Más queer que la ficción — Eve Kosofsky Sedgwick

Victorica
7 min readMar 23, 2022

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Traducido x Malena Low

Este texto es una versión corta (la introducción a un libro que se llama Queerer than fiction, un complilado de textos de 1996) de otro ensayo más largo que se llama “Lectura paranoica y lectura reparadora o sos tan paranoicx que quizás pienses que este texto se refiera a vos”, un capítulo adentro del libro Touching Feeling: Affect, Pedagogy, Performativity (2003).

A mí y a Ramón nos gusta mucho ella, y hace poco surgió este texto como conversación con más amigxs porque nos hizo pensar varias cosas, entre ellas una forma que tenemos a veces de pensar y escribir (no solo nosotrxs, obvio, sino muchxs amigxs en general).

En los últimos párrafos del ensayo de Freud sobre el paranoico Dr. Schreber, hay una discusión de lo que Freud considera una “llamativa similitud” entre el delirio persecutorio y la propia teoría de Freud. Es muy conocido lo que tiempo después él mismo generaliza: “los delirios de los paranoicos tienen una desagradable similitud externa y un parentesco interno con el sistema de nuestros filósofos” — entre los cuales se incluye él mismo. Por su característica astucia, puede ser verdad que la congruencia postiza entre la paranoia y la teoría fuera desagradable para Freud. En manos de lxs pensadorxs posteriores, sin embargo, se volvió, al menos por ahora, algo menos vergonzoso que un artículo prescriptivo de fe: para la crítica cultural o literaria, el desafío teórico prevaleciente ha sido encontrar formas cada vez más sutiles y minuciosas de implementar una hermenéutica de la sospecha. En un mundo donde nadie necesita ser engañadx para encontrar evidencias de una opresión sistémica, teorizar a partir de cualquier cosa que no sea una postura crítica paranoica ha llegado a parecer ingenuo o complaciente.

Aparte del prestigio que ahora se le atribuye a la hermenéutica de la sospecha en la teoría crítica en general, los estudios queer en particular han tenido una peculiar historia de intimidad con el imperativo paranoico. Freud, por supuesto, rastreó cada instancia de paranoia en la represión del deseo por el mismo sexo, ya sea en mujeres o en hombres. Una cadena de poderosas respuestas a contracorriente del argumento de Freud, comenzando por El deseo homosexual de Guy Hocquenghem, ha establecido a la postura paranoica como única y privilegiada para entender ya no, como en la tradición freudiana, la homosexualidad misma, sino más bien y precisamente los mecanismos homofóbicos y heterosexistas ejercidos en su contra.

Parodias subversivas y desmitificadoras, arqueologías sospechosas del presente, detecciones de patrones ocultos de violencia y su exposición: estos protocolos de desvelamiento infinitamente aplicables y enseñables se han convertido en moneda corriente de los estudios culturales e historicistas, y signos a su vez del estatus especial que la investigación queer y antihomofóbica parece mantener dentro de ese movimiento. Si hay algo obviamente peligroso en el triunfo de una hermenéutica de la sospecha es que el amplio alcance consensuado de tales suposiciones metodológicas, el acuerdo actual de casi toda la profesión acerca de lo que constituye la narración o la explicación o la historización adecuada, puede, si persiste sin ser cuestionado, empobrecer involuntariamente el acervo de las perspectivas y habilidades crítico-literarias. El problema con un acervo estrecho, por supuesto, es su capacidad disminuida para responder al cambio de entorno (por ejemplo, político). Sin embargo, otro peligro del consenso paranoico actual es que puede requerir la desarticulación, la negación y el reconocimiento erróneo de otras formas de lectura menos orientadas en torno a la sospecha que en realidad se están practicando.

Tal vez en lugar de basarse en la comprensión freudiana de la paranoia, a pesar de su útil vínculo definitorio con cuestiones homoeróticas, aquí sería más descriptivo usar el concepto menos diferenciado y posiblemente menos elegante de Melanie Klein de la posición paranoide. El interés del concepto de Klein radica, me parece, en que ella ve la posición paranoica siempre en el contexto oscilatorio de otra posible, y muy diferente, la posición depresiva/reparadora. Para lx niñx o lx adultx de Klein, la posición paranoica comprensiblemente marcada por el odio, la envidia y la ansiedad es una posición de terrible alerta ante los peligros que plantean los objetos fragmentarios de odio y/o envidiosos que uno no puede evitar ingerir del mundo que lo rodea. Por el contrario, la posición depresiva/reparadora es un logro mitigador de la ansiedad que lx niñx o lx adultx sólo a veces, y por momentos breves, logra habitar: esta es la posición desde la cual es posible, a su vez, utilizar los propios recursos para ensamblar o “reparar” los fragmentos de objetos crueles en algo como un todo (aunque no necesariamente como un todo preexistente). Una vez ensamblado según las propias especificaciones, el objeto más satisfactorio está disponible tanto para la identificación como para, a su vez, ofrecer alimento. Entre los nombres de Klein para el proceso reparativo está el amor.

