ESPECTACULAR — Sibila Gálvez Sánchez

Victorica
4 min readOct 24, 2024

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Es muy probable que todos hayamos visto varias veces el video de lxs estudiantes y docentes de Artes del Movimiento de la UNA haciendo una coreografía en la Estación de Once al ritmo del último éxito de Lali, “Fanático”. El baile, que la propia universidad decidió calificar de flashmob, se da en el marco de las protestas motivadas por el veto a la ley de financiamiento universitario por parte del gobierno. En este muestreo no probabilístico con ínfulas de ágora que son las redes sociales, muchos celebran la creatividad de la manifestación queriendo augurar algo novedoso en el repertorio de acción que se reinició con la llegada de Javier Milei a la Casa Rosada. Pero posiblemente esta novedad no sea tal, y no precisamente por tratarse de un tipo de manifestación inventada y popularizada hace más de dos décadas.

La pregunta sobre qué forma debe tener una respuesta corporativa o sectorial a los ataques del poder de turno es siempre urgente. El paro es cada vez más un privilegio de los sectores productivos o financieros más vigorosos. Le pese a quien le pese, a nadie le arruina la vida un paro de trabajadores estatales o de docentes universitarios. Y, en un contexto de chabacanería y petrificación intelectual como el actual, el gesto encima es música para los oídos del ajustador. Es comprensible entonces que los sectores de la cultura y los artistas no logren dar con el clavo para tocar el nervio sensible de la opinión pública, aunque sus disciplinas, sobre todo la performance, se hayan ido filtrando en expresiones más tradicionales de la protesta (pienso en los Siluetazos pero también en los científicos del CONICET lavando platos o en la recreación de El cuento de la criada que hicieron las actrices argentinas frente al Congreso por el aborto, por ejempo).

En este contexto pareciera que los artistas tuviesen que seguir cierto mandato al momento de movilizarse. Como si la sociedad que los consume, los engorda y los descarta los señalara con el dedo y les dijera: “¡Vamos, bufones, demuestren por qué son importantes!”. El arte debe responder con arte y esto quiere decir, casi exclusivamente, que debe responder sobre todo no violentamente. Dar experiencias, alegrar como obra teatral de Villa Carlos Paz, incluso en su peor momento. Y entonces allá van los artistas, como leí por ahí, con su imaginación, su creatividad y su poesía, a explicarle al pueblo el valor de su tarea (que es un trabajo) y la gravedad que representaría su declive. Los estudiantes de la UNA bailando en Once son un poco eso, un intento de alerta para una sociedad amodorrada que termina en la banquina del video viral sin efecto.

Para colmo la actuación masiva es acompañada de una exaltación del cuerpo que, además de ser capacitista, ya queda vieja. Leo expresiones que comparan al cuerpo con una trinchera. Otras que gozan del juego de palabras que opone las fuerzas del cuerpo a las fuerzas del cielo. Nunca se supo bien qué es poner el cuerpo, pero me arriesgo a decir que es algo bastante distinto a hacer una coreografía en un espacio público (o a actuar un discurso consignista y bajalínea arriba de un escenario tras recibir un premio Martín Fierro). Además, no entiendo bien si lo que estaría en el reverso de poner el cuerpo sería estar encerrado mirando las pantallas (lo que estoy haciendo yo), en definitiva destinatarias privilegiadas y casi únicas de esos cuerpos puestos en algún lugar.

Un amigo hace bien en recordarme los spots que, cuando el conflicto universitario recién empezaba, lanzó la UBA bajo el lema “Salarios dignos para que los profesores puedan estar en las aulas” y que mostraban a un físico, un ingeniero, una psicóloga, un médico y una filósofa, devenidos mozo, taxista, telemarketer, rappi y kiosquera. Frente a eso, la coreografía (que es más clase de zumba de gimnasio que arte del movimiento) parece la Comuna de París. Pero qué baja está la vara.

Hace unos meses, en una entrevista Daniel Melero habló de la necesidad de separar arte de espectáculo. El espectáculo es gimnástico — dice — , es repetición eficiente. Arte es otra cosa. “La belleza tiene pliegues, no es una exposición brutal”, señala Melero. Espectáculo es estandarización, es cuerpo sistematizado al servicio de cierto tipo de placer visual. En nombre del arte, esta multitud bailando el hit del momento con su sincronización perfecta está pisando el palito y yendo en la dirección opuesta. No los juzgo, yo tampoco sé qué hacer…

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