Momento artístico y salud mental — Juan Laxagueborde

Victorica
6 min readJun 16, 2022

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Hace unos días un jóven youtuber integrante del macrismo entrevistó a la legisladora porteña del Frente de Todos, Ofelia Fernandez. El anfitrión cree tener una actitud política de entendimiento, ecuménica y popular. Pero resulta ser, si se lo mira y oye dos minutos, un cancherito que expande el discurso clásico un poco liberal, otro poco pragmático-empresarial, otro poco facilongo y otro poco ondero de cualquierx amante de la cultura general y las teorías de la democracia de derecha. En cambio, Ofelia dice lo suyo en campo enemigo y no se hace pasar por nada que no sea ella misma, tiene muchas facetas. Se expande y se organiza desde una partitura propia. Me gusta su forma de hablar, porque habla con el mismo lenguaje en cualquier lugar y a la vez ese lenguaje es variopinto en recursos. En un momento Ofelia se refiere a las tres agendas que considera fundamentales para este momento histórico y dice: ambientalismo, feminismo y salud mental.

Me detengo en este último tópico porque me pareció una novedad para bien. No recuerdo a ningunx dirigentx politicx poner en el centro de los problemas públicos la salud mental. Es más, Ofelia propone politizar la salud mental. No pensarla como un problema individual sino como parte de la incertidumbre de época, de la pérdida de destino general. Asocia la salud mental a la épica: para que haya nuevas formas de lucha tiene que haber antes una estructura épica, un lugar en la imaginación pública donde la épica sea posible, y viceversa. Los destinos colectivos son necesarios pero no suficientes, antes y durante tenemos que sentirnos bien con nosotrxs mismos.

El sábado pasado en El vómito sucedió un encuentro que parecía complementarse con las ideas de Ofelia. Digamos que fue un cónclave de psicología social artística. Conversaron entre sí, y con el público, un psiquiatra, unx dealer y una persona que había estado internada en un centro de salud mental. La charla se dio en el contexto del “Hospital Demarco y granja imichi”, el nombre que Mia Superstar y Lulo Demarco eligieron para nombrar un lugar, una serie de actividades y una ética de la enseñanza sobre los límites humanos y la esperanza en los animales que vienen desarrollando hace un mes en el espacio principal de El vómito. En un lugar sin estatuto pero lleno de vitalidades deformadas por la incertidumbre y la perseverancia como es El vómito, sucedió un hecho social que trascendía los aires burocráticos de cierto arte y de cierta política. Tuvo algo de terapia grupal y de situación catártica en donde los testimonios de lxs invitadxs a disertar y del público general se repelían o abrazaban con necesidad. Se expresaba la necesidad de pensar artísticamente la subjetividad, de poner en el punto que vale la pena la relación de nuestra intimidad maldita y neurótica con lxs demás; pero también con los medicamentos, los bajones, las libertades totales que hacen mal a veces, la familia, la herencia y el regimiento moral de la vida.

Mía y Lulo en medio de la charla

El encuentro era el síntoma. Más allá de lo que decían lxs tres panelistas. Había en el aire un sostén social comunitario para las inseguridades de cada quien.

Fue una charla artística, no solo porque quienes la organizaban eran artistas o porque en El vómito suelen pasar cosas artísticas. Es que lo artístico es también una predisposición, una forma de hacer las cosas, no solo un objeto o efecto. Va más allá de “el arte”. Lo artístico es siempre una mezcla de riesgo y composición, como esa sentencia de Francisco Bochatón: “en medio de entender, actuar”. “El arte”, en cambio, siempre corre el riesgo de verse cooptado por lxs farolerxs de turno. Hay algo de la lógica de El vómito que logra no dejar entrar ni a las personas ni a lxs fantasmas farolerxs. Pero no es que no entran porque alguien se los impide, sino porque la propia predisposición aburrida y calculadora de lxs farolerxs con respecto al arte hace que ni se enteren o lo pasen de largo. La misericordia de El vómito nunca lxs deja afuera, pero ellxs no van. Ese es un ejemplo de que a veces los problemas son más de la conciencia individual alienada por décadas de abulia fifí que de las estructuras colectivas de comunidad.

La frase de Bochatón avisa que entender es un proceso, un lugar ancho y largo, una especie de bosque de pinos donde reina la incertidumbre. Por eso de ese lugar en el que se está entendiendo hay que salir. ¿Cómo que hay que salir? Sí, salir de ahí para entender. Y ese entendimiento sucede actuando. Pero por suerte actuar quiere decir dos cosas: hacer y simular. Cualquier cosa que hacemos es porque nos hacemos un poco algo. De ahí el concepto señero en la psiquiatría social de izquierda que desarrolló José Ingenieros: “La simulación en la lucha por la vida”. Diría que la charla se trató sobre cuáles son los límites de la simulación, qué se tapa y se destapa con las drogas (legales e ilegales) para encontrar el lugar justo entre la sobriedad y el delirio, la única combinación posible para sobrevivir. Cómo combinar el paraíso de las sustancias con la realidad impalpable de nuestras conciencias desplomadas. Entender no es un punto al que se llega sino un lugar extraño en el que se está. Si entendemos todo nos volvemos locos, para no volvernos locos hay que entender haciendo. Ese hacer es más lindo cuando es amistoso y conversacional. Tal como pasó el sábado.

Publicación realizada por El vómito que se repartió en las actividades y el libro de José Ingenieros

Hay personas que dan consejos y hay otras que prefieren esperar. Esto quiere decir que hay algunas que se animan a torcer el rumbo del error o la duda de alguien y hay otras que intentan que la espuma baje en el otrx. No aconsejar es una forma del silencio pero también la intención de generar un vacío. Porque cualquier conocimiento, incluso el personal más prosaico, se sostiene en un vacío. No hay origen definitivo de los problemas; si lo hay es el vacio.

En ese silencio habla una voz interior que se conecta por ondas invisibles con su interlocturx diciendo cosas así: “yo no soy vos, si te digo qué hacer puede que termine siendo para vos un imperativo, puede que te lleve a tener más miedo aún”. A veces los consejos expanden la neurosis. A veces no aconsejar expande el silencio y la ola del problema moja a quien lo tenía, pero pasa. Pedir consejos es muchas veces el índice máximo de la desesperación. Sin embargo, muchas veces es la demostración de que no estamos solxs, de que no podemos solxs y necesitamos la ayuda de lxs demás. Esa ayuda puede ser, siguiendo este razonamiento rápido, “el gran consejo” o “la nada”.

Con esto quiero decir que la amistad es una conversación de todo tipo: tormentosa, coral, caótica, de cafetín, de parada de colectivo, de recreo, de urgencia, de balneario, repetitiva, fundamental, cansada o entusiasta. Lo más raro es que la amistad, y los consejos que la animan muchas veces, tienen la locura de la justicia en el centro de su corazón. La justicia es como entender, no se llega nunca totalmente al final. Vivir para entender o vivir justamente se parecen en su fisonomía utópica.

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