Asisto a una charla en la muestra Exhibición fundamental de arte argentino en los libros de la poesía y la ficción. En la planta baja de LAR se apoyan sobre una repisa de madera pegada a la pared, uno al lado del otro, los libros de la Biblioteca argentina fundamental del Centro Editor de América Latina. Cada libro reproduce a tapa completa el fragmento de una pintura argentina, y todos juntos dibujan una linea de palabras y colores. Bélen y Juan, lxs curadorxs, ordenaron las tapas por dominante de color dando como resultado una vibración de temperaturas que anclan la vista en un horizonte que se acerca o se aleja. En el espacio hay mesas y banquitos a la altura de la cintura o de los tobillos y encima unas almohadas alargadas que dan ganas de abrazar. Sobre las almohadas hay mas libros, abiertos y cerrados, exhibiendo ilustraciones a color o en blanco y negro, masas de texto comprimido, contratapas gastadas, subrayados o anotaciones espontáneas de algún lector desvelado en su lectura.
Los libros son objetos me dice la muestra. Afirmo y acompaño esa declaración, los libros son objetos y sus tapas son el rostro del contenido que guardan. Y muchos de estos rostros muestran pinturas donde hay otros rostros, aunque también hay abstracciones geométricas o expresivas, vistas de campos abiertos, interiores, u objetos apoyados. Al verlos todos juntos, tantos rostros de libros mirándome desde la repisa, pienso: yo los recuerdo, en casas de amigxs y familiares, en librerías de usados, en las cajas de saldos acomodadas en la vereda de las librerías. ¡Cuántos libros! ¿cumplieron su función las tapas? ¿los contenidos? ¿la biblioteca argentina fundamental?
Lxs oradorxs en la muestra hablan y cuentan sus pareceres en relación a la transformación de las políticas culturales a lo largo de la historia, el vértigo de las decisiones editoriales en la argentina, las relaciones de la imagen y la palabra. Se suceden nombres (Borges, Sarmiento, Giambiagi, Quiroga, etc) y relatos de cuando éramos niñxs. Yo estoy sentado en una de esas sillas giratorias de escritorio y escucho la conversaciones con ánimo y atento. Sin embargo, el sol está bajando y unos últimos rayos llegan a mí en la forma de sables benevolentes que solo quieren verme dormir. Miro con deseo las almohadas que sostienen los libros: me gustaría hacerme diminuto y acostarme sobre ellas, atender detenidamente las ilustraciones y seguir disfrutando de las voces que resuenan y se acercan desde lejos.