Leí un libro de Deflina Korn que me gustó mucho y pensé inmediatamente en los dibujos de Clara Esborraz, que me gustan mucho también. No pensé en cómo una obra ilustraría hipotéticamente a la otra. Todo lo contrario. Se me ocurrió pegarle una vuelta en espejo a ese encontronazo entre dibujo, vida cotidiana y literatura.
El yanqui es una novela en la que todos los párrafos dicen algo, en el sentido de que todas las frases contribuyen a una imagen. Es una sucesión caótica de escenas donde narradora, personajes, contexto, sensibilidad y patetismo, así como también escalada del conflicto y peripecias, se retuercen. Ese juntadero de experiencias no es para nada barroco sino llevadero, rítmico, sucesivo, “sin respiro”. Cierta forma vital-beatnik, atravesada por el desprejuicio del partido de San Isidro, por los ecos sociales diversos de las localidades que lo componen y el amor a un “yanqui” de otro nivel adquisitivo; por la ira y el candor que generan vidas así, atravesadas por la avenida Libertador y por el ferrocarril Mitre en igual medida.
Con esta novela me di cuenta que la literatura autobiográfica tiene una chance sin igual, una responsabilidad incluso para las artes de ahora. Como todo el mundo cree que mucho de lo que se escribe es autobiográfico, lxs autorxs de este género podrían transformar los sueños y los delirios de sus lectorxs en realidad. Están en el punto donde cualquier cosa que digan puede pasar como real, como “algo que le pasó de verdad a alguien”. De ser así, la escritura podría volverse performática de vidas extrañas al común, con alegrías y tristezas distintas a las de tomar mate, sufrir bullying o almorzar con la familia. Así lo demuestra Delfina Korn con su novela. Me la imagino disertando ideas de este tipo: miren, tuve una adolescencia así como la que cuento, ¿qué me dicen? ¿No ven?, hay vidas así de estrambóticas. Hay contexto para que desarrollen vidas así, solo hace falta la literatura para narrarlas con su vidrio y su perfume.
En el límite de la literatura autobiográfica, en su crisis final, esta novela aparece para decir que la literatura autobiográfica puede ser mentira y con eso empujar a verdades más riesgosas, a experiencias de vidas más vericuetosas. Que la literatura se parezca a la gente, diría un realista gris. Que ciertas formas culturales colapsen por cierta literatura, que la gente se extravíe por esa literatura, que lea ahí un modelo de vida constante y sonante, dice la tradición a la que pertenece Delfina.
Hay una correspondencia entre la forma de escribir de Korn y la forma de dibujar de Clara Esborraz. Delfina genera frases cortas, que salen para adelante sin pensar demasiado, una atrás de la otra. En Clara hay un rayón atrás del otro, sin distinguir si dibujar es esculpir, cincelar o dejar registro de la fuerza. Pero Clara agrupa las rayas y no huye, tiene un ahínco trabajoso que la lleva a encontrar la imagen. Esa imagen que encuentra narra de manera muy similar a Delfina: exagera, explota, libera las acciones. Un poco las somete a su delirio y un poco el delirio se ve limitado por “la realidad” de la escena. Las dos generan relatos blandos que brillan. Incluso Clara transforma el imaginario de sus imágenes hacia la acción, donde hay personas y objetos a quienes le pasan cosas. ¿Podrían pasarle a cualquiera? sí, lo que pasa es que nuestra alienación fundante a veces requiere del arte para desactivar el trauma y fundar un camino hacia algunas experiencias más fuertes, antropofágicas, laborales, sexuales o civiles. Clara no solo ablanda con sus dibujos el esquema inerte de cierta vida normal de los objetos, el esfuerzo o el amor. Ahora escapa y llega a lo que también llega Delfina: la situación de vivir como un experimento ajeno al juicio, donde se cuela el espanto y la joda, el dolor y el color.
Clara y Delfina cuentan historias con protagonistas distintxs, no comparten contexto ni escenario. Clara inventa microespacios con el dibujo para que veamos sus componentes con ojos obsesivos, para activar la sugestión desde una fantasía que rápidamente encuentra un lugar real en la conciencia para desarrollarse y pulular. Son dibujos que nos generan ganas de afecto, energía, acción. Delfina parte de una vida doméstica de clase media, típicamente familiarista, pero hace de eso una psicodelia enroscada, neurótica y liberacionista.
Ahora que escribo lo que cada una tiene de distinto con la otra, pienso que el complemento se hace más patente, se espejan y explotan. Que es una linda idea seguir estando en lo que hacen para escapar a la abulia, al tedio real de un domingo.