La poesía trata de lo que anda mal
Alejandro Rubio
En realidad lo que yo quisiera en la vida
es ofrecer fiestas
Juana Bignozzi
En el discurso que dio Massa sobre la avenida Corrientes, después de conocer los resultados de la primera vuelta, dijo una frase que me llamó la atención, que me pareció rara y pertinente: “Ahora les pido el doble de humildad”.
Para ganarle al fascismo (a esa mezcla siniestra de soberbia, estupidez, egotrip, suicidio colectivo y humillación) se necesita humildad, cautela, comprensión y conversación. Entonces, para la segunda vuelta, se necesita el doble.
¿La duplicación y la humildad son también las hermanas mayores de una teoría del arte?
Cuatro días después del discurso de Massa participé de una mesa redonda sobre el grupo Joven, que fue el nombre que se pusieron algunos artistas de los años cuarenta, ex discípulos de Miguel Victorica. Casualmente Victorica, el pintor beato de La Boca, el aristócrata que eligió la vida popular y fue tan oscuro en su amor a la vida. El grupo Joven defendía la concreción, la materia, la economía formal por sobre el lamento o la idolatría. Tenían con Victorica esa típica relación dramática con lxs maestros. Equivocadxs o no, tenían talante de vanguardia: estaban en contra de la institución arte y querían, a la vez, generar una obra incongruente con su época.
En la misma semana se mezclaron las consecuencias del resultado de la primera vuelta electoral y las historias de un grupo de artistas con ganas de cambiar el arte. Me pareció que algún orden, que alguna relación tenía que haber entre esos dos elementos que habían condicionado esos días. Al menos me pareció pertinente buscarlo.
La pregunta que resultó del cruce fue:
¿Puede haber una vanguardia humilde?
Alguna vez Laura Códega participó de la sección Fan del suplemento Radar del diario Página 12 y eligió escribir sobra una pintura que colgaba en el living de su casa, que desde chica le había llamado la atención. La obra es del pintor campanense Raúl Russell y no tiene título. Laura le dice “Gaucho Verde”. En el diario hay una foto: es el retrato en primer plano de un gaucho tenso, pintado con marcadores y lápices verdes, con vetas beige que le dan aire de pesadilla, sobre una cartulina blanca. A partir de la elección de Laura me di cuenta que esa obra es propicia para acercarnos a una vanguardia humilde por varias razones. Es que la extravagancia del verde, el exceso de pintar de verde a un gaucho como si fuera un personaje de Aira o una versión rural de los retratos que pintaba Martha Peluffo entre sus experiencias con el LSD en los años sesenta, tira para el lado de la vanguardia. No es de vanguardia, pero hace acordar a la vanguardia. Ese no del todo vanguardia ya le da un componente de cautela, de humildad. Además, Laura suele pintar escenas de personajes sacados de su humildad cotidiana, como soñando el morbo de ser otros, en un éxtasis culpable que les pesa y les encanta. Laura pinta el otro lado de la humildad y así quiere decir que muchas veces la humildad es un trauma. Incluso, el gesto de elegir ese gaucho verde se parece también a un post-ready-made, a su propio vivo ditto, a la construcción de un ícono para pensar la relación entre la tradición y el futuro. Hace otra cosa con la vanguardia histórica y eso también se parece a una vanguardia humilde.
De pronto, con el gaucho, ingresa la ruralidad, el día a día del campo, del que trabaja entre horizontes. La humildad define en buena parte al gaucho, que es también un personaje áspero y pendenciero. El lugar del gaucho es el campo, el caballo, el movimiento, quizá un paraje o un pueblo como este, que de tan pequeño parece estar adentro del campo.
La palabra festival acompaña y pone la pizca necesaria para acercarse a las palabra sociedad o muchedumbre. Por qué no al concepto de pueblo entendido como sujeto político soberano. Entre el pueblo y la humildad se produce una tensión creativa que supera la humildad. La humildad sola es demasiado cristiana y el pueblo le agrega modernidad. A su vez, lo rural no es solo humilde, puesto que hay latifundios, patrones de estancia, hacienda, semillas transgénicas, palacios art nouveau levantados entre eucaliptus, tambos grandísimos, caras de papa y apellidos de abolengo.
