión de los opuestos, es la que me hace pensar. Las pinturas de Goya no justifican la guerra, pero me hacen sentir un poco más humana. Así como ellos, yo misma soy capaz de hacerla, y que de hecho la hago. Todos los días, en todo momento y en todo lugar, conmigo y con el mundo, en contra de él. Y esto es peor: en todos los tiempos. Me acordé del nombre de la pintura.*
Cuando veo esas roturas de huesos me retracto, porque me puedo ver desde afuera.
Vuelvo a Goya, a las fotografías del Mar Mediterraneo, y a todo lo que ví desde ayer a la noche, y me siento agradecida de que, gracias a ello (a todo ello), es que paradójicamente, ahora puedo ver distinto. Desde lejos.
*Se llama Esto es peor, de la serie Los desastres de la guerra. Circa 1810 . Es esta: