Mi poesía es ideológica, no política. Hay algo con las formas de Juana, con su rigurosidad de ideas, pero también con su vocación de anarquista -siempre esos pequeños desfasajes, esas diferencias insalvables que impiden que encaje-, que hace que todo lo que escuchemos de ella primero suene claro y al segundo se vuelva un misterio.
Esta frase, por ejemplo, que podría ser tan obvia si dijera política, no ideológica -algo así como la cultura es política, la pluma es nuestra arma o sino, en su otra cara, el arte no debe ser partidario-, pero que en cambio da la vuelta y nos termina obsesionando. ¿Qué quiere decir Juana cuando dice poesía ideológica? El no política es más fácil. Se enlaza sin problemas a su repertorio de anécdotas -esa mitología personal que fue tejiendo alrededor de sus poemas, como si no hubiera afuera, no hubiera diferencia: la literatura y la vida-. Entré en “El pan duro”. Entonces no tenía ninguna importancia, pero ahora sí: era la única mujer. Nunca alcancé a publicar con el grupo porque en una reunión de las que se hacían los domingos en la casa de Gerardo Pisarello expresé mi opinión sobre la poesía de Castelpoggi.
La poesía de Juana no es política, dice, porque ella simplemente no puede ponerse a escribir poemas a El Salvador o a Nicaragua. Pero mucho más, entendemos, porque no quiere sacrificar su sentido poético en pos de un plan de acción que le parece vago, errado. Para poesía política, la maestría de los poetas rusos, el Neruda de O’Higgins, Paul Eluard o quizás Gelman. Pero tangos no, ni poemas didácticos ni panfletos. No me haga acordar que me deprimo.
Y, sin embargo, mi poesía es ideológica. Que es como decir: hay una alternativa a la poesía política que no es el propio jardincito, las labores de la casa y la olla que hace puf puf -no deja de sorprenderme esa soltura suya: ser a la vez la poeta rigurosa que desestima la politicidad de la olla haciendo puf puf y la poeta anarquista que hierve chauchas ballina. Pero también pienso: no son las chauchas, es el gesto de conversación constante. Los colegas, el verdulero, la poesía argentina-. Entre la continuidad y la antítesis, Juana traza su desvío, su diferencia habitable: si la política es una forma de la ideología, la poesía puede ser otra.
¿Una que no cambie el mundo? ¿Que ni siquiera se lo proponga? Revelación desengañada: la poesía es otra forma porque ser poeta no es lo mismo que ser militante. No se puede caer en esa comodidad: ni la poesía en serio, ni la militancia en serio. A mí en realidad lo que me gustaba era la militancia, la bohemia, la calle Corrientes. Yo fui preparada para algo que no pude hacer. Su generación: no el bar sino el partido. El pan duro, la poesía militante confundiéndose con plan de lucha. El lamento como paliativo frente a un escenario político con sus caracteres alterados. Los nuevos revolucionarios, los nuevos principios de la lucha armada. Me aparté porque no soporté el nacionalismo con olor a sacristía de los montoneros.
Entre la primera certeza de que jamás sería la primera tractorista de una patria socialista a la soviet y la siguiente sospecha de una patria montonera por venir; en ese tramo en el que la patria se le revela, en términos políticos, perdida, Juana da un vuelco. Poesía ideológica: una forma de no volverse escéptica. Un territorio mítico al que siempre volvés: no el cambio sino la persistencia. La posibilidad de sostener lo que se escapa, se degrada.
Poesía con ideas firmes, con palabras insistentes, con escenas repetidas. ¿La revolución o sus mitos? ¿La patria o los amigos? ¿La formación militante o las guerras privadas? Una escritura que es ideológica cuando dice lucha, pero también cuando agrega me ha producido un cansancio tan infinito. Cuando dice los que se van a Cuba, pero también los que vuelven y ya no pueden quitarse la capa para conversar historias sencillas. Una escritura que es ideológica en tanto advierte que lo que está quedando afuera de esa política no es la anti-política ni la apolítica sino ¿el plano veleidoso de la vida?
Ideología poética: ideas claras y un compromiso absoluto con la buena poesía. Porque hay un lenguaje que hay que escribir, no todo vale. El trabajo con la palabra, las verdades propias, los objetos claros. Pero también: la persistencia en la escritura, la curiosidad constante, los poetas jóvenes. Las conversaciones, la polémica, los chismes. La noche, los museos y los bares. Una forma de estar en la patria, de discutir en la patria, de recortarla, de trabajarla, hasta volverla mito.
