Este texto fue el que me invitó a escribir Flavia Da Rin para que fuera repartido a modo de fanzine por lxs manifestantes de la procesión carnavalesca que hizo a las afueras de la Feria del Libro, mientras unxs trompetistas en salto de cama tocaban versiones melosas de boleros y foxtrots, en homenaje a Manuel Puig. Lo que no entra en el texto es lo que pasó realmente cuando la performance empezó a suceder: la hermosa Flavia dirigía a sus personajes gigantes como una hormiguita guerrