EL TATI — Juan Laxagueborde

Victorica
4 min readFeb 23, 2023

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El Tati haciendo un asado en el patio. En el marco de un torneo de bochas de Futbol Club Tres Algarrobos, su club y mi club. Fragmento de video filmado por Gabriela Soldani

Dedicado al Tapón, al Pato y al Cachi

Según nos contaba él mismo a los preadolescentes sin nada para hacer, una tarde perdida de un verano más, Fabián Ariel Capdevilla, “El Tati”, había nacido en el pueblo María Susana, provincia de Santa Fé. Según nos contaba, también, se había quedado a vivir en Tres Algarrobos después de conocer a varios de los que serían sus amigos por siempre en Bariloche, en el viaje de egresados. Los contingentes de los dos pueblos compartían micro y él decidió no seguir para María Susana, sino bajarse en Tres Algarrobos.

Me acuerdo del Tati con un look maradoniano jugando al futbol, sería el año 92 o 93. Ahora me doy cuenta que habia algo de su estilísitica (pelos largos, calzas negras bajo el short blanco, cierta irreverencia o joda al jugar) que me llamaba la atención; tenia algo televisivo y atrapante. Era amigo de todxs, entonces también -y quizá más que nada-, de lxs pendejitxs que andabamos por el club. Nos trataba con una dulzura chistosa permanente. Los chistes que nos hacía no tenían maldad, nos trataba como a pares, como a niñxs que eramos y como el niño que él también un poco era. En la saga de personajes queribles y reivindicables del pueblo, el Tati ocupaba un lugar central para mí; por ese recuerdo infantil, pero también por cierto crecimiento acompañado por su presencia permanente. Tenía algo de gurú de buffet, pero sin caer en una sabiduría impostada gauchesca. El Tati era más bien macedoniano (en la saga del gran Macedonio Fernandez), estoico y chistoso. Totalmente ocurrente, rapidísimo y generador de charlas. Su sabiduría se expresaba en la oralidad casual de las horas largas de un pueblito. Tuvo una vida artística pero entreverada en los hechos cotidianos.

Era generoso y predispuesto. Era desaprensivo y ocioso. Nos enseñaba que no había que fijarse tanto en el culto de la propiedad o del trabajo sino en el ejercicio de ver la vida pasar: con curiosidad, con sagacidad y con una simpleza que lo volvía un filósofo que no necesitaba trono. Un vagabundo de pocas cuadras que sabía cuál era su lugar en el mundo y qué significaba vivir en un lugar. Tenia una capacidad comunitaria altísima. No dejaba de unir personas, de organizar o de brillar de manera poco estridente pero muy genial en cualquier asado, que hacía como nadie.

El Tati era un conversador único, con una capacidad de asociación y mezcla cultural que le conocí a poca gente. Un antopólogo al pasar, finísimo, autodidacta y lleno de experiencias de todo tipo: la vida baja de la noche pesada, las instituciones de la comunidad, lxs niñxs que lo querian tanto, las amistades de edades diversas, que incluian personas de mucha plata hasta desocupados, buscavidas, empleados de todo tipo y estudiantes que se iban a otra ciudad a buscar la suerte.

Era capaz de reirse de si mismo, de reirse con los demas o de los demás, pero agregando una cuota de moraleja que quedaba flotando y que se volvía eterna como anécdota, como relato formador para la vida popular y para las generaciones que iban pasando. Me acuerdo una vez que alguien le dijo “Tati, qué linda camisa” y él dijo: “¿Viste?, hace cinco años que es nueva”. Ese tipo de respuestas lo convertian en esos personajes que tienen la gracia justa para hacernos acordar siempre de él, sin que él haga ningun esfuerzo para que eso pase.

Me di cuenta hace unos meses (y pude decirselo conversando una noche cualquiera en el club), que él era alguien a quien yo admiraba y respetaba. Y que su actitud ante cuestiones cotidianas o estructurales de la vida, me había enseñado una forma de la libertad. Fue, sin saberlo, un maestro. Esa misma noche se lo presenté a varixs amigxs de Buenos Aires a quienes les habia hablado de él en el viaje de ida. Lo quisieron al instante, charlamos, tomamos un par de cervezas y pasamos una noche bárbara. Conversamos sobre los significados de los nombres, las peleas de los boliches de pueblo, los campos de Santa Fé, su familia, un asado que había organizado para un amigo en su casa y cuestiones existenciales de las que se preguntaba con aire despreocupado pero sagaz. En un momento hablábamos de la palabra treta, no recuerdo cómo fue pero creo que él dijo que no sabia bien qué queria decir. Sin embargo, le pedimos que la defina, confiados de que tenia un as en la manga, un saber extraño que venía de sí mismo, de toda su vida contenida en una cabeza y un corazón grandísimo. El Tati arriesgó una definición de su cosecha: “Una treta es la respuesta a una cosa que no sabes cómo hacer y la inventas en el momento”. De esa rapidez y de ese estilo para pensarlo todo, de esa economía de las palabras sensible y de esa cautela que nos hacía reir y atender lo que decia como escuchando una voz extraña, no me olvido más.

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