Entender no es lo importante cuando se entiende igual; el camino de la curiosidad avanza y llega. La huella de su paso es un surco que queda para otro momento en el lado oscuro de la mente. Un texto rara vez encuentra su instante justo, pero siempre un subrayado o un oído le encuentran un camino en el tiempo. Somos nocturn*s y exagerad*s, nos alegra rendir culto a quienes nos torcieron los pasos. Esos caminos son la forma no verbal del intelecto, crean las didascalias y la mímica del aprendizaje. Un monumento revestido de podredumbre iluminado solamente por la linterna que lleva en el corazón. Una misma quiere ponerse prisionera de los signos que emplaza a su paso para crear un parámetro: de poder decir algo o que algo pueda ser dicho. Una forma de asumir un compromiso. Las plazas y los parques, la entrada de las escuelas y sus patios son las dimensiones públicas de esas colocaciones. Pero la historia para ser verdadera también tiene que parecerse a una obra entre títeres que no combinan.
Entender no es lo importante cuando se entiende igual; el camino de la curiosidad avanza, a veces hablando lenguas, un lenguaje sabido sin haber sido aprendido, a veces con códigos prestados, jergas de otr*s. Para aprender existen la pedagogía de la intuición, no solo la de los sistemas, y la del entusiasmo de los grupos. La vida de las escuelas tiene que ver con la vida de los grupos (no solo relaciones afectivas, sino relaciones de camaradería, y esto último es importante). La vida de los grupos avanza mirando en asterisco, en muchas direcciones, y se para en los cruces de caminos. Avanza y devora a su paso, absorbe las realidades que los rodean para tomarse tan en serio un chiste como una promesa de futuro, un apodo como una teoría, una noticia como una trova, una anécdota como un aforismo, una canción como un libreto. Monumento y desecho se llevan por delante el mundo provocando una cadena dominó que encuentra su metáfora perfecta en la esponja mordida.
Entender no es lo importante cuando se entiende igual; el camino de la curiosidad avanza caprichosamente. Las arquitecturas que posponen el ingreso al saber con sus peristilos y estoas se volverían montañitas de sal si no sostuvieran en realidad, tal vez involuntariamente, a las personas que conversan y toman cerveza en las escalinatas y pedestales. Estamos mal escolarizad*s, estamos bien escolarizad*s. Hace unos años, una chica, en una escuela de un pueblo de la provincia de Buenos Aires, eligió el diccionario para leer durante la hora de lectura libre. El saber no está adentro de nada ni afuera de nada, sino en la animosidad, las lecturas rigurosas y desfachatadas de cualquier textualidad, sea la que sea la forma que adquiera. Sea una investigación, un grafiti en la calle, los grupos que forman escuelas paralelas, la recursividad misma del arte contemporáneo, sea un poema sobre un amanecer muerto por un rayo.
Texto que acompaña la muestra Escuela Paralela de Magdalena Testoni en Para Vos…Norma Mía ! en Darwin 891 hasta el 28 de junio