Creo que le solté la mano a la pornografía el día en que me di cuenta que todo era susceptible de convertirse en una película porno. Al principio era verdaderamente fascinante, el primer video porno al que recuerdo recurrir obsesivamente es el de dos chicas asiáticas besándose en enteriza en un natatorio. Es solo un largo beso, una de ellas (la pelirroja) al principio parece estar incómoda, como si supiera que algo de lo que están haciendo está mal. La otra, morocha, se fuerza sobre ella y continúa el beso con violencia, diciendo cosas en japonés que permanecerán, supongo, inaccesibles para mí hasta el fin de los tiempos.
Eventualmente la pelirroja se entusiasma y devuelve el beso aportando lo suyo, una gran cantidad de saliva espumosa y calentita y una lengua tan gorda que parecía el tentáculo de un pulpo. El video consiste en ese beso, que duraba casi siete minutos sin parar. Supongo que luego las chicas pasaban a diversiones más intensas y explícitas, pero el fragmento que yo había encontrado cuando niña estaba en Youtube, y cumplía ciertas reglamentaciones que probablemente hubieran obligado al canal a subir solo una parte del contenido que no revelara por demás.
Algo de lo sensual y algo del asco van siempre de la mano. Ese beso era asqueroso. Esa saliva era un asco, esas lenguas eran un asco, incluso las chicas eran bastante feas en general. ¿Por qué entonces cumplía tan bien su propósito?
Cuando leí El Fiord me pareció que podía resultar un buen apoyo masturbatorio, aunque nunca probé. Pero ahora que veo estos collages pornográficos realizados por Lamborghini me parecen un poco tristes, y lo triste no es excitante, sino lo grotesco. Siento que le robé esta idea a alguien.
Confirmo: Ezequiel Alemián ya lo dijo antes, me permito simplemente entonces extender mi ratificación de esta idea. Una gran tristeza abordará al que vea estas imágenes, parecen responder más a la enfermedad mental que al genio. Como si esa dupla que tanto hemos romantizado en el siglo XIX y el XX acá se cortara, y la balanza se inclinara definitivamente para un lado, irrecuperable. O quizás es algo personal, decía antes que yo ya le solté la mano a la pornografía, por su inagotabilidad en parte, y por su explicitud por otra. Las grandes vergas del porno, sus buenas tetas, son todas cosas que están muy bien hasta que se convierten en algo insoportable.
Los collages de Lamborghini ¿son más parecidos al porno perfecto o a las chinas repugnantes? Uno quiere creer que la segunda opción es la correcta porque, caso contrario, poco hay para decir sobre estos papeles en relación con su potencial artístico. Esta pregunta parece estar formulada desde un sesgo cuestionable. Preguntemos de nuevo: ¿qué se puede decir sobre estos collages? ¿revelan algo sobre Lamborghini? ¿importan? ¿son arte o algo parecido?
Para empezar son tan o más insoportables que la pornografía perfecta. Capas pornográficas sobre palabras casi siempre carentes de estructura o arrancadas de su sentido original, perturbadas por gruesos rayones esquizoides, manchones enemistados con cualquier fin comunicacional. Explícito como la pornografía, explícito como la locura, o el arte de los locos, que no por nada fue siempre asociado al arte de los niños.
¿Qué es exactamente lo que nos interesa de los dibujos de un pobre tipo como Lamborghini? Hoy lo llamaríamos “incel”, pequeño ser autista despojado de moral, con una estética tan irrelevante como solitaria. Dice Alan Pauls que al volver de la entrevista que finalmente logró realizarle a Osvaldo, Alfredo Rubbione le comentó que lo que más le había impactado de este ser fue la “mano blanda, fofa, una mano de ameba” que estrechaba en modo de saludo.
Hace bastante tiempo en Youtube estuvo de moda un tipo específico de videos que recibió el nombre de “Awkward handshake”. Solían ser compilaciones de distintos escenarios en los que pudieron ser filmados todo tipo de personas saludándose estrechando sus manos de maneras raras e incómodas. De hecho, este tipo de videos fueron los que popularizaron en la comunidad online la palabra “cringe”, hace unos seis años aproximadamente. Hoy en día la palabra está devaluada, en su momento era algo muy específico: vergüenza ajena.
Es casi una rareza total encontrar en este tipo de videos a una mujer como protagonista del momento embarazoso. Poco hay de misterio en la causa, y es que el “apretón de manos” fue tradicionalmente reservado para los hombres como forma de saludo. Recuerdo de la infancia, mi abuelo insistiéndole a mi hermano que aprenda ASAP a dar la mano con firmeza, de la misma manera en que a mí me remarcaban constantemente la importancia de saber cruzar las piernas correctamente, entre otros atributos potenciadores de la feminidad.
La mano fofa de Lamborghini se me presenta como una confirmación de su carácter endeble, su neurosis aniñada.
Pero, alguien podría decir (yo misma, recién, de hecho) ¿a cuento de qué viene este intento por definir aunque sean insuficientes y juzgados con parcialidad, algunos rasgos de la personalidad de Lamborghini? Explicitemos una humilde hipótesis: que los collages de Lamborghini solo pueden hablarnos de Lamborghini. “Dan que hablar”, sí, pero hablaremos todos de lo mismo, de su rareza, su vida extraña y miserable, de la perturbación de su alma y la oscuridad que sobrevuela el nombre, tan maldito como adorado, Osvaldo Lamborghini.
No sé (de verdad no lo sé, todavía no me decido) si una obra de arte, para serlo, debe poder hablar de alguna manera, generalmente rodeando la idea, de algo más que ella misma, una sensibilidad única que haga visible cierta realidad trascendente, capaz de interpelar a hombres y mujeres de espacios y tiempos más amplios que el propio contexto.
Este podría ser un buen dogma en el que ponernos todos de acuerdo para establecer qué es una obra de arte y qué no. Por supuesto que cosas así ya no pueden ser dichas sin que a alguien le baje la presión, así que digamos que este axioma solo va a funcionar en este texto, aquí y ahora, para fines muy limitados, y luego podremos desecharlo sin inconveniente.
El día que murió, su amigo César Aira le dedicó unas palabras. Conmovedoras, si queremos verlas así. Otra manera sería decir que denotan o ilustran unos ojos engañados, empañados de ilusión afectuosa. En nuestro camino por querer rodearnos de héroes, es fácil confundir un alma en pena con un genio. Oportunamente, Lamborghini era ambas cosas, con lo cual nos aseguramos que el engaño no fue extremo sino parcial. Digamos que, para sus amigos, probablemente, su parte genial se comía de alguna manera al resto de su personalidad, o se adelantaba en la jerarquización, y se veía asociada a todo el resto de sus cualidades. O, como dijo alguna vez Pérez Celis, confundieron el arte con el vino.
“Había descubierto el secreto de valer por lo que era, no por lo que hacía”, sentencia Aira, atrayendo el agua hacia mi molino aunque no quiera. Debemos establecer de qué hablan los collages de Lamborghini. Como se adelantó hace unos párrafos, es mi sospecha que la conversación se restringe a su tema favorito: él mismo. Su configuración desequilibrada, y la tortura de vivir encarnado en el mundo en ese cuerpo definido por el sexo y el sufrimiento. Busca que la pornografía diga algo sobre otra cosa, un vehículo político, pero los resultados no son concluyentes.
Hace poco Matías Heer escribió un texto en el que habla de la porno-política en la poesía de Osvaldo Lamborghini. Quizás algo de la misma función intrínseca de las palabras intuitivamente lleve a cualquiera a ser comunicativo, pero sin dudas nuestro poeta maldito se vio envuelto en complicaciones mayores a la hora de expresarse plásticamente.
Que la pornografía haya sido su metier en cuanto a expresiones visuales concierne, no debe sernos inocuo. Volvemos al principio: algo de la desnudez más áspera e intolerante del porno me cansó a mí personalmente, pero me interesa entender por qué. El sentido original de este género es claro: estimular a su espectador, dar placer por el placer mismo. Una descarga sexual, oculta o aislada del resto del mundo. Existe una vieja ley en internet llamada Regla 34 que establece que todo lo conocido por el hombre tiene su versión pornográfica: “Si existe, hay pornografía de ello”.
Los dibujos fueron recopilados en un libro editado por el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona, junto a unos cuantos ensayos, bajo el título “El sexo que habla”, y sí, aquí el sexo habla y demasiado. La operación es similar al cauce del que abrevan: la demasía, la exposición total, absurda y decadente. Algo de estas lógicas hacen que el objeto caiga por su propio peso, algo falla. Lo que pasa con el porno (y esto no es experiencia personal sino data dura, jo jo jo) es lo mismo que pasa con las drogas: lo que consumís está bien durante un tiempo, pero la tolerancia no tarda en desarrollarse, y la misma cantidad (el mismo video, el mismo género, la misma dosis de porno) deja de ser suficiente, y una espiral comienza, que tiende hacia el extremo, tenés que buscar maneras de hacer que la cosa se vuelva interesante, digna de la paja que vas a dedicarle. Pum, pum, pum cómo hago para que esto se vuelva más excitante. Queremos ver padres violándose a sus hijos, niños cogiendo con caballos, mujeres comiendo caca disfrazadas de Sailor Moon, putitas humilladas, falos excéntricos, discapacitados y prolapsos anales, todo en una misma escena, hasta que ya no sepamos bien qué es exactamente lo que estamos mirando. El porno hace que el sexo hable, o mejor dicho, para que el sexo hable ya tenemos al porno. Necesitamos encontrar algo más en los collages de Lamborghini, algo mejor que eso, algo más valioso, que lo distinga de la mera pornografía y lo coloque en otro lugar.
Pero miro y miro estos dibujos, una y otra vez, y no encuentro el brillo que distingue a una obra de arte del tema que trata la obra. No es porno, tampoco es un comentario sobre el porno. Es más similar a La Paja o un comentario sobre La Paja. De ahí que uno ve el papel y siente que se está metiendo en un mundo privado, que excluye todo lo que no sea Osvaldo Lamborghini. Lamborghini compartiéndonos su intimidad asquerosa, ilustrada perfectamente en el, por lo demás famoso, meme:
Nadie:
Absolutamente nadie:
Osvaldo Lamborghini:
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Ponencia presentada en el Centro Cultural Reunión Amena, junio de 2023.