Estoy, como todxs lxs demás, abandonada en el presente; y tengo que elegir entre vivir o contar. Esta frase inicial se la robé a Roquentin (o a Sartre), pero Roquentin es el narrador de La Náusea, un señor de treinta años que vive solo, que no deja de darle vueltas a su deseo de hacer un escrito histórico sobre un personaje del pasado y que piensa que el carácter se forma los domingos a la tarde. A veces me cuesta no sentirme como él, porque hace meses que voy a hacer un escrito sobre un personaje del pasado, porque tengo treinta, porque vivo sola, porque no tengo ninguna obligación más que ir al taller los domingos a la tarde y porque, sobretodo, coincido cuando se queja de lo mucho que odia pensar demasiado, “si pudiera dejar de pensar y se me llenara la cabeza de humo” creo que sería un poco menos ansiosa y un poco más feliz.
Pero no importa, en realidad este es un mini ensayo sobre Alberto Breccia y sobre el grabado, solo que lo empecé así porque la dicotomía entre el vivir y el contar me hizo acordar a todo lo que uno deja de lado para trabajar en un oficio demandante, encerrarse en el taller, corcovarse en el dibujo, dedicarse a una tarea solitaria por horas y sobre todo a la necesidad de tener la paciencia de un santo para soportar los tiempos lentos que requieren los trazos más pequeños y los procesos de cada técnica. Breccia decía que iba al taller pocas horas, 5 o 6, y que cuando se sentía poco feliz con el asunto de dibujar, abandonaba el “dibujo principal” por ese día y se ponía a hacer bocetos.
A veces creo que esto de encerrarse a trabajar también puede entenderse como una actividad triste, porque uno deja de lado el barullo de todo el mundo para concentrarse en esa cosa que, a fin de cuentas, podría tener muy poca llegada, o estar destinada a un público minoritario. Y otras veces creo que tener el poder de alejarse del barullo del mundo, es una actividad un poco más feliz, como cuando Roquentin desea que se le llene la cabeza de humo. Y, al final, pienso que tanto el dibujo como el grabado son trabajos que contienen la búsqueda por cierta belleza, y no me refiero a la belleza de la que hablaban los griegos, si no más bien a la belleza del encierro, la del detalle, la de la mirada al pasado (la melancolía), y también, si exagero, la belleza de la paz, de alejarse por unas horas de este mundo y todo su ruido. Buenos Aires se convirtió en un mundo hostil y hay que desdibujarlo y dibujarlo de vuelta en el taller.
Y en una versión más pesimista pienso, como dice Roquentin, que el pasado es un lujo de propietarios, el pasado es de quienes pueden guardar sus recuerdos materiales y los pueden conservar. Y alejarse del mundo por unas horas también es un lujo de quien tiene el lugar para hacerlo.
A ver, antes de seguir me gustaría aclarar por qué esta mezcla de la náusea, el humo, el grabado y el historietista. Breccia era un dibujante, nacido en Mataderos (por eso también lo quiero, porque venimos de la misma zona olorosa y al costado de la ciudad y porque todavía sigo trabajando en esa zona aunque no en un matadero), hijo de trabajadores (a diferencia de muchos artistas y dibujantes que me encantan pero que gozan de otra situación económica). Según él mismo cuenta, salía de trabajar de los mataderos y se ponía a dibujar, y ahí es cuando empezó a ganar plata como historietista y por ende a dedicarse más de lleno a eso. Y que recién a sus treinta se convierte en un dibujante con un dibujo más o menos digno (¿podrá ser que en esto de la edad también nos encontramos lxs tres?). Dice que le hubiera encantado dedicarse al humor y no a la tragedia, aunque yo siempre leí sus dibujos con mucho humor, tal vez porque lo primero que ví de él fueron las ilustraciones de los cuentos de Horacio Quiroga, en especial recuerdo el de la gallina degollada, y eso hizo que mire todo el resto de su obra con esa especie de humor nauseabundo. Pero bueno, volviendo al grabado, creo que el oficio del historietista es tan parecido al del grabado por muchas cosas, algunas pueden resultar obvias y otras no tanto: por la multiplicidad de reproducción, por la utilización del dibujo entendido como un medio gráfico para hacer imágenes, y en particular porque Alberto usaba muchas técnicas del grabado: hacía monocopias, estampaba sellos que hacía con tapitas, hacía collages, sospecho que también usaba el frottage, inventaba sus propias herramientas para dibujar, dibujaba con las hojas de la gillette para usar como plumín o como espátula y, obviamente, por las horas que requieren ambos trabajos de encerrarse en el taller.
La historieta no es, ni tampoco lo era antes, un lenguaje que gozara de mucha fama en los medios legitimados del arte contemporáneo o de su época, y en este punto también se asocia con el grabado. Ambos son lenguajes marginales, con otras reglas, con otros personajes y con otro público. Breccia dice que un pintor mediocre es más valorado (social y económicamente), que un buen dibujante. No puedo dejar de pensar que esto sigue siendo así y que al mismo tiempo cualquier pintor por más malo que sea es más vistoso que un buen grabador, y que, al fin y al cabo, o muchos grabadores se pasan a la pintura o al final los grabados que más llegada tienen son grabados realizados por pintores famosxs. Voy a aclarar que en el caso del grabado y de la historieta hubo unos pocos intentos por llevarlos al mundo del arte, aunque en el de la historieta fueron muchísimos menos: a partir de los años ´60 el mundo del arte la mira con otros ojos, por primera vez se exhiben dibujos en el Louvre y en el ´68 Oscar Steimberg organiza la Primer Bienal de Historieta en el Instituto Torcuato Di Tella. A raíz de eso, Masotta saca su edición de revistas de Literatura Dibujada “Serie de Documentación de la Historieta Mundial”, una revista que constó sólo de tres números publicados desde noviembre del ´68 hasta enero del ´69, donde se destacan, además de las historietas europeas y norteamericanas, la inclusión de la historieta argentina de Mort Cinder acompañadas de la publicación de las entrevistas a su mismísimo autor, Alberto Breccia.
Todas las aventuras de Mort Cinder comienzan con un objeto del pasado que remiten a la historia del personaje que da nombre a la historieta, es como si los objetos comenzaran a existir en sus manos, que se topan con ellos y abren cada capítulo, sin el héroe las cosas a su alrededor casi que no existirían. Mort Cinder está viviendo en una época (su época) pero sin vivir del todo dentro de ella porque cada objeto lo lleva a un momento del pasado en el cual se muere y vuelve a nacer en otro y así hasta el infinito o hasta llegar al fin de la historia (sería algo así como un inmortal a medias, alguien que vive en esta época un poco resignado a vivir en ella porque viene del pasado y al pasado vuelve en cada fascículo, y en esto vuelvo a pensar en los grabadores y los dibujantes).
Oscar Masotta resalta esta historieta en particular, porque acá deja de ser la hermana tonta del cine (una tira de imágenes sucesivas que narran algo pero en papel) para elevarse a sí misma como un lenguaje a través del dibujo. Toma a Breccia como ejemplo donde el realismo de una escena horrorosa (como un asesinato), deja de lado la sangre o los cuerpos desgarrados y en cambio aparecen en primer plano los efectos especiales del dibujo que podrían ser los gestos precisos que se necesitan para hablar del horror (las estampas con tapitas, y todo eso). Creo que a esto se refiere Breccia cuando habla de que tardó años en encontrar un estilo propio y que cuando lo encontró se dió cuenta de que al final el estilo no importa. Lo importante es el concepto. Vuelvo a insistir en la actualidad de esta frase, hace años que desaparecieron las firmas en la parte de adelante de las pinturas porque se firma con el propio estilo del pintor, cada pintura es algo así como una firma gigante.
Creo que para dibujar (o hacer grabado, que muchas veces es lo mismo que hacer un dibujo pero en serie) hay que ser un poco estúpido, porque hay que concentrarse en cosas estúpidas como la ubicación de una línea y su dirección, el plano que tiene al lado o el gesto que se le da al trazo. No es lo mismo cualquier dirección, parece estúpido pero no lo es, y lo mismo lo pienso para los planos o los manchones. (Ese charquito de tinta y esa línea que por fin dejó de ser yo). Es estúpido porque alrededor el mundo parece venirse a pedazos pero al final el mundo siempre encuentra una dirección también. Me pregunto si las líneas que uno traza con el dibujo no podrían ser como mini gérmenes que ayuden a encontrar ese concepto del que Breccia tanto hablaba.
De todas formas y por más vueltas que le dé al asunto, los pensamientos son lo más insulso que hay, como dice Roquentin, y para mi tiene razón, los pensamientos son insulsos, ¿sabés qué cosa para mi no es insulsa? Dibujar en el taller.