Amor de un libro, incluso de un libro siniestro, amor que genera de la meditación concentrada en sus piezas un libro diferente y necesario; el amor transformador, francamente instrumental, de los artefactos de una cultura, por amenazante que esa cultura misma pueda ser: tal vez ningún impulso tenga menos garantía que ese amor en el clima de una hermenéutica de sospecha. El vocabulario para articular el motivo reparador de cualquier lectorx hacia un texto o una cultura es tan cursi, estetizante, defensivo, antiintelectual o reaccionario que no sorprende que pocxs críticxs estén dispuestxs a describir su relación con tales motivos. El problema prohibitivo, sin embargo, está en las limitaciones del discurso teórico existente más que en el motivo reparador mismo. No menos aguda que una posición paranoica, no menos realista, no menos apegada a un proyecto de supervivencia, y no menos ni más delirante o fantasmática, la posición de lectura reparadora asume una gama diferente de afectos, ambiciones y riesgos.

Leer desde una posición reparadora es renunciar a la determinación paranoica ansiosa y consciente de que ningún horror, por aparentemente impensable que sea, tomará al lector por sorpresa: para unx lectorx reparadorx, puede parecer realista y necesario experimentar sorpresa. Sin embargo, debido a que puede haber sorpresas terribles, también puede haber sorpresas felices. La esperanza, que a menudo es algo que fractura la experiencia, se encuentra entre las energías mediante las cuales lx lectorx en posición reparadora trata de organizar los objetos fragmentarios que encuentra o crea. Debido a que tiene espacio para darse cuenta de que el futuro puede ser diferente del presente, también es posible que considere posibilidades tan profundamente dolorosas, profundamente aliviadoras y éticamente cruciales como que el pasado, a su vez, podría haber sucedido de manera diferente a como realmente sucedió.

Me parece que tales prácticas de lectura reparadora pueden estar, apenas reconocidas y poco exploradas, en el corazón de muchas historias de intertextualidad gay, lesbiana y queer. Por ejemplo, las prácticas camp identificadas como queer han sido durante mucho tiempo la prueba para los críticos que quieren describir y privilegiar una hermenéutica de la sospecha más radical. Siguiendo una influyente discusión sobre la performance de género por parte de Judith Butler, el camp se entiende actualmente como especialmente apropiado para los proyectos de parodia, desnaturalización, desmitificación y exposición burlona de los elementos y suposiciones de una cultura dominante; y el grado en que el camp está motivado por el amor a menudo parece entenderse solo como el grado de su autodesprecio en complicidad con un statu quo opresivo. Según este relato, la mirada de rayos X del impulso paranoico en el camp ve a través de un esqueleto sin carne de la cultura; la estética paranoica, en consecuencia, practica una elegancia minimalista y una economía conceptual.

El deseo del impulso reparador, por otro lado, es aditivo y acrecentador. Su temor, uno realista, es que la cultura que lo rodea sea inadecuada o enemiga de lo que lo nutre; quiere ensamblar y conferir plenitud a un objeto que luego tendrá recursos para ofrecer a un yo incipiente. Ver el camp como la exploración comunal e históricamente densa de una variedad de prácticas reparadoras es poder hacer más justicia a muchos de los elementos definitorios de la performance clásica del camp: los sorprendentes y jugosos despliegues de exceso de erudición, por ejemplo; lo apasionadamente anticuado (a veces graciosísimo), la producción derrochadora de historiografía alternativa; el “sobre”-apego a productos fragmentarios, marginales, de desecho o sobrantes; la rica variedad afectiva altamente disruptiva; la irreprimible fascinación por la experimentación ventrílocua; las desorientadoras yuxtaposiciones del presente con el pasado, y de lo popular con la alta cultura.

El pegote de belleza excesiva, la gigantesca inversión estilística, los brotes inexplicables de amenaza, desprecio y añoranza, todo eso cimenta y anima la amalgama de poderosos objetos fragementarios en obras como la de Ronald Firbank, Djuna Barnes, Joseph Cornell, Charles Ludlam, Jack Smith, John Waters, and Holly Hughes.

La sola mención de estos nombres, algunos de ellxs relacionadxs con personalidades casi legendariamente “paranoicas”, confirma también la insistencia de Klein en que no son las personas sino las posiciones mutables o, me gustaría decir, las prácticas, las que se pueden dividir entre paranoico y reparador; son a veces las personas más paranoicas las que pueden y necesitan desarrollar y difundir las prácticas reparadoras más ricas. Y si las posiciones paranoicas o reparadoras operan a una escala menor que el nivel de la tipología individual, también operan a una escala mayor, la de las historias compartidas, las comunidades emergentes y la trama del discurso intertextual.

El camp puede ser un ejemplo de práctica reparadora queer, o puede ser simplemente la única que actualmente tiene un nombre. En cualquier caso, está lejos de ser la única. La sorpresa de algunos trabajos de críticxs gays y lesbianas es que lxs lectorxs que tienen tantas razones para desconfiar textos de ficción sancionados culturalmente deberían, en tal caso, confiar muy poco en los protocolos de exposición o desmitificación. En cambio, hay mucho que aprender de las formas en que lxs lectorxs logran extraer sustento de los objetos de una cultura cuyo deseo declarado ha sido no sostenerlxs.

Eve chicuela
Una obra de Mía Superstar que creo q a Eve le habría gustado

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