LOS IDIOTAS DEL FUTURO — Coty Chiappini

Victorica
3 min readOct 27, 2024

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Quería hablar sobre Horacio Gonzalez, pero releyendo su ensayo sobre Spinetta cada vez me siento más pobre de ideas y vocabulario en comparación a las capas de sentido que desarrolla después de tantos años de navegar entre los conceptos. Además no soy socióloga.

El otro día, en una entrevista de La Nación, leí a María Moreno citando a Barthes, decía que con otros autores no se comparaba sino que se identificaba. Cuando el otro ya dijo lo que una piensa no encuentro forma de contribuir mucho más a la discusión, no soy buena para la crítica, me faltan herramientas y encima estoy cansada. Tampoco soy escritora.

En estos meses me sometí a un baño de humildad similar a que te corten el gas y te duches con agua fría todos los días. Últimamente no hay descanso de esa sensación de derrota repetitiva a la que nos someten apenas ponemos los pies afuera de la cama.

Las proezas para construir esta soberana nación son mancilladas por una opinión pública cada vez más burra. No hay sobre lo que profundizar, las discusiones reposan en una fina capa superficial de idiotez e ignorancia. Encima una siente que ese embrutecimiento también se le pega como una peste, una plaga.

El idiota del futuro socava su presente material bajo preceptos caducos de teorías económicas anacrónicas, estereotipos y arquetipos también traídos del siglo pasado, con tintes mesiánicos análogos a un apocalipsis cognitivo y un evangelismo condenatorio del sexo premarital, no por convicción sino por imposibilidad. Construyen comunidades virtuales en las que son un avatar reaccionario, emocionalmente traumado y adolescente, de hecho hay una canción actual que los describe perfectamente.

El idiota del futuro no tiene historia oficial, son los primeros en caerse del mapa y posteriormente los recogen las investigaciones académicas sobre marginales, lumpenes y grupos susceptibles a ser introducidos en sectas religiosas. Los que quedarán indemnes sufrirán una conversión paulatina que posteriormente olvidarán, se mimetizarán en el ágora democrática sin mayores consecuencias que la confusión perenne sobre su equivocación, fundada en la negación. A mí particularmente me llena de placer verlos correr, me colma de regocijo como un inocente regalo navideño anticipado, una ansiedad como de año nuevo.

Por otro lado, a veces deseo que los que hacen usufructo de esta crisis, en otros sentidos, también corran o queden en el olvido por promover ciertos productos de ídolos que enfrentarán un ocaso similar. Me enerva su posición de referentes, de las vacuas soluciones éticas y estéticas propuestas ante tamaño conflicto. Si removemos en las aguas de la moral vamos a encontrar el barro sucio de su génesis y su conversión oportuna en un golem que no nos salvará de nada. No les dedico más tiempo porque todavía falta el clímax del arco narrativo en el cual se consagran como imágenes campantes y ordenadoras de la resistencia. De allí en más, la pendiente abajo de su egolatría va a ser escabrosa. Eso también espero, entre otras cosas.

Ayer me levanté y me puse a leer El Matadero mientras desayunaba, así como el otro día mientras cenaba miraba en simultáneo videos de las tomas de las facultades y del huracán en Florida. Me sentí un dios vengativo que se alimenta de la violencia, va engordando plácidamente mientras gira incandescente iluminando todo, simulando ser nuestro astro rey.

Hace unos meses, el sentimiento de venganza era una sensación más bien pasajera que con el tiempo se fue constituyendo como pilar, alrededor del que giran los deseos más oscuros y los pensamientos intrusivos, ora colectivos. Yo los puedo mitigar y quedarme sólo con las imágenes, me alcanza con la imaginación fotográfica, pero sé que están en el aire, en la calle. Serán otros quienes los lleven a cabo. Un día, cuando a alguien le esté dando el sol demasiado fuerte en la cara, el sudor le nuble los ojos, sin pensarlo mucho: va a gatillar.

El silencio después del eco retumbando entre los edificios nos dejará sordos por un rato, los imbéciles dejarán de serlo por una fracción de segundo y todos, sin excepción, caeremos en el vórtice del absurdo arrasador.

Y a esto sí lo sé. Porque no seré muchas cosas y habré intentado ser otras, pero desgraciadamente soy el oráculo y ellos son idiotas.

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