Cuando queda lejos eso que tanto queremos, hay que encontrar maneras de llegar. El arte es una estrategia de acceso, entendido como un traer a acá o un irse hacia. En el invierno de Buenos Aires, en la vida de siempre con complicaciones afectivas y compromisos laborales, Noel Romero pinta para acercarse al verano. Fue un verano que pasó cuarenta días en Córdoba, que pintó desaforada. Esa palabra la usa mucho para describir el proceso raro de pararse frente al lienzo a hacer qué. En su caso, a emular el contacto con la naturaleza. Es quizá la nostalgia de ese estado originario de comunión total con la naturaleza la que la lleva a pintar. Quiere “estar adentro de la tierra”, a no confundir con estar bajo tierra, porque la práctica de Noel viene de un vitalismo ansioso que busca escapar a ciertas estructuras. Mientras charlamos sentadas en el piso de la Galería Casa Proyecto, donde se encuentra Habrá veranos, su primera muestra individual, me cuenta de una imagen que se le apareció una vez, toda la rigidez de ciertas estructuras de su infancia, el colegio y la familia, desarmándose en una bola expansiva.
Al pintar no planifica casi nada y eso es lo que más le gusta. Es un impulso violento, porque violencia es falta de mediación: Noel desparrama colores escandalosos con una gracia muy propia. Florencia Bruno, su galerista, dice que es una colorista innata. En Dash el ineludible protagonista es el rosa flúo del satén que cubre un terciopelo color crema. Lo textil la sigue a todos lados. Primero vino la pintura y después la moda, pero ahora se necesitan una a otra. Las telas de sus cuadros son retazos de descartes de su marca de ropa AY NOT DEAD. Cómo no usarlos si esos colores fashion se consiguen sólo ahí, imposible encontrar algunos, como este rosa flúo perfecto, en oléo. La tintura en la tela tiene una luz diferente al óleo, dice Noel.
Alguien que pinta me dijo una vez que los colores no existen: una oportunidad para delirar o para desesperarse. Todos estos colores me hacen pensar en la tapa de Some Girls de los Stones y en el póster de Lola de Fassbinder. Pero es sólo una asociación trivial y me doy cuenta que en realidad me alteran a la manera del verano, que satura los colores del mundo, los hace tan radiantes que se vuelven insoportables, convirtiéndose en una exigencia al ánimo oscilante. Descanso en la neutralidad del color hueso de la pasta de modelar y el chiffon de Sin título.
Mientras camino por la sala pienso cómo se salta de la moda a la naturaleza, digo, qué relación posible hay ahí más allá de una contradicción demasiado obvia: que el fast fashion representa el 10% de emisión de dióxido de carbono, principal gas de efecto invernadero, a nivel mundial. El trabajo de Noel en moda casi que se opone categóricamente a cómo encara su relación con el arte: la moda es diseño, planificación. Aunque no le importa tanto la perfección de la prenda, desvivirse por el diseño más rebuscado con la confección más exquisita, le interesa la moda como cultura, dice, como una herramienta que sirve para crear identidad. Piensa la moda como comunicación. Y en la cerámica empezó la violencia que después quiso llevar a sus pinturas. En Sin título las texturas rugosas y agrietadas de un engobe a medio mezclar sólo se ven sofisticadas por estar erigidas en un pedestal. Tótem Balenciaga tiene talladas las tan icónicas como impagables botas de Balenciaga que llegan hasta la cintura. Pero el engobe que les da color está resquebrajado. La jerarquía se establece sola, moda por sobre naturaleza pero a qué costo. Guiño o ironía, no importa, porque a donde quiero llegar es que Noel pinta alejándose de las implicancias de una labor fundamentalmente interpersonal, que es vestir a la gente. Acá ella se abandona a lo más personal, donde sea que vaya. Atraviesa.
Su práctica se funda en la identidad de arte y naturaleza: pinta como sustituto de la naturaleza ausente, ese contacto con la naturaleza que tanto extraña. Es lindo no olvidar esta obviedad: que el proceso creativo surge de alguna privación. Repone literal la naturaleza en las bases de tronco de álamo de los tótems, en los caracoles incrustados, en la piedra que corona Tótem azul. Pero sobre todo está en la exaltación sensorial, se trata más de la reproducción de un estado. La voracidad va para los dos lados: las cerámicas dan ganas de comértelas, pero Sin título (mi favorita indiscutida, para qué ocultarlo) te devora a vos. Dar vueltas por esta muestra se siente como estar en esas heladerías medio artesanales que exponen sus gustos. En La irrupción de c, un camino marrón atraviesa un campo amarillo. Me parece tan estúpido insistir en encontrar figuras reconocibles en la abstracción como negar esas asociaciones cuando se nos aparecen. Es un deporte fundamental conferir sentido. Y este camino quizá sea el que lleve al centro de la naturaleza, que es, como dice Merleau-Ponty, sentido sin pensamiento.
Me gusta que la manera de decir “estar en la naturaleza” en inglés sea out in the wild. Así, naturaleza y loca son la misma palabra. Creo que es una expresión que va muy bien con lo que hace Noel, que son operaciones para alocarse. Lo que más me obsesiona de Habrá veranos son los tajos en los lienzos. La inclinación por encontrar una forma para romperla. Bruto y precioso. Pero en Nosotros estos micro cuchillazos son violencia decorativa, no desarman del todo por más que los ejecute una mano de pulso ansioso. Es posible arruinar con delicadeza o querer destrozar pero producir una terminación delicada. La violencia acá es despreocupación, aunque quizás algo de la tendencia al diseño de Noel prevalezca. En casi todos los cuadros de Habrá veranos los contornos de los colores están muy bien delimitados.
Potencia es no estar en acto y si algo tienen estas obras es que son acto puro: las pinturas de Noel son arrebato.