Escribo esto y lo siento desordenado. Creo que todos nos sentimos un poco extraños todos estos días. Hoy es un día especial. Un festival como este es lo nuevo en lo rural, lo nuevo en el llano. Lo voy a decir con humildad: es también vanguardia, hace varios años que lo es. De ahí que una vanguardia tranquila, extendida en el tiempo, con el compromiso de quienes organizan esto, con su amor por la congregación sencilla y llena de particularidades que intuyo nos encantan, puede ser definida también como una vanguardia humilde. El doble de humildad se parece a la dialéctica de la humildad, al conflicto de hacer con lo que no sabemos qué hacer. La humildad se da la mano con lo que hay que inventar, con la vida cotidiana y con la poesía, es decir con el arte.
Los festivales, cuando están organizados así, con entusiasmo por los lugares y las personas, son espacios inesperados, donde nos topamos con lo nuevo y volvemos a interrogar lo que ya nos interesaba. Una cierta idea de futuro parece salir de la constelación humildad / vanguardia / ruralidad / arte. Hasta parece una discusión con el tiempo cuando se queda quieto o cuando no se quiere levantar de la cama porque viene madrugando toda la vida para trabajar. Incluso una lucha contra el tiempo cuando vuelve a sus momentos de terror y aparece con la turbiedad de una luz mala. La luz mala es una leyenda rural y el efecto visual de la osamenta, que a su vez son los restos de animales muertos en medio de la llanura.
Son semanas de tensión entre osamenta y llanura. Pero la organicidad cíclica de todas las cosas hace que la osamenta se vuelva tierra y la luz mala se apague, es cuestión de tiempo. La vanguardia humilde sabe esperar pero también elige cuándo adelantarse, no es atolondrada. Es prudente porque sabe del vaivén del ánimo y las dificultades de todo tipo, pero se pone contenta cuando encuentra una salida en festivales, poemas, micros, ocurrencias y mariposas leyendo atentas el libro de lo nuevo, sentadas en una piedra y pensando en el futuro, como la que pintó Coti Giuliani para el afiche de hoy. Entramos en pánico cuando nos damos cuenta de que todo vuelve y que no todo vuelve igual. Ante un problema así, el arte en cualquiera de sus manifestaciones sería un salvavidas para distinguir las maneras en que las cosas vuelven.
Siempre hay futuro, es inevitable. La vanguardia es humilde y la humildad es vanguardista cuando exigen llanura, es decir condiciones básicas para prepararse a su manera. Cuando piden solo lo que necesitan. Empiezan de menos diez y llegan al punto cero de la vida, con eso alcanza. Así como están las cosas, así como está la incertidumbre de este siglo opaco, no tener grandes problemas ya es estar bien, parecen decir a coro las vanguardias humildes.
Lo mejor del arte argentino siempre fue producto de grupos, juntadas inesperadas y pulsiones entre artistas que siempre vuelven al movimiento de sus amigxs y pares. El vanguardista obvio (por lo tanto el no vanguardista) se escapa de eso para triunfar sin espíritu y se queda solo. Lxs vanguardistas humildes se necesitan, ante las disonancias personales confían más en el grupo y en el lazo social que en ellos mismos.
Quiero recordar, para terminar, una obra de Guillermo Iuso. Una de esas que parecen tortas colgadas, repletas de líneas sinuosas de plasticolas de colores, morfológicas y apelotonadas, con una sentencia perdida entre el baruyo. Esta que digo se parece a un escudo y en un costado dice: “El futuro es un relinche”. Puede ser una profecía sobre qué tiempos vienen y una disyuntiva acerca de qué significa el relinche: alivio, atención, prehistoria, desánimo, alegría, preocupación, vida colectiva o todo eso junto.
/// Texto leído en el 7° Festival Rural de Poesía de Lobos, el 11 de noviembre de 2023.