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PARA QUÉ SIRVE DIOS — Agustina Gayo

5 min readJul 18, 2025
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Para aplicar mejor el psicoanálisis, es decir, para no aplicarlo, se pueden hacer muchas cosas. Por ejemplo ir a ver una muestra de Liv Schulman en Buenos Aires, la ciudad de Oscar Masotta, que trajo a Lacan y al pop.

El mundo de la salud mental es un mundo para que se complique. Gente honesta queriendo hacer el bien. ¿Qué es esto? ¿Una Iglesia lado B, sin cantos, sin misas, sin rezos, pero con buena voluntad? En una época como la de ahora, el problema que aqueja a este mundo, la nueva epidemia declarada, parece ser la depresión. Muy aburrida. Tengo que decir que no estoy en contra de la depresión (así como Germán García decía que no estaba en contra de las universidades porque no era un loco), pero me parece que hay algo más fácil — y más lindo — para poner en su lugar: la tristeza.

Una idea psicoanalítica es que las pasiones son la entrada del sujeto en el lenguaje; esto puede ser más difícil de explicar que de aceptar. Un apasionado no precisa de explicaciones para argumentar su pasión. Una canción de cancha dice: “es un sentimiento, no puedo parar”, y me parece mejor explicarlo así. Porque lo que me interesa decir de las pasiones es que, si son la entrada al lenguaje, es evidente que nos invitan y nos reciben en un mismo momento, podríamos decir; como si fuera nacer y listo.

El asunto al que me interesa llegar es que, en este universo apasionado, la figura de Dios viene más bien a ser entre creador y compañía eterna: es quien nos recibe creándonos y a la vez al que le pedimos todo quizás antes de saber lo que es pedir, es por quien obramos correctamente (sea esto correcto bien o correcto mal). En la tristeza hay algo de esa pasión que en la depresión se pierde o se apaga o cualquier otra metáfora que sirva para aburrir. La premisa es: un apasionado no se aburre. Tampoco es que el aburrimiento sea tan grave pero tal vez por eso, justamente, llegar a aburrirse de lo propio es algo que falta en la depresión, como si no pudiera ni siquiera llegar a aburrirse.

La tristeza le da una visión más clásica al problema de la depresión. Recupera un imaginario más fervoroso, más colorido tal vez. ¿Es curioso que piense en la tristeza como algo colorido? ¿Y que piense que ese colorido tiene algo que ver con Dios? Estudiando la cultura melancólica, García recordaba algo sobre Santo Tomás de Aquino, que decía que “el hombre en estado de tristeza estaba atacando a Dios, en tanto que estaba renegando del lugar que le tocaba en la creación”. ¿Atacar? ¿Atacar a Dios?

Hace pocas semanas vi la muestra de Liv Schulman Todo es prestado y ahí hubo un verdadero ataque a Dios. En un recorrido por ocho teatros hechos de cartón y materiales escolares pero también de cables de luces y de maquinitas reproductoras de sonido, acompañamos la historia de Liv enamorada de un chico que le dice que es Dios, intepretada como en un radioteatro por su voz y la de Pablo Katchadjian. Ella es una chica que sale con Dios: literalmente Liv sale con alguien que le dice que es Dios, y ella le cree. Los escenarios en los que se sucede la historia van desde una habitación rosa al lado de una azul hasta un baño dentro del que, finalmente, llueve. Después de recibir una llamada proveniente de la habitación azul, Liv pasa por algún tipo de ruinas, por una playa, por la ciudad, por unos fichines, por un supermercado y una sala de terapia intensiva en un hospital. Hasta llegar al baño. La historia no termina en el baño pero en el baño Liv sueña: contando las manchas de humedad (lo cual parece ser su trabajo, además de creer en Dios) empieza una casi alucinación, podríamos decir, un sueño.

Algo parecido al sueño es que esta muestra ya no se puede ver. Porque ya terminó, porque las muestras terminan, y es parecido al sueño porque se habla con algo latente. En eso es parecido, también, a un rumor. Y el rumor que a que acompaña esta historia — y que hace verdadera la idea del ataque a Dios — es Paulina, la amiga interpretada por Marcela Sinclair a la que Liv le cuenta que está enamorada de Dios, y la que tiene muchos trabajos: de artista a oficinista y, de ahí, a repartidora de pizza, a personal de limpieza en un hospital y algunos más. Paulina es quien introduce a Liv en la lógica de los plot twist, las cosas inesperadas que pasan en la vida, pero creo que Paulina no se esperaba una amiga enamorada de Dios, ¿plot twist?

El giro se lo da Paulina con la idea y Liv lo realiza con el ataque. Poner a prueba a Dios parece ser la manera de enamorarse bien de Él. Otra premisa es: no se puede creer en un impostor. Después de pegarle y hacerle otras cosas al cuerpo de Dios, después de cortarle un brazo para pedirle perdón por haberlo hecho, el destino de Liv parece ser dejarlo en terapia intensiva. Me gusta que, para hacerlo, decidió atropellarlo con el auto. Pero antes, dice, aprendió a manejar. Es como devolverle una parte de ese cuidado o amor que ella buscaba poner a prueba. La otra parte que le devuelve es la de hacerlo soñante: en la historia de Liv, Dios también sueña. ¿Y qué sueña Dios? Parece que sueña con un tres.

Me quedo con la referencia al tres por sus dimensiones, por su capacidad (triple pero unificada) de hacer conjunto, porque creo que de eso se trata la recuperación de la tristeza como una pasión: que se introduzca algo del gusto, que el aburrimiento se junte con la diversión y hagan entre los dos una obra, una creación, que hablen, pidan, imaginen, sueñen con Dios, que hagan soñar a Dios, o que hagan lo que quieran pero que hagan algo. ¿Que deseen, tal vez? Para aburrirse hay que haberse divertido bastante y creo que de eso toda deidad puede dar cátedra.

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