EL MUNDO ALUCINANTE DE REINALDO ARENAS Y LA OBSESIÓN — Néstor Perlongher

Victorica
5 min readDec 24, 2022

--

Este texto apareció en el diario Folha de San Pablo, Brasil, en 1984. Hasta el momento estaba inédito en castellano. Traducción de Laura Cabezas.

///

En 1794, un fraile revolucionario, el mexicano Fray Servando Teresa de Mier, osa afirmar que la Virgen de Guadalupe, cuya adoración sacralizaba el dominio español, era en realidad una aparición del antiguo Dios Azteca Quetzacoatl (el mismo que D. H. Lawrence hace despertar como serpiente en la Serpiente emplumada). La revelación, confiada por un obeso sabio en una caverna alfombrada con excrementos de murciélagos, desencadena un torrente de prisiones y destierros.

El mundo alucinante, segunda novela del cubano exiliado Reinaldo Arenas, opone a la fijeza Lezamesca el gusto Sadiano por los viajes: el hereje observa los refinamientos de la sujeción. Los tormentos más crueles son encadenados microscópicamente, milímetro por milímetro: “… las cadenas iban directo hasta los escasos cabellos del condenado, y allí se ramificaban en millares de cadenitas casi invisibles, cuya función era prender cada uno de los folículos del cabello del condenado”. Pero algo fallaba en ese pesado mecanismo: “Es que el pensamiento del fraile era libre”, y ante la imposibilidad de acorralarlo, los carceleros acumulaban barrocamente cadenas sobre cadenas hasta que el peso de los metales destruía la mazmorra y soltaba, siempre provisoriamente, el cuerpo suplicado. El pensamiento se radicaliza en la obsesión por la fuga. Ya no se trata de la genealogía de la Virgen: “hay que” matar al Rey y “fritar al Papa”. Como el palacio marsellés, donde el Fraile es encerrado por una judía opulenta y ávida por casarse, el mundo es un sistema de cárceles.

La edición que leyó Perlongher

El mundo alucinante se delinea como una fuga. En primer lugar, una fuga en dirección al pasado: el autor simula reconstruir, a través de documentos imprecisos y dispersos (no encuentra el tomo 2 de las Memorias de Fray Servando, por lo que necesita inventarlo), el recorrido de un “perseguido por ser rebelde y rebelde por ser perseguido”. La alegoría es transparente: en Tristes trópicos el desarraigo y el ostracismo del intelectual, favorecido por la persistente antipatía de los Estados, dio lugar al florecimiento de un subgénero, la literatura de exilio. Para Arenas, “la patria del escritor es la hoja en blanco”. De este modo, si México, sofocado por los despotismos, vive en la celda del Fraile alucinado, Cuba sobreviviría en la obra de sus exiliados, algunos en su interior –como el ya célebre Lezama Lima y el todavía marginalizado Virgilio Piñera, quienes murieron en la Isla-, y el resto, itinerantes: Heberto Padilla (cuya forzada autocrítica motivó, en 1971, la ruptura de la inteligencia europea con el Castrismo), Cabrera Infante, Severo Sarduy, etc.

Arenas es un auténtico hijo de la Revolución: guajiro (campesino blanco), tenía 15 años cuando se efectúa la entrada de Castro (de Cristo, parodia Sarduy) en la Habana, en 1959. Su aparición como escritor fue tempranamente consagrada por el aparato cultural. La UNEAC (Unión de Escritores y Artistas Cubanos) premia sus dos primeras novelas: Celestino antes del alba (1964) y El mundo alucinante (1966). Pero ambas sufren la censura. Si la segunda novela puede ser leída, maliciosamente, como una crítica subrepticia a la Revolución –oponiendo el pesimismo social al triunfalismo-, menos clásicas son las desconfianzas frente a Celestino, el infierno familiar visto bajo la mirada trémula de un niño-poeta. La discrepancia con la imagen arcaica de la familia feliz campesina ilumina un detalle extratextual, la homosexualidad de Arenas, que coetáneo de Gay Lib, se resistía –apud Cabrera Infante- a esconderla. El Hombre Nuevo es el hombre mismo, y a los desviados se les reserva las delicias de la reeducación. Como su héroe, Arenas logra finalmente huir, cuando se da el éxodo del Mariel (1980) que expulsa a los “indeseables” del Paraíso.

¿La literatura anticipa la vida? El mundo alucinante no es una biografía novelada, ni una autobiografía disfrazada. El autor y el personaje se mimetizan, a través de la oscilación de los puntos de vista, de las versiones contradictorias de un mismo acontecimiento (la llegada de Fray Servando en España se describe de tres modos diferentes), de las incertidumbres cronológicas, de las fechas de escritos “auténticos” del Fraile y de otras fuentes, que se entremezclan con discursos delirantes que ponen en duda la verosimilitud del texto, que posee el ritmo de las aventuras fabulosas. La mezcla de registros afecta a los géneros. La narración se deshace en versos y se rearma en diálogos teatralizados, parodiando los estilos del Siglo de Oro español y multiplicando las alusiones intraliterarias e históricas (los encuentros de Orlando, “rara mujer”, con el poeta romántico Heredia, con Simón Bolivar, etc.). El epos del héroe no alcanza a reconstruirse globalmente, por el contrario, se fragmenta en una miríada de reflejos, como el cristal molido que lo envuelve en una de sus fugas: “adquiriendo millares de coloraciones cada vez que emergían los torbellinos/remolinos de minúsculos vidrios que el sol de la tarde hacía centellear”. Nómade impenitente, Servando encara al Rey de España, que cuestiona su demanda de libertad: “El hecho de buscar esa libertad, no sería entregarse a una prisión más terrible? (…) suponiendo que encuentres esa libertad, no sería más espantoso que la propia búsqueda?”.

Si El mundo alucinante es una novela política, la máquina poética de Arenas rasga el tejido social sin diluirlo en una abstracción etérea, implosionando así la simplicidad del realismo, la linealidad de la historia. La producción de un “real alucinante” contagia otros textos del autor. En El palacio de las blanquísimas mofetas (1975), el lenguaje poético roza el experimentalismo y pulveriza la cotidiana mezquindad de la vida de aldea. El central (1982), poema épico, desentraña el universo concentracionario. También publicó dos libros de cuentos, Con los ojos cerrados (1973) (cuya publicación “pirata” en Uruguay alimentó una dura polémica con el ya fallecido Ángel Rama) y Termina el desfile (1981). En Otra vez el mar (1982) se tematiza una fuga autobiográfica: la del propio Arenas. Novela que tuvo que reescribir en el exilio, ya que los originales –como la “Súmula” de Lezama Lima- desaparecieron en la vorágine paranoica.

Una de las primeras ediciones en castellano

--

--

No responses yet