MIGUEL VILADRICH, EL PINTOR DE LA SUBASTA — Cristian Osuna

Victorica
5 min readMar 11, 2023

--

La primera obra que vi de Miguel Viladrich fue Zoilo y el oso hormiguero. La encontré hojeando un catálogo de subastas en el taller de una amiga y me detuve porque me sorprendió ver a ese animal siendo pintura. Día a día consulto mucha pintura, a decir verdad ocupo más tiempo en eso que en el ejercicio pictórico propiamente dicho, y a veces me pesa porque me gustaría ser más pintor y menos especulador. Pero en este caso me alegró saber que rápidamente la obra de Viladrich ingresaba en mi lista de motivos extraños y precisos de pinturas, junto a un beso durante la proyección de una película al aire libre de García Sáenz; el equipo de fútbol con su director técnico de traje de Juan Eichler; los simpáticos personajes ¿extraterrestres? bailando con una mujer en el planeta Marte de Adolfo Ollavaca; lxs niñxs como ángeles de Primaldo Mónaco y muchas otras que despiertan en mí una curiosidad por hallar una pintura distinta en una historia sobrevolada de imágenes.

Se dice que hay pinturas que hablan por sí solas, y si, es verdad, lo compruebo todo el tiempo, pero en muchos de estos casos interesa más saber de quién proviene. En ese momento pensé que la pintura sería parte de alguna sección de venta de obra internacional de la subasta, por su manufactura más clásica, pero confirmé que no, allí decía Escuela Argentina. 1887- 1956. Recuerdo que en una clase de la facultad un docente nos dijo que lo mejor de la pintura argentina lo íbamos a encontrar en exposiciones de subastas, era allí donde había que buscar el arte. Nunca presté atención a eso, y en parte porque si analizo de quién provenía el comentario su trasfondo podría tener dos variables: o una pasión por ciertas formas del arte moderno, o un rechazo al arte contemporáneo. Sin embargo ahí estaba yo, googleando a Viladrich después del encuentro, encontrando algunos datos junto a unas pocas pinturas que se sumaban a la que acababa de conocer. Había nacido en España y vivió sus últimos días en Argentina. Abrí el buscador de Mercado Libre y apareció un libro, Miguel Viladrich: un catalán universal. Su tapa llevaba la misma imagen con la cual yo lo conocí, como una señal entre él y yo viajando en el tiempo. Era más caro el envío que el libro, lo cual me hizo pensar en el absurdo de todo esto, y de un impulso compré el libro en una apuesta insignificante al futuro.

Si bien nunca dudé de esto, ahora sé que Miguel Viladrich fue un gran pintor. Su oficio le brindó una vida de artista. A sus veinte años ya recorría ciudades y pueblos de España gracias a una beca para estudiar pintura. Es así que también viajó por varios países como Italia, Francia y Estados Unidos. En 1919, ya ingresado a los treinta, hace su primer viaje a América, siendo Buenos Aires su centro artístico donde expuso en varias ocasiones y la colectividad española en Argentina donó su obra “Seis herederos” al Museo Nacional de Bellas Artes. Al año siguiente se radica en Montevideo pero comienzan a hacerse constantes los viajes por el mundo, incluyendo Buenos Aires. Estalla la Guerra Civil Española en 1936 y permanece en Barcelona por tres años, abrazando la causa republicana. Durante este período su obra fue escasa, pero se destaca una pintura de un soldado desnudo, con casco, rozando un homoerotismo comparable con los retratos masculinos de boxeadores y marineros de Jorge Larco. Y al final de estos años agitados, debe exiliarse y realiza un viaje nuevamente a Argentina.

Así como alguna vez Gertrudis Chale eligió Salta, o Carlos Giambiagi fue rumbo a Misiones, Viladrich decidió que Catamarca sería el lugar donde continuaría la búsqueda de la verdad de su pintura. Me lo imagino de nuevo, pintando bajo el alero de un rancho como aparece en una de las fotos del libro, quizás a un muchacho de esa región, o a un puma, o habrá sido a Zoilo y su oso hormiguero. Es que en la pintura de Viladrich todo parece convivir en armonía, no hay hostilidades en sus personajes y mucho menos signos de amenaza. Será que tanto en la mirada del animal como en la mirada de las personas (El niño de la sandía, La Hilandera, La Chola en la tienda, El chico de la mulita, y Néstor, el chico del tambor, entre otrxs) está el reflejo de su mirada hacia la vida, la posibilidad de un mundo mejor. Quizás ser universal no tenga que ver con viajar por el mundo y recorrer países, ciudades y pueblos, sino en la voluntad de reconocerse en esa comunidad humana y animal, en la naturaleza profunda de ese paisaje. Desde allí siguió recorriendo el norte del país y Bolivia, y realizó muestras en Río Cuarto y Rosario, falleciendo en Buenos Aires en 1956.

Este libro fue motivado en gran parte por su familia, muchos años después de su muerte, para una exposición retrospectiva en el Palais de Glace en 1991, por iniciativa y esfuerzo de los herederos de Miguel Viladrich, representados por Olga A. Ferreiro de Viladrich, y otrxs, anuncia. Se trataba de la misma Olga que firmó el ejemplar que tengo yo en mis manos, con una sentida dedicatoria. Cuando compré el libro vino con una especie de pequeño archivo, firmado también por ella: una invitación a la muestra del artista, una nota periodística acerca de una escultura de su hijo, artista también, Wilfredo Viladrich, y un catálogo de una muestra de su nieto, Alejandro Viladrich, también pintor. Por la dedicatoria imagino que Olga fue esposa de Wilfredo, es decir, nuera de Miguel Viladrich. ¿Qué habrá pasado que todo este material afectuosamente enviado terminó en una publicación más de Mercado Libre?, ¿qué estaré buscando yo en esta plataforma?, ¿estaré pasando a la acción o será un capítulo más de mi especulación?, ¿tendré que irme a vivir a Catamarca, Salta o Misiones para encontrar la verdad de mi pintura o eso solo sería preparar mi huída?

Quiero pensar que todo esto no es más que la oportunidad de poder ver su pintura de nuevo y, así como podemos ver la obra de alguien trabajando en el presente, recibir con la misma novedad y asombro algo que parecía formar parte del pasado.

--

--

No responses yet