Pienso en la ideología de Juana esta semana. Cordón policial, ojos irritados, jubilados en la plaza. Imágenes tan vistas, tan repetidas, tan a mano del recuerdo, que a veces nos olvidamos que son nuevas. Que esto es el presente y no un revival -¿a cuántos veo especulando, más confiados en que la historia se repite que en que se hace?-.
Pienso en la ideología de Juana en este año, en estos últimos años (¿tres, cinco, doce?) en que los caracteres de la realidad que yo conocía se fueron alterando. Tengo 27, soy una argentina del kirchnerismo. Lo que vino antes, aunque lo viví, se me escapa: destellos de recuerdos, relatos que hice propios, consecuencias. Pero los años de Néstor y Cristina, esos sí: mi imagen aprendida, mi imaginación desplegada sobre la patria. Una serie caprichosa de momentos para ilustrar esos años: al poco tiempo de mudarnos a Buenos Aires, mi papá consiguió llevarme a ver a León Gieco en el Salón Dorado. Hablé de eso por semanas, como si hubiera ido a Disney. A los 13, mi primera cámara. La estrené en los festejos del Bicentenario y publiqué las fotos en Facebook: contrapicado del show de Fuerza Bruta, desfile recortado por una multitud de cabezas, retratos familiares en las casas de las provincias. Antes de eso, un primer álbum de fotos que nos sacó una amiga en la República de los Niños. A los 16, ir corriendo con mis amigas a renovar el DNI para estrenar el voto. Aplausos y fotos en la urna. Mi generación no fue punk, alterna o rolinga, casi no llegó a ser emo o flogger: éramos por sobre todo kirchneristas, troskos o radicales.
A los 18 voté a Scioli como quien se hace grande. Una nueva dimensión de las fuerzas mayores que hasta entonces no me había tocado. Ganó Macri y no entendí nada. ¡Si hicimos nuestro sacrificio! Me parecía imposible. Una patria que no fuera kirchnerista, que no quisiera. Cuatro años después, el video de Cristina (¡¡¡el video de Cristina!!!) y me acuerdo de pasar una semana entera collageando sus palabras para escribirle un poema. Tengo bastante pelo y una experiencia construida desde muy chica en la militancia política. Estaba obsesionada, lo leía en todos lados.
Una poesía kirchnerista. ¿Existió algo como eso? Lo digo en el sentido político de Juana. Quizás sí y yo estaba en otro lado. A mí, que tantas veces voté, milité, salí a la calle más comprometida con las fuerzas mayores que con las veleidades, nunca se me ocurrió que la poesía, que la cultura en general, tuviera que estar a disposición de algo más para que ese algo la vuelva política.
Politicidad del arte en tanto sistema: prefiero enunciarlo así en vez de descansar en todo lo que da por hecho la expresión todo arte es político. La cadena infinita de decisiones que definen la cultura de un presente, de una patria. ¿Se entiende que cuando digo esto no estoy hablando necesariamente de proyectos? ¿Que hablo también de voluntades, caprichos o efectos? ¿Y que es acá donde entra a hacer lo suyo la ideología bignozziana?
En este último año en el que la ampliación de derechos parece haber pasado de moda (e incluso escucho a gente ¡tan cercana! repetir que el problema fue habernos distraído con la nueva agenda), converso rigurosa y anárquicamente con mis amigos los poemas de Mujer de cierto orden hasta que terminan por volverse, para nosotros también, un territorio mitológico al que volvemos. Poema-latiguillo de estos días: Veleidades con niños conocidos.
¿Qué se hace con la poesía cuando el presente impone otros compromisos más urgentes? ¿Se escribe un poema que diga policía, gas lacrimógeno, jubiladxs en la plaza? ¿Se la deja en pausa? ¿Y con las conversaciones, las polémicas, los chismes? ¿Con la noche, los museos y los bares? Voy a decirlo así: yo no quiero renunciar a mis veleidades conquistadas. Yo, que nunca miré la fiesta desde una distancia en la que no se vieran las cabezas. Que celebré en la calle mientras otros decían que las condiciones no estaban dadas. Que a los siete años me obsesioné no sé si con León Gieco o con la existencia de una sala completamente dorada. Que no tuve que cantar que se vayan todos ni me acerqué a la poesía por orfandad política. Yo no quiero exigirle a los artistas que se vuelvan los voceros de la patria. Y no creo que eso sea entregarme a la pavada.
En fin. Formar ideas, conversarlas. Insistir con la poesía aunque no cambie el mundo. Insistir con la poesía, de hecho, para que algunas cosas no cambien. Insistir con los mitos. ¡Eso! Insistir con la poesía no por falta de compromiso con el presente, con la lucha, sino por un compromiso total con el plano mitológico de la patria, de la vida.