OSVALDO LAMBORGHINI, EL CHISTE Y LA POLÍTICA — Sibila Gálvez Sánchez
Empiezo con esta imagen:
Acá Lamborghini escribió:
Tiempos hubo
de tal barbarie
que a la política hubo
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fue necesario
Separarla
Primero de la Teoría
y después también
del Arte
Más tarde
también se la extrajo
de los Asuntos de Gobierno
El collage no tiene fecha, pero forma parte de la vasta producción plástica que Lamborghini desarrolló en Barcelona durante los últimos años de su vida, entre 1981 y 1985, y que fue descubierto y publicado recién en 2008 con el título de Teatro Proletario de Cámara.
Parece un recordatorio y una advertencia a la vez. Es decir, tomando como puntapié una idea muy central en la narrativa nacional del siglo XIX (“barbarie”), Lamborghini nos recuerda un momento límite en el que “hubo que/ fue necesario” (como si se tratara de una resolución casi administrativa, consensuada) dejar afuera a la política incluso de los lugares que le eran propios: los asuntos de gobierno. ¿Qué podemos esperar de éstos sin política? Me interesa esta idea de una política en retirada como una clave para entender la obra de Osvaldo Lamborghini en su contexto.
En este sentido, hay una obra fundamental que es El Fiord. Ineludible para pensar el vínculo que Lamborghini armaba entre literatura y política. El Fiord es una novelita o un cuento largo que publicó clandestinamente en 1969.
El relato es una escena obstétrica-quirúrgica-pornográfica: empieza y sucede en una sala de parto en la que a la vez ocurre una orgía cargada de simbolismo político e ideológico. Por ejemplo, Atilio Tancredo Vacán, el hijo escupido de la vagina de Carla Greta Terón (CGT), comparte iniciales con Augusto Timoteo Vandor, dirigente metalúrgico de esta central gremial, enemistado con Perón y asesinado el mismo año en que apareció El Fiord. El conductor del trabajo de parto, coreógrafo de la orgía y a la vez ordenador de la escena general (con el monopolio de la fuerza y la violencia bajo su mando) es El Loco Rodríguez, un personaje que por momentos se parece bastante al propio Perón y al que Lamborghini describe como “Hijo de Puta Amo y Señor”.
Quiero citar algunos fragmentos para que se entienda el tono de la novela:
“Tancredo Vacán ya gatea. Chupa de la teta de su madre una telaraña que no lo nutre, seca ideología.”
“‘¡Pronto, ya, ¡quiero!’, musitó Alcira Fafó [otro de los personajes], a mi lado. Yo me cubrí con las sábanas hasta la cabeza y me fui retirando, reptando, hacia los pies de nuestro camastro. Una vez allí aspiré hondamente el olor de nuestros cuerpos, que nunca lavamos. ‘Las fuerzas de la naturaleza se han desencadenado’, dije, y me zambulií de cabeza en la concheta cascajienta de Alcira Fafó. Sebastián -digámoslo-, mi aliado y compañero, el entrañable Sebas, apareció en escena: ‘¡Viva el Plan de Lucha!’, cacareó, desde su rincón.”
Pareciera que toda la escena del parto, la orgía, la violencia, son sólo materiales de utilería para finalmente hablar (metafóricamente) de política. Lamborghini recurre a ellos por su impacto, por la fuerza de las imágenes del sexo, de la carne reventada con su sangre y sus fluidos. Pero, finalmente, la política es lo único que queda. Y tal vez es esa política antes de la barbarie, antes de ser extraída de la Teoría, del Arte y de los Asuntos de Gobierno. Una política que está hasta en lo más íntimo: en los olores, abajo de las sábanas, en la casilla en la que se come y se caga, devenida sala de hospital. El Fiord termina con la frase: “Así, salimos en manifestación”, como si del caos y el exceso (el ruido de la “bolsa de gatos” de la que el peronismo siempre sale multiplicado) hubiese surgido un solo cuerpo, un cuerpo social y político, que se muestra y que irrumpe en la atmósfera empolvada por la quietud.
