OTRO ROSAS — Nicolás Moguilevsky y Ricardo Renchín

Victorica
6 min readJan 10, 2023

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En el Mundo de la Bolsa, local de expendio de artículos de embalaje, bolsas de plástico o cartón y demás objetos de tipo comercial, doméstico o logístico, cito en la calle Warnes al 500, en el cruce con Luis Viale del barrio porteño de Villa Crespo, hubo hace un tiempo un cartel que rezaba:

El papel, pegado y plastificado sobre el mostrador, conmemoraba la batalla de la Vuelta de Obligado, que tuvo lugar el 20 de noviembre de 1845, en un recodo del río Paraná, al norte de la provincia de Buenos Aires. Por lo tanto, intentaremos dejar constancia de una sucesión de apariciones mentales al respecto, a veces extenuantes, a veces luminosas.

En una condición testimoniada en centenares de mesas redondas que tienden a olvidar el papel membretado (timbrado y rubricado por un escribano sólo existente en el círculo interior magenta de la reflexión personal) y, aceptando el contrato tácito que se estableció en el propio cuerpo de los firmantes, estas notas solo quieren fijar, sin orden cronológico, situaciones, breves historias y comentarios de hechos acaecidos hace tiempo.

Constantes conflictos diplomáticos con las potencias europeas desembocaron en una batalla de proporciones épicas, digna de un marco confeccionado en oro puro y desarrollado por los más exquisitos orfebres del Río de la Plata. Pero todavía no es tiempo de adelantar el desenlace. En un principio podríamos preguntarnos por el concepto de soberanía.

A partir de un llanto entre palma y alma, en el corazón y en el espíritu, vuelve a preferirse una lucha sobre el verdor del césped (quién no soñó alguna vez ser héroe, comediante, contendiente o mártir?) y aprovecha esa oportunidad de noche mientras tiembla en las siglas inermes de su gestión.

¿Pero se puede hablar así? ¿Es lo mismo el cómo que el por qué? ¿Alguien ha preguntado su pregunta? Sin referencias ni respuestas tenemos entonces solamente dudas; y por lo tanto miedo. Un negocio en una esquina (todo esto es verdad). Un cartel (verdad). Pero después los comisarios leves de la anécdota, haciendo lo que pueden. El rascacielos sin ventanas de los arquitectos que prueban variantes es más iconográfico que nuestra intermitente razón de literatos calmos con el nervio como protagonista.

Pero volvamos a la historia, que siempre la hay. El reloj marcaba las 4:32 en el país. Juan Manuel se despertó algo sobresaltado, como casi todas las noches. Desde hacía un largo tiempo su ritmo circadiano le dictaba abrir los ojos alrededor de esa hora de la noche. A partir de esa circunstancia, no demasiado grata por la interrupción del descanso y, algunas veces, desesperada por su repetición constante, comenzó a tomar un medicamento hipnótico para intentar contrarrestar esa situación. Al principio vivía esos momentos con gran ansiedad y tristeza, pensando en el cansancio del día siguiente y su impacto negativo en la salud física y emocional de su cuerpo y su mente, pero después comenzó a verlos como una nueva fuente de experiencias: comenzó a escribir lo que tituló como Diario del Sobresalto, donde anotaba distintos sueños anteriores, ya que nunca se acordaba el que había soñado antes de despertar. Entre las muchas anotaciones que pueden destacarse, puede posarse la mirada sobre el rústico papel y advertir:

“Desde la perspectiva positivista del conflicto, se aprecia la naturaleza del mismo como un gran factor de impacto también en la generación y procuración de una cultura de paz.

Es menesteroso ejercer una fuerza natural que, controlada y en su justa y equilibrada fuerza, pueda desarrollar a la naturaleza, producir energía y estimular la vida y, por otra parte, cuando se presente en forma descontrolada, pueda alterar los ciclos naturales, destruir e impedir el crecimiento de la vida.

El conflicto es connatural con la vida misma, está en relación directa con el esfuerzo por vivir. Los conflictos se relacionan con la satisfacción de las necesidades, se encuentra en relación con procesos y sensaciones de temor y con el desarrollo de la acción que puede llevar o no hacia comportamientos agresivos y violentos.

Creen que soy federal, pero no, no soy de partido alguno sino de la Patria… Todo lo que quiero es evitar males y restablecer las instituciones, pero siento que me hayan traído a este puesto.”

Hubo alguna vez ese historiador pálido, ancho y desalmado, que trabajaba de pescador de citas y rescató de una librería de viejo importante de la calle Viamonte, la totalidad del diario, manuscrita y lacrada. Todo estuvo a punto de convertirse en la ganancia de los intermediarios. Pero cerquita de ahí trabajaba nuestra interlocutora. Es que hubo una señora generosa, sobria y genial, que pudo finalmente pasar a la imaginación pública ese diario tosco, que arrebató con furia al pobre historiador rubio. Con mucha militancia y pasión por su trabajo, fue ella, Nadina Perez, quien se convirtió en editora, prologuista e ilustradora del libro. Había pasado décadas buscando aquella joyita, el corazón de la bibliografía de la Federación, su estructura y su cifra.

Nosotros la conocimos, pudimos charlar con ella en el bar Hans, a pasitos del instituto Rosas de la calle Montevideo. Entre porrones, maní y fotos de turf dando luz desde las paredes, nos dijo aun con más luz: “Todo esto se trata de la Argentina, de sus sueños: se trata de cómo vivir; pero de proyectar ese cómo en variantes, sortilegios y pasaportes artísticos hacia la moral más espectacular que podamos, para habitar de nuevo, o con más gente, el país”.

Unico daguerrotipo que existe de Rosas, quien odiaba posar para los pintores

Podríamos imaginar una contestación a estos postulados con la palabra misma del Restaurador, también conocido como Hombre Tigre, en su Mensaje del Gobernador al abrir las sesiones de la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires, el día 27 de diciembre de 1837, Año 28 de la Libertad, 22 de la Independencia y 8 de la Confederación Argentina:

“Debemos a la Divina Providencia el inestimable don de la paz interior de la República. Se ha dignado alentar mis débiles fuerzas para sostener la poderosa carga que mis conciudadanos colocaron sobre mis hombros. Sin este beneficio no habría podido cumplir el primer deber que me impusisteis, de destruir la anarquía, restablecer la tranquilidad pública y afianzar el orden en la causa nacional de la Federación. Agrande honra tiene el Gobierno aseguraros, que por el auxilio del Todopoderoso se han llenado vuestras esperanzas. Así es como, ensanchado mi corazón y elevado hasta el cielo lleno de gratitud por los indecibles favores que nos dispensa, rebosa de júbilo el Gobierno al tener el honor de saludar a la decimaquinta Legislatura, y personarse en medio de los Honorables Representantes a darles cuenta de su proceder.”

Las sentencias nunca insistirán en el orden de su fricción. Las preguntas siempre pedirán volver a formularse. La voz nacional seguirá cantando su himno bajo esa función primordial de unidad: un rato de felicidad, una historia de violencia. Un nuevo acierto avanzando hacia el viejo error.

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