El orden de las virtudes — Emilia Casiva

Victorica
5 min readMay 4, 2022

--

Fotos de los elementos en proceso: Camilo Figueroa

Sobre la muestra “El orden de las virtudes”, de Rocío Valdivieso, que acaba de inaugurar en el espacio de artes y oficios Tamañoficio de la ciudad de Tucumán

Los materiales son elementos que pueden transformarse y relacionarse con otros para armar un conjunto. Para la cabeza económica, el material es un recurso. Para la cabeza química, una sustancia. Para la cabeza técnica, un compuesto con propiedades útiles (por ejemplo: propiedades térmicas o magnéticas). Se ha dicho que para lxs artistas, un material es todo aquel elemento que lx artista pueda transformar. Sin embargo, están esas veces raras, extraordinarias, donde el material se para en seco, frena el asunto, y es él quien transforma a lx artista. En este punto radica una de las diferencias fundamentales entre parecer una obra de arte (tener su aspecto) y efectivamente serlo, proceder como tal. Para el arte contemporáneo, inspirador por excelencia de la pregunta “¿esto es o parece?”, resulta un asunto importante. Aun cuando Juliane Rebentisch diga con razón que en los últimos años ha llegado a ser algo “casi bueno” distanciarse del concepto de arte contemporáneo, hay obras que, justamente por introducir esa diferencia entre parecerse a y aparecer como obras de arte, nos vuelven a acercar a él. Y eso no está nada mal. De todos modos, es sabido que para abandonar el mero parecido y lograr la aparición, el arte debe inventar su lenguaje cada vez (así lo dice César Aira, de manera que seguramente es cierto y también al revés). Aclaremos: no estamos hablando de “animar” la materia por vía humana, en realidad es todo lo contrario. Lo que sucede en estas ocasiones (raras, extraordinarias), es que los materiales se comportan como virtudes. Son ocasiones en las que lx artista, en vez de estar de su lado, trabajando sólo para sí mismx (es decir para su propio nombre y apellido), se pone del lado de la obra. En cualquier caso, esto que estamos contando así nomás, cuando ocurre, las raras veces en que ocurre, es un asombro que se abre paso por el lugar.

Los materiales de las obras de Rocío Valdivieso se agrupan en un repertorio finito de objetos: jabón, vela, lija, tiza, clavo, repuesto de camión. Haciendo un paso atrás serían: grasa, cera o parafina, óxido de aluminio, yeso, hierro, ferrite. Además están las acciones asociadas a ellos: el jabón lava, la vela ilumina, la lija raspa, la tiza raya, el hierro aplasta. Están esas acciones pero no tanto; más bien diría que están si las asociamos a operaciones levemente fugadas de su performance funcional. Si bien la idea de que algo “funcione” suele asociarse a resoluciones prácticas o a desarrollos correctos de una acción, en las obras de Rocío la función obedece a razones mucho más misteriosas, aunque no por ello menos exactas. Rocío sabe muy bien qué funciona y qué no, pese a lo cual jamás llegaremos al núcleo de sus razones (que ella, por otro lado, se niega tenazmente a exponer). Hay fugas que pueden resultar mortíferas en su afán, pero las que Rocío practica entre materia, objeto y función son pura rigurosidad poética desplegada en función de una intuición firme. Por eso Javier Soria Vázquez escribió una vez que cuando ella “mueve una pieza de engranaje un centímetro a la derecha” lo hace “convencida de que ese fue siempre su destino”. Yo creo que es la exactitud de quien se pone del lado de la obra.

Permítanme esta breve digresión: si nos tentamos, podríamos tender un cable entre la poética de las obras de ciertxs artistas tucumanxs, entre lxs que se encuentra Rocío, y un hacer que es bastante característico de un grupo (o momento) del arte de la ciudad de Córdoba. Creo que es una suerte de concentración racional y mística a la vez, creo que tiene su origen en las respectivas academias de cada ciudad y creo que tiene mucho que ver con el surgimiento de un lenguaje que, en los inicios de los años 90, se quiso a sí mismo ligado a la contemporaneidad. Haunted, en inglés, puede traducirse como obsesión y como embrujo. Algo así se transmite por ese cable interprovincial y lo hace vibrar. Me gusta pensar en la conversación que, a través de él, tenemos pendiente o podríamos reiniciar.

Pero volvamos, porque hay más. Rocío llama a sus obras “situaciones”, probablemente porque ellas nunca son sin el espacio en el que aparecen. Es el espacio el que llama a la aparición, el que la modela, y la convoca. Quizás esa sea otra definición posible de “sitio específico”: un espacio que requiere de tiempo para convocar a la obra (ahora que me acuerdo, Mariana Tellería llamó a las instalaciones de Rocío Valdivieso instalaciones de tiempo específico). En este caso, la artista trabajó algunos meses en la sala negra de Tamañoficio, usándola como taller. De más está decir que un taller es un espacio asociado a un oficio. El oficio (el dominio de una actividad, la habilidad en cierto hacer), puede llevar a lx artista a ponerse del lado de la obra, siempre y cuando lo entendamos como lo estamos queriendo entender acá, es decir, como un hacer a través del cual lx artistx no “resuelve”, sino que más bien, decide. Y no es lo mismo, claro que no. Resolver es ser prácticx, profesional, ponerse en resultadista, perseguir un fin. Mientras que una decisión puede nacer de lo más involuntario, de esas obsesiones que te toman enterx, y que no dejan lugar a pragmatismos (en síntesis: cuando en vez de perseguir algo, ese algo es lo que nos persigue). Pasa que el oficio de las obsesiones se perfecciona con paciencia.

A medida que trabajaba para esta muestra, Rocío fue detectando ciertos módulos del diseño arquitectónico de la casa que luego se encargó de repetir, mediante copias invertidas. “Pensé en esta sala como el lugar del inconsciente donde reverbera y se deforma lo que sucede en el espacio”, dice. Un detalle no menor es que para entrar a dicha sala, hay que bajar algún escalón, lo que la ubica apenas por debajo del resto del espacio. Por lo pronto, repetir y deformar son las acciones que conforman la base psíquica de lo que somos (como artistas, como sujetxs, como humanxs). Hasta que un día, en un lugar oscuro, se desencadena la fuerza de la materia, nos desacomoda esa base, le saca una pata, le lija un borde contra la pared, una mecha empieza a ascender por el interior de una barra de combustible sólido y listo. Pum. Ahí quedamos: empezando de vuelta a inventar quiénes otrxs podemos ser, esta vez. Quizás un clavo, por un rato, o un espejo roto, o un jabón que lleva sus iniciales grabadas con aguja. En esas ocasiones, el oficio del arte puede volverse virtud.

--

--

No responses yet