Las aventuras de Jimena Croceri — Juan Laxagueborde

Victorica
10 min readMay 3, 2022

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Uno
Ya nadie mira noticieros. Digo, esos programas que empezaban y terminaban y se parecían a un diario en papel: los temás más importantes al principio, después los temas internacionales, luego las variedades sociales, notas de color, policiales; después deportes y por último cultura, espectáculos, cosas asi. Para el final se guardaban el as de espadas: el pronóstico meteorológico. Esa información requería de no más de un minuto. Ahora la cosa cambió, no solo los noticieros prácticamente no existen, sino que el pronóstico del tiempo es permanente, no hace falta más que escribir “weather” o “SMN” o “Tn pronóstico” en la computadora. Todo el tiempo podemos tener cierta noción más o menos previsible de lo que va a pasar en el cielo. Esto nos acerca a una certeza rayana al positivismo, que era una ciencia de las ciencias, una filosofía de la previsión y el orden, una iglesia laica, que tuvo sus años de estrellato en la segunda mitad del siglo XIX. Legó a Brasil el lema “orden y progreso” que prima en su bandera y a este país, bajo la presidencia de Julio Argentino Roca, otro lema, ya olvidado o encarnado inconscientemente: “Paz y administración”. ¿Quién no está de acuerdo con la paz? Lo que discutimos es a qué costo. ¿Quién está de acuerdo con la palabra “administración”, que se parece a orden pero es más contable, más comercial, menos contingente? Orden tiene su antónimo, vivimos entre el orden y el desorden. ¿Pero administración? Es una palabra extraña.

Pues bien. el pronóstico del tiempo ya no es pronóstico sino administración permanente del tiempo, incluso con fulgores de espectáculo, stand up y chistes con lxs conductorxs sobre la camisa que lleva puesta el meteorólogo canchero o acerca de qué camperita tenemos que llevar si vamos a ir a tomar un trago a alguno de esos bares caros y normales de la calle Donado.

Cuando no sabemos el pronóstico sólo queda la experiencia, salir a la calle, permanecer atentxs o relajadxs pero a la buena de la diosa naturaleza: que pase lo que pase. Tengo para mí que la obra de Jimena Croceri, prácticamente todo lo que hizo y hace, responde a esa inquietud: la intemperie puede ser un buen lugar.

Dos
Quiero acordarme qué es lo primero que vi de ella y me parece que fue un video donde Jimena samarreaba un pullover que tenía puesto, agarrandolo con el dedo pulgar y el índice a la altura del pecho y dejando que salga expulsada, como una nube que partía de su propio corazón, una materia polvorienta que durante unos poquitos microsegundos pendía delante suyo y después se escapaba a sus espaldas. Inventaba una nube. Todo eso sucedía en una terraza, al aire libre. Me pregunto ahora por qué lo hizo al aire libre y no me importa, no quiero caer en el mecanismo de mi pobre camino hacia la razón para conjeturar, sino tener en esa imagen algo que puede estructurar todo lo que me pasa con el trabajo de Jimena: gran parte de obra es afuera, está afuera. Esto quiere decir que tenemos que salir a su obra, que no alcanza con el adentro de cada unx, que nos exige una aventura. Jimena se la pasa viajando no porque quiera ser una artista “del mundo”, sino porque tiene una actitud de curiosidad fundamental, es decir fundante para lo que hace. Salir estructura su obra y a lxs interesadxs en ella. Hay otros dos videos que pueden ser una nota al pie de esto último que decía: en uno, filma los rastros de pastos, cardos, espinas y basuritas que se quedan pegados a un pullover (¿será el mismo que el de la nube?) después de echarse al pasto a estirar el ánimo. En el otro tira moneditas en loop desde el techo de una casa, que caen rodando por un toldo de chapa, ahí lo importante es el sonido.

Fotogramas del video del pullover, aparecidos en la revista Mancilla n°10, junto a varias imágenes de su obra

Pero la propia idea de un afuera, de un aire libre para todxs, aunque curtido por la vida social que contamina, condiciona y atraviesa la naturaleza, no dejando rincón sin tocar, no alcanza. Me doy cuenta que ese afuera vuelve a ser un adentro, vuelve a tener las característica de hospitalidad, habitación y guarida de ocurrencias cuando pienso que su obra trata también, o más que nada, como si fuera en un nivel que incluye a la intemperie y la integra, acerca de lo viviente sin más.

No me puedo olvidar de un aforismo de una serie hermosa que escribió en uno de sus viajes, esta vez al Amazonas. De aquel periplo literalmente en medio del continente, rodeada y clavada en los flujos de la humedad, los ríos, las pirañas, los idiomas y biomas del lugar, las comidas, los cantos y las cien formas que pueden tenerse por aquellos lares para decir por ejemplo la palabra bote, Jimena se trajo dos líneas de trabajo que nacieron juntas y se fueron trenzando con ella: grabó sonidos y escribió esos aforismos/tuits, que más vale catalogar como haikus para que tengan la dimensión justa y se diviertan en el orden del saber sin restricciones occidentales del que parecen provenir. Muchos de ellos fueron publicados en la revista El suelo bajo el título “La trampa del trópico” en 2017. Copio tres:

Cuando hablaste y el vegetal estaba grabando / caramelo o carozo

Ladrillo tierno / ganaba el que quedaba más pobre

Una planta que tenía carita y escupía / algo se mueve y no se deja ver / abrí una fruta / el atardecer nublado une todo / surrealismom / desconozco lo conocido

No son sino piezas extrañas, como frases lanzadas en trance, prestándole más atención a lo que se siente que a lo que se dice. De ahí que la palabra surrealismo se deforme como en un barrial resbaloso.

Pero elegí traer esa serie solo para citar este que viene ahora, del que no me puedo olvidar por suerte, uno de esos versos que me parece importantísimo y que me ayuda a seguir pensando en lo viviente como lo que acompaña la lógica imperfecta (verdadera sin artificios ni chanchullos de sofisticación innecesarios) de Jimena. Es este:

El polén del fui, el pétalo del soy

Jimena nos enseña tranquilamnete, al pasar. Con esta frase nos propone que las palabras transmiten el tiempo, su paso y su conflicto. Ese verso demuestra que todo el tiempo es momentáneo. Que el tiempo, lo viviente, está hecho de momentos y movimientos; no es casualidad que esas dos palabras tengan la misma raíz etimológica. Jimena tramita señales que lo viviente nos pone adelante, las traduce y las reúne contenta. Son señalamientos vitales de lo viviente, con los recursos mínimos, prácticamente sin afectar lo que señala. En ese sentido su obra no alerta nada ni subraya nada y se distingue de aquellos artistas tan preocupados por el antropoceno, tema fundamental pero pobremente expresado cuando se es tan conciente de que se quiere dar un mensaje, bajar una línea o alertar sobre el peligro del apocalipsis.

Es como si Jimena pensara al revés: hay arte cuando se puede hacer lo que sea por detrás de los decorados de la civilización, contrariando sus códigos, bibliografías y lenguajes. Me parece que suele conversar, desde sus objetos y acciones, sobre las alternativas sutiles a las que puede llegar quien inventa lenguajes después de haber permanecido colocada con todo el cuerpo en lo viviente, aún cuando tiene que tomarse el colectivo para ir a trabajar o cuando lava los platos mirando los azulejos de la cocina o cuando baila canciones de Connan Mockasine en un monoambiente de Caballito norte.

Tres
Jimena tiene actitudes de bióloga bricolleur mezcladas con las de una antropóloga sui generis y es una viajera a la que le da lo mismo ir a Neuquén que a Bogotá o Paris. Por eso puede indagar en la transformación de un abrazo en mancha, en la comunión de manos como forma de puente y canaleta o en la transformación como manera afirmativa de nombrar a lo que otrxs llaman crisis.

No mide lo viviente sino que se pone a su costado. No lo mide ni lo enfrenta. No se enorgullece de ser humana, pero tampoco tiene la demagogia de hablar en nombre de todo lo viviente que la excede. Se relaciona, se complementa con lo demás.

A veces me hace acordar a una feriante que ofrece manifestaciones pequeñas y frágiles a cielo abierto, entre cosas y naturaleza. Pero también a veces me da la sensación de que no para de depurar y depurar todo aquello que ya hizo hasta el punto en donde no prima ni la artista ni su materia. Parece haber encontrado la relación exacta, y por lo tanto imaginaria o provisoria, entre nosotrxs y todo lo demás. De ahí que su obra sea popular, porque supo encontrarle la vuelta al discurso inventando uno que venga de la naturaleza, pero solo para que esta siga primando y genere un nosotros circular, sin jerarquías ni egos.

El sábado pasado fui al Museo de los inmigrantes a ver Nombrar ríos, hacer gárgaras la muestra que Jimena y la artista suiza Sarina Scheidegger hicieron en colaboración, curada por Lucrecia Palacios. En el centro de todo esto está el agua como flujo, hecho social, rastro de los orígenes de lo viviente, herramienta para divertirse, fondo final del pasado y el futuro. El río habia estado presente ya el año pasado, cuando puso a dialogar cascotes, aguas del Riachuelo, puente y camiones cerca de la vuelta de Rocha.

Después de la muestra me quedó la sensación de que toda su obra se mantiene orgánica y desperdigada en sentidos totalmente variados que convergen en un lugar que ellos mismos forman. Se repiten un montón de signos que ella misma se encarga de saturar para que terminen indicándole para dónde seguir. Por ejemplo: en esta exhibición, además de los dibujos hechos con tinta, papel absorbente y empuje de la orillas del río Reconquista en la zona de Ezeiza o algún mar a donde le hayan agarrado ganas de hacerlos, hay unas cajas de cartón comunes llenas de agua. Las cajas resisten lo que pueden, absorben algo y siempre dejan ir parte del agua, que queda al costado encharcada, tan quieta como en las cajas pero con formas extravagantes. La obra de las cajas, que debe tener ya diez años, convive de manera elocuente con esos papeles más recientes y con la perfomance (indispensable para esta muestra).

De las acciones de las performers, que se relacionan con algunos objetos que las artistas despliegan en el espacio para que ellas hagan con eso preguntas en voz alta sobre el agua o interpreten como si fuera una partitura las vetas de una madera, me quedo con un momento. De repente cada una de las performers agarra el celular y empieza a moverse sin rumbo coordinado, cada una a su manera, por el espacio. Algunas exageran contorsiones, otras se encorvan y caminan más lento, derechito. Otras zigzaguean, se frenan, dan un paso al costado, vuelven para atrás. En un momento me doy cuenta que interpretan ríos, que van mirando en los mapas los surcos de distintos ríos y tratan de imitarlos con el cuerpo, como si cantaran caminando en silencio. ¿Qué es esto? no sé, pero me parece que da en el centro de la obra de Jimena: un poco mirar desde afuera la parte impenetrable de lo que se nos va de las manos, del corazón y de nuestra neura ciudadana, otro poco divertirse con las bondades no humanas de lo que se mantiene vivo, otro poco la conversación como se pueda con lo que tiene otro lenguaje, sea esto un mapa o un río digital; incluso el río real, ya que mientras vemos esto vemos también el Rio de la Plata de fondo, entre los ventanales de los salones del museo.

Jimena es tan estoica y austera como Juan L Ortiz, forma parte de esa sensibilidad. Ortiz escribía poemas como este, y vivía con una sensibilidad artística cotidiana que partía de su lírica.

Todo el día mi alma hoy estará suspensa
de la voz del agua,
como en un sueño
mojado.

La voz del agua
dulcemente cierra el mundo

¡La voz del agua!

Todo el día seré un niño
que se está durmiendo.

La vida será sólo
una voz querida.

Este poema se llama “Lluvia” y reenvía directamente a una de las instrucciones cariñosas que están ploteadas en las paredes de la sala y en el libro de indicaciones/haikus que publicaron con Sarina para la ocasión, como recomendaciones para lidiar con el vacío cuando no sabemos por dónde puede venir la angustia del apocalipsis personal, nacional o global. Da lo mismo, puede ser la misma la sensación. Hay una indicación bastante estremecedora y cómica que dice esto: “si entra une niñe en la habitación, arrodillate y tomá un sorbo de agua del lado opuesto del vaso”.

Cuatro
El arte porteño reciente es contemporáneo de discusiones universales sobre la maldición humana, las consecuencias de cierta perfidia de orígenes remotos, el capitalismo financiero y la estupidez en general que nos atormenta. ¿Cuán estúpidxs seremos? ¿De las sogas de qué palabras o razones estamos atados?´¿Cómo cambiar algo con una conciencia tan estructurada por lo que nos hizo mal? No sé si Jimena y su obra se preguntan eso. Pero por lo menos a mí me ayuda a salir de la encerrona de este tipo de preguntas. Del otro lado de la ventana del arte general sobre las cuestiones ambientales está el arte de Jimena, más terrenal y afectuoso, menos solemne y más cotidiano, pero mucho más arriesgado en integrar la redención al trajín cotidiano.

Jimena nos anima a darnos cuenta que cualquier cosa es una partitura y es ahí donde la charla entre vivxs no puede no darse si hacemos el esfuerzo sensible suficiente Se me aparecen no se por qué cuatro imágenes frases que se compaginaron de un tirón mientras escribía y me van a dejar pendiente: una es ese objeto despanzurrado de Liliana Maresca llamado “Mono y esencia”, otra es alguno de los cuadros de Pablo Suarez a través de ventanas que dan a mesetas de colores blandos pintados en un momento oscuro. Otro es un poema de Leonidas Lamborghini que se llama “La ventana” y en un momento dice “lo muriente de contemplar lo muriente”. La última es del filósofo Theodor Adorno: “Existe algo muy verdadero en el elemento juguetón y despreocupado del arte, pues nos recuerda a un mundo habitado solo por animales”

Me doy cuenta que escribir sobre Jimena me hace acordar a algo que no me pasó nunca, estar viendo crecer en cámara rápida una selva o una ligustrina circular que da sombra y tranquiliza o un ramo de flores todavía sin cortar, dispersadas por campos llanos donde quedan seres vivxs cantando algo que en ese momento empieza.

Las placas de madera que las performers interpretan a la manera de partituras con la voz y el cuerpo

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