EL OPTIMISMO DE LA NOSTALGIA — León Llach Mariasch

Victorica
5 min readSep 3, 2024

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Vandalismo comparado, así se llama el último disco de los 107 Faunos que suena en mí en estos días porque, como en una canción de Victoria Mil, en mi mente los problemas los resuelve una canción. El disco empieza con una cuerda de guitarra algo pesada y ondulada que parecen sirenas, alerta, que cae sobre un despliegue, la interioridad o la intimidad en la noche que resuelve la armonía (o sea, las emociones) al sesenta por ciento, más o menos. Esa es la ecuación de la canción “Mi Diablo”, por cierto, una reflexión sobre la economía de la energía creativa que se pregunta por qué desperdiciar la propia prosa en un universo hostil. La frase “me comporto ansioso y repetitivo, precipito el final” recuerda a lo que uno puede escuchar charlando con actores en algún teatro de Buenos Aires, que fantasean con proyectos y al mismo tiempo dicen que en diez años no va a haber mundo.

Los Faunos cargan con una corriente de ruido y baja fidelidad, con algunos gritos y un pedazo de corazón punki contracultural. Las zonas que recorre la afinación de la voz, algunos sonidos ensuciados y caóticos podrían acercar a los Faunos a los movimientos de apreciación de la fealdad y lo ruidoso que en los últimos años parece haberse expandido a nivel mundial y especialmente con internet y los memes “mierdaposteros” posteriores a la década de 2010. Pero ciertamente también los Faunos mantienen una relación íntima y firme con lo bello, los poemas, el jazmín, el color del musgo, una visión cinematográfica con velocidad y personajes fantasiosos y cercanos de ciudades argentinas como La Plata.

En las primeras escuchas, como suele pasar en las primeras escuchas, me amoldé a una actitud de sospecha, la creencia de entrar a una nostalgia ya conocida. Unas semanas después canto los versos de las canciones con la intensidad perfecta de los hits personales. ¿Cómo se vuelve hit personal una canción? Una canción es un sentimiento, uno puede decir “siento ‘canción de Alabama” o “siento ‘El ojo blindado’” como dice “siento amor” (de hecho, hay una canción llamada así) o “tengo miedo”. Toda canción llega (escucharla o hacerla, qué más da), en cuanto uno llega a un sentimiento. Los Faunos hicieron un disco nuevo, un sentimiento con anclas a la historia y a su mundo actual y, por qué no, futuro.

Los sentimientos nuevos, no es fácil hablar de ellos. Puede hacerse por comparación: por ejemplo, puede hablarse de un optimismo nostálgico de los Faunos (que habiendo surgido más como banda “de guitarras” ahora hacen su uso de técnicas como el autotune) que contrasta con una actitud de distopía o también con un optimismo exacerbado. Es otra cosa como la sensación de una anécdota simple pero larga y contemporánea sobre una noche en dos bares o un viaje compuesto de tensiones, belleza, chistes y olores.

Las canciones son odas, adoraciones, pequeñas religiones inventadas. En este caso, parecen ser odas a la melancolía (cerca de la idea de Diosque, la melancolía del futuro): poneme otra cerveza / para aceptar lo que no puedo cambiar. El espíritu fáunico se opone a la alegría impuesta, exigida, que acelera el hacer, hacer y hacer inmediato y efectista. Pero en un segundo momento, y generando el mantra o consigna final y repetido de la canción: nada me impide continuar. Es una pausa en la barra para seguir. La nostalgia que atraviesa al disco se combina con secciones divertidas y bien presentes. Un vuelo en la nostalgia estirada de las cuerdas agudas para hacer relatos y llevar registros en el tiempo de la escritura de un diario, es decir de la escritura paciente, que registra la promesa feliz de que el mundo no termina mañana. Como una mezcla de papel de cuaderno y caja de ritmos trapera, el videoclip de “Promesa feliz” recupera la estética del tenis y su afinidad con las animaciones digitales, atravesadas por la textura del fílmico.

Este iba a ser un texto sobre los vandalismos que ocuparon la Casa sobre el Arroyo de Mar del Plata y ya no están, después de la restauración realista, fiel a la estética original de esa obra reconocida en la arquitectura argentina. Y sobre la comparación de esos viejos grafitis, por ejemplo, con los grafitis que hoy sí se ven en la reconstrucción de la obra “Nosotros afuera”, el huevo de Federico Manuel Peralta Ramos en el barrio porteño de Retiro.

Pero resultó siendo un texto sobre el campo actitudinal en el que estamos cuando hablamos de vandalismo comparado. Una frase de Horacio González puede venir a cuento: ser melancólico es poder pensar que el tiempo se escapó. ¿Cómo? ¿La melancolía implica una potencia? ¿La melancolía no es solo negativa, limitante, sino que deriva en un poder de pensar? (Que el tiempo se escapó. La frase podría dividirse con diferentes cortes y analizarse por caminos varios). Habría que pensar, sin embargo, la relación entre la melancolía y la nostalgia. Si uno se acerca a la idea acompañado del ensayo de la psicoanalista brasileña María Rita Kehl, la melancolía equivaldría a una especie de mar triste no marcado, que, a diferencia de la nostalgia, no se agarra de una imagen, de un recuerdo. Es una experiencia más general pero no por eso menos nítida.

Un disco no tiene por qué ser práctico, no tiene por qué servir. Pero tal vez sirva. Ofrece tonos. Etc. Propone una actitud de registro. ¿Será — el resultado de este vandalismo comparado — un optimismo de la nostalgia? Una nostalgia que surge de una marca algo naif, como la tapa del disco, como la palabra “Chicho” dibujada en imprenta que se ve en el huevo de Peralta Ramos, y que sube a un objeto volador para entrar en la potencia melancólica, un envión veraniego con la potencia para proyectar. Llevar un diario parecería, claro, una acción ya fantasmal respecto del presente, aunque hay que decir que al mismo tiempo bastante entusiasmada y atenta por lo que está pasando a cada rato. Disfrutaré el café.

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