Una escena del cotidiano que siempre me atraviesa: la combinación del subte C a B a las 17 hs del lunes. Mientras paso por los pasillos de la combinación a contrarreloj -en vez de hacer B a C, hago C a B- observo cómo los trabajadores que están volviendo a sus casas, atraviesan los pasillos de la combinación corriendo. Los dos primeros corren mientras se ríen. “Antes de que venga la marea” dice uno de los dos. Claro, se adelantan a los otros trabajadores, el cardumen que también salió de la B para hacer la combinación con la C pero no tienen la urgencia de conseguir primeros un asiento. En esta escena deplorable y decadente veo un destello de complicidad. Algo característico de la amistad. Transformar los momentos más feos en un juego. Qué seríamos de nosotros sin la complicidad de un otro.
Me atrevo a clasificar a mi mejor amiga como tal porque hace doce años que somos amigas. Claro, nos hicimos amigas el primer año de secundaria. Una vez, definió mis amistades como circunstanciales: “porque tu tema es que tenes amistades circunstanciales”, me supo decir tiempo atrás, mi mejor amiga antropóloga social. ¿Qué es una amistad circunstancial? me quedé pensando. En el caso del subte veo un ejemplo de lo que sería una amistad circunstancial.
Hay quienes conservan sus amistades del jardín, la primaria, el secundario, la facultad, el club, la escuelita de danza, teatro, arte, música. Esas no son amistades circunstanciales, son amistades de antaño. Amigos que ya se convirtieron en familia, por lo vivido y por lo compartido. Que no conviven, sino que se ven cada tanto, actualizarse en qué andan y qué están haciendo, con quién están saliendo, cómo andan sus familiares, cuáles son sus dilemas, y en el medio, algún juego de mesa, de play o comida; banalidades y chistes, salidas o planes, un café, un paseo o ir a ver una película al cine. Las amistades circunstanciales, al contrario, las une la profesión, el trabajo o el interés. Hay una línea fina cuando una amistad circunstancial se transforma en una amistad de antaño. Estas categorías no son opuestas ni determinantes, pueden fluctuar, pero es un atrevimiento a una teoría de la amistad.
Una amistad circunstancial es por ejemplo, esos dos amigos compañeros del trabajo que estaban volviendo a sus casas y corrían a la par para adelantarse al resto y así, conseguir primeros un asiento. Mis amistades circunstanciales: mis compañeras del taller de arte para chicos, mis compañeros de galería, los que me encuentro en muestras e inauguraciones de arte. Mis amistades de antaño: mi mejor amiga del secundario, más amigas del secundario, una amiga de la facultad y otra amiga de mi amiga de la facultad.
¿Qué lugar ocupa la amistad en tiempos de desazón?
Este año leí muchos posts en instagram de artistas que invitaban a sus seguidores a su muestra con la misma fórmula. La descripción era algo así: “en tiempos de crisis, de hostilidad y oscuridad nada mejor que seguir sosteniendo lo que nos une, el arte, defendamosla yendo a mi muestra”. Por un lado, en esta fórmula de post quedaba evidenciada de manera oculta, la vergüenza de ser artista en tiempos de hambre. ¿Cómo seguir haciendo arte y autobombo cuando la gente está en crisis? ¿Cómo ir y disfrutar del arte cuando la gente está pensando en el dinero que no le alcanza? Respuesta: defender lo que uno hace, seguir haciéndolo. Por otro lado, este tipo de post era un recordatorio a las amistades circunstanciales, las amistades que se forjan en las muestras, inauguraciones, las que suceden por compartir el ámbito. Una especie de memorándum de cómo así uno sigue haciendo para mostrar, el otro tiene que seguir yendo aunque esté cansado y harto.
Agarro el libro de Fernanda Laguna, Los 2000 ¿estás preparada para ser feliz? (Ed. Ivan Rosado, 2023) y en un párrafo del diario dice que ve a toda la gente triste, con granos. Ve a la gente y se imagina problemas y problemas pero se siente feliz cuando va a ver a sus amigos, y eso, además, la hace sentir preciosa. Continúa agradeciendo a sus amistades y desea ir al campo y cenar con sus amigos. Sigue: “tengo muchos amigos, gente que confía en mí. Deseo olvidarme un poco del arte”. En otra página sostiene: “acabo de volver a una mega fiesta y no tenía energía para ese tipo de evento. Ahora necesito sentir la amistad”. Pareciera que las amistades de Fernanda son de antaño, esa amistad que descansa, se siente un refugio, un salvataje, una dispersión, pero al mismo tiempo son circunstanciales: chicas poetas, artistas y curadores. El tiempo entre amigos es una pausa, un respiro para Laguna. Agradece la amistad a través de las palabras escritas en su diario y en las obras que están publicadas en el libro. Quilmes y ¿Qué pasa? son obras que parecieran ser un retrato de ese gesto de amistad; compartir una Quilmes en una casa o en un bar de mala muerte o un vino en la vereda entre amigos mientras charlan sobre lo que les sucede. Vacaciones: un disco con patas y manos agarrado de la mano de una chapita de Quilmes, arriba de ellos se lee vacaciones. Eso es la amistad para Fernanda.
En una crisis sin embargo, se duda de todo, hasta de las amistades. Eso se deja en claro en el diario de Laguna: “he perdido el rumbo de mis amistades pero ya lo voy a encontrar”. ¿Qué amistad quiero, qué amistad necesito? Los tiempos de crisis, ¿demandan más cervezas entre amigos o más tiempo de encierro y aislamiento? “Me da miedo no desear llamar a mis amigos. Me da miedo alejarme”. ¿Descanso en las amistades circunstanciales o en las de antaño? ¿Es más un esfuerzo conservar las de antaño o forjar las circunstanciales? “¡Que lindo es ver el cielo despejado y estar sola y tener amigos! Ayer estuve con Ale, Pablo, Leo y Cecy, lo pasamos re bien, qué lindo es sentirme bien con mi amigos”. En Gabriela, un corazón divide un campo verde con sol y mariposas de una ciudad negra y gris, el nombre de Gabriela se sitúa donde está el verde junto al sol. El campo, el descanso, un respiro, la amistad: Gabriela.