MURALES Y SUBTES: GARCÍA SAENZ — Sibila Galvez Sánchez

Victorica
4 min readDec 2, 2022

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La luz que cae por la escalera se acomoda por el golpe azul del tubo fluorescente y hace brillar el manto de la virgen. A un costado cinco niños enfermos y envueltos con sábanas blancas funcionan a la vez como fuga, como contorno y como explicación. El mosaico de La Medalla Milagrosa hace de pronto -me impresiona lo súbito del movimiento- lo más potente que quizás pueda hacerme una obra: me marea. Juego con los diálogos posibles que pudieron antecederla; qué fue lo que le pidieron al autor:

-Algo grande, de tanto por tanto, para la entrada al subte.

-Pensá que la estación se llama Medalla Milagrosa, así que algo que tenga que ver con eso…

-La virgen bien de cerca, en primer plano, y los chiquitos dormidos, acostados en camitas de hospital, etc.

El mareo; el mareo y la náusea no surgen en esas conversaciones. Nadie le pide a Santiago García Sáenz que agarre una cantidad de azulejos y los pinte con manchones azules y rojos y blancos, que haga fluir los milagros de la virgen por sus dedos que son garras larguísimas, que le ponga bajo su manto una multitud de hombres feos y que genere con eso ganas de vomitar. Pero lo hace. Y me hace pensar en lo que aglomera a las comunidades y en los sacramentos y en las comuniones con niñas vestidas de blanco como pequeñas noviecitas de dios y en lo profundo de ese azul en el que la virgen se abre como un tajo.

Me acuerdo entonces de este poema de Baldomero Fernández Moreno que me mostraron hace unos días:

Crepúsculo argentino sin campanas…

¡Qué ganas, sin embargo de rezar,

de juntar nuestras voces humanas

al místico mugido y al balar!

A estas horas marea la pampa como un mar.

Dice Saer que descubrió tardíamente que el poeta no se refería a la imagen del oleaje del sorgo movido por el viento, sino a ese mareo que es, en realidad, el mal de mer; el malestar que genera el revoltijo de las olas cuando unx va arriba de un barco, el mareo que provoca la marea. Y pienso que hay algo de marino en ese mareo que me causa La Medalla Milagrosa brotando como espuma, apareciendo a borbotones desde el fondo océanico y oscuro de los pobres y los enfermos.

Miro de nuevo la foto que le saqué al mosaico: intento escudriñar la escena como quien observa su propio vómito para descubrir qué comida lo causó. Y veo edificios con ventanas que antes no había visto y ahora releo en la foto la firma de García Sáenz; y el año: 2001.

Dejo la imagen. Leo en una nota[1] que la de García Sáenz no es solamente una pintura religiosa, sino también una pintura de clase alta; que además de vírgenes, cristos y niños, en su obra hay trabajadores rurales de la selva misionera con sus torsos desnudos, y que durante los 90 visitó el hospital de clínicas para acompañar la agonía de los enfermos terminales (incluso Liliana Maresca lo acompañó en algunas de esas visitas). Les dedicó a esos cuerpos moribundos el tiempo que ahora yo quiero dedicarles a sus niños enfermos fragmentados por las juntas de los azulejos.

Vuelvo al mareo porque me interesa en tanto limitación física. Las entrañas sacudidas en un cuerpo inerte; en un cuerpo que necesita quedarse quieto, garantizar un piso mínimo de estabilidad: agarrar una baranda, sostenerse de algo, buscar reposo. Me resulta extraña la decisión de poner un mural gigante, que convoca a tomar distancia, a cambiar de perspectiva, a mover el cuerpo de un lado a otro para precisar qué de su iluminación es sol, qué es tubo fluorescente y qué es pincelada de blanco, en un lugar de paso. Más extraño me parece que se trate de una imagen religiosa frente a la que deberíamos, todos y todas, sin excusas, sin reparos, sin apuros, detenernos. Detenernos a rezar y a juntar nuestras voces humanas con el mugido místico que ya no sale de las vacas sino de la marcha bulliciosa de la ciudad.

El mareo entonces como efecto de un viaje largo y de una contradicción: querer quedarme y tener que irme; tener que quedarme y querer irme. La Medalla Milagrosa se erosiona ante los cuerpos que se mueven, que llegan tarde y están cansados; que van y vienen y vuelven a casa.

[1] https://www.pagina12.com.ar/359120-santiago-garcia-saenz-y-su-muestra-quiero-ser-luz-y-quedarme

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