Hay una rareza en Punto ciego que es constante pero también exponencial. Nos enfrentamos a una manera de decir tan extrañada de sí misma y de los límites de la realidad que termina por convertirse en un idioma propio.
Punto ciego, publicado por Martina Juncadella junto a Socios Fundadores en noviembre del año pasado, es de esos libros que demandan una atención total por parte del lector, apelando no solo a su voluntad detectivesca, a las ganas de entender quién es la que escribe y por qué, sino también a su actividad sensorial. Exige que el lector olfatee, escuche, saboree y toque lo que tiene ante sus ojos. Las dos vías son una sola, mientras desfilan las imágenes vivas, mientras se arma el paisaje -a veces grotesco, a veces delicioso-, se sostiene el enigma respecto a quién es la persona que escribe, a fuerza de enredos de la lengua y una neblina espesa que no termina nunca de disiparse.
El desafío es descifrar ese enigma, el de la niña-vieja y su sabiduría que aglomera épocas diversas de rock y poesía argentinos. Esto último parece un poco encriptado pero me refiero a algo muy simple: la misma que recurre a onomatopeyas, tan efectivas como aniñadas, para dar cuenta de su entorno; es capaz de resumir la inmensidad en versos precisos que están al borde de convertirse en aforismos arrebatados.
Abundan los versos cortos y afilados, así como una progresiva ausencia, cada vez más notable, de conectores, como si no hubiera tiempo para la gramática. En Punto ciego el poema va directo a la palabra, a la impresión y a la imagen. Así se va armando una suerte de relato en un presente que no termina, y que todo el tiempo se descubre a sí mismo.
Sentimos el libro como si fuera una larga caminata, un paseo interrumpido y cada vez más raro. Caminamos en un ahora caluroso, húmedo y eléctrico, mientras la que hace el convite nos muestra como una acróbata, el malabar constante que hace su cerebro, entre la adicción a la nostalgia y las ganas de reírse de un mal chiste. La misteriosa chica, que tiene la capacidad grandiosa de concentrar el mundo en una sílaba, sabe lo que está haciendo: juntando belleza con su punto de vista.
Podríamos hablar de un efecto casi cinematográfico, poemas como flashes, exabruptos unidos por el gran montaje de ese presente instantáneo, que encadena visualmente los acontecimientos de modo tal que encontramos, mágicamente y sin parar, claridad en la confusión. Algo de todo esto ya aparecía en el primer poemario de Martina, Prendan el horno: la idea de una observadora o una cámara en mano que capta escenas asombrosas mientras recorre las calles grises. Pero ahora, en la ciudad, su cuerpo es la ausencia de ciudad, un prisma transparente y direccionado, que nos lleva de acá para allá, mientras delata al mismo tiempo su presencia temblorosa exclusivamente a través del lenguaje y sus torsiones.
Se ha dicho que Punto ciego intenta salirse de la poesía del yo, y es cierto. Paradójicamente esto convive perfectamente con la intriga generada por la persona que escribe, como si cuanto más se aleja el poema del yo, más interesante fuera ese yo para nosotros. En realidad, ese yo está todo el tiempo, guiándonos con largas zancadas por el pasto y la vereda. Y es tan sincera su forma de contar que sentimos con ella el asfalto contra la cabeza, la depresión del huevo duro, la fiesta descartable, el olor y los ruidos del otoño. Al mismo tiempo, el yo permanece escondido entre las letras, habitando el espacio vacío que se convierte en un espacio de visiones.
Las ideas flotan como moscas y cantan como grillos en el libro, se inscriben en lo sensible, como si hubiera un recorrido permanente de la idea a la imagen y luego de nuevo a la idea. Aprendemos con ella que la lírica es un fluido que se atora en la dentadura, pero que puede tener la fuerza de una cachetada, y que la intimidad solo conoce un idioma, el propio, el inventado.
La primera interpretación que uno podría hacer sobre un “punto ciego” sería pensar en todo lo que ese yo no puede ver, aquello que se le escapa de sí mismo o de su entorno. Al mismo tiempo, el punto ciego es ese yo, que se oculta para los lectores. Y alrededor, todas las manchas negras entre las cosas que se nombran, los miles de puntos ciegos donde reside verdaderamente cada poema.
Sobre Punto ciego de Martina Juncadella editado por Socios Fundadores