LAS VOCES DEL REINO — Nicolás Moguilevsky

Victorica
3 min readSep 22, 2022

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Frente a un linaje maldecido por los dioses se inscribe un firmamento. Rondan los espectros vivos de la descendencia, ríen los demonios patronímicos danzando su ritual de odas al pagador. Ante las costas espejadas de dos continentes, los entes de la venganza y el despojo se encuentran en comunión zonal, aún sin conocer sus cuerpos. En la armonía del desquite, la vindicta pública representa un verdadero paredón de basalto de origen volcánico que, por fractura, forma en el curso inferior del río Iguazú maravillosas caídas de agua. En esta asociación se acercan carne, sangre y oro a los arcos del dolor.

Hay dos imágenes fijadas entre el ágora y la puerta interior. Por un lado las formas de un suelo que mira hacia los cielos de Atenas, de Misiones, de Pompeya. Por el otro, padre e hijo viajando hacia un paisaje específico. Atraviesan la ruta del avistar y su propia filiación. Nahuel Vecino, pater de su hijo Elías, inscribe la identidad de la maldición en la tierra del héroe guaraní, cruza los dominios de Atreo, rey de Micenas, en busca de Ñande Ru Eté Tenondé, gran padre y primer creador de la lengua guerrera del Paraguay.

Donde la geometría quiere conjugar el vértigo del volumen se puede imaginar el trazo y el color que arrastran la venganza de los dioses en el territorio de los que no aprendieron a vivir. Entre el arte bizantino y el nuevo humanismo avanza un colectivo de larga distancia hacia terrenos pendulares de aguas salvajes, originados hace más de cien mil años.

Un final átrida para un principio indebido que busca el pulso de aquel hacedor de origen fundado con la sangre de Tiestes, hermano gemelo de rey.

Solo Apolo pudo interrumpir el ciclo de violencia, y solo Nahuel Vecino pudo encontrar el equilibrio entre tragedia y belleza en los alrededores de la casta maldita. Orestes, el matricida, juzgado en la colina del Areópago por el primer tribunal criminal de la ciudad de Atenas comparte celda, a la espera de su ejecución, con cinco narcos que cayeron con mil trescientos ochenta y siete kilos de marihuana en un operativo a la altura del kilómetro 1.744 del río Paraná, en la zona denominada como puerto San Alberto.

Pero la maldición es incluso anterior a Atreo, quién enfrenta en el espacio un tiempo para el desarrollo posterior: destinos marcados por el asesinato, el parricidio, el infanticidio y el incesto. Ahí se escucha un silencio de madrugada entre hechos de violencia. Avenidas conurbanas recorren al regresar de su peregrinación el hijo y el padre, cruzan colectoras entre fábricas que decaen al ritmo del país. “La belleza está lejos”, puede pensar el conductor del micro, pero la tiene frente a sus ojos. No es en Grecia o en Italia donde hay que buscar la inusual revelación. Todo se encuentra donde se lo busca.

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