En apenas treinta páginas, la novelita inaugura una narrativa muy afectada, casi asqueada de sí misma, en la que literatura y política se unen a través de la violencia y la posesión. Aunque no voy a ahondar en él, puede decirse que el momento límite (y más literal) de esa relación entre literatura, violencia y política lo marca “El niño proletario”, escrito por Lamborghini en 1973.
Vuelvo a la frase sobre la política y la barbarie para marcar un corte. El Teatro Proletario de Cámara (obra de la que saqué el collage inicial) es, como dije antes, la obra final de Lamborghini y una de las tantas que se publican póstumamente. Es un proyecto inconcluso en el que se mezclan montajes, collages y escritura, y se cruzan diferentes técnicas de dibujo y de pintura para intervenir imágenes de revistas pornográficas que su novia le compraba y le dejaba en la mesita de luz.
En los montajes los cuerpos se brindan asistencia mutua y ordenadamente, por pasos. Son reproducciones del sistema de caridad sexual que se repite a cada minuto en cada habitación de la Argentina. Pero lo que más me interesa de estas imágenes son las palabras o las frases cortas que las explican o describen. Son como antecedente al meme, es decir, asociaciones deliberadas entre imagen y texto para causar gracia. Pero los memes de Lamborghini no causan mucha gracia aunque sí se les nota el tono de burla. Son más bien chistes malos.
Y en estos chistes malos, que Lamborghini dejó ordenados en ocho biblioratos negros prolijamente encuadernados por él mismo, la imagen rebalsa a la palabra. Digo, la palabra se queda corta, es escueta, intenta ser graciosa y no puede. Otra vez resuena la frase del principio: “Hubo tiempos de tal barbarie que a la política hubo que separarla, etc. etc. etc.”
Entre El Fiord y El Teatro Proletario lo que sucede es una inversión: si en el primero el porno asiste a la política -como utilería, como fuerza de choque-, en el segundo la política (la palabra política) asiste al porno. Como si la paulatina ausencia de palabras y, en definitiva, el abandono de la literatura hubiera acompañado el vínculo cada vez más lánguido y flaco que Lamborghini terminó teniendo con la política hacia el final de su vida. Recordemos que murió en 1985, pocos años después de la recuperación democrática, en el principio del fin de la violencia política argentina (si es que ésta tuvo un final acabado y completo). Y además murió en otro continente.
Podría pensarse entonces que la obra de Lamborghini puede leerse en esta clave, acompañando el pasaje desde la presencia o intensidad de la política hacia su retirada final.
Es decir, quizás pueda pensarse el pasaje entre una obra y la otra como un precipicio. La política como lugar del que en algún momento nos caímos -o del que fuimos expulsados- y sobre el que la literatura sólo pudo empezar a hacer malos chistes. Pero pareciera ser que nadie se quedó adentro de la política. Ya no hay amalgama de carnes a la que sumarnos; ya no es posible la orgía-comité o la orgía-soviet de El Fiord. Queda ahora un fichero organizado, un bibliorato al que recurrir como archivo.
Y en este punto me gustaría muy brevemente hablar de La causa justa, otra novelita que se publicó en 1982 (es decir, plena guerra) y que Lamborghini escribió en simultáneo a sus primeros collages. En ella hay una descripción arquetípica e irónica del macho argentino: todo pasa en un vestuario donde dos grupos de varones (Casados vs. Solteros) comparten duchas y se hacen las típicas bromas y comentarios después de un partido de fútbol. El varón queda en el lugar de boludo. Pero también el relato hace lugar a una lectura sobre lo argentino. En la voz de uno de los dos extranjeros del grupo, el japonés Tokuro, Lamborghini describe a la Argentina como “la llanura de los chistes”. Y es que el conflicto del cuento (la rabia del japonés ante la confusión entre un chiste y una promesa incumplida) advierte sobre los límites del humor. Sobre el de los malos chistes (aquellos malos chistes del Teatro Proletario de Cámara) y su potencial capacidad para generar tragedias.
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Ponencia presentada en el Centro Cultural Reunión Amena, junio de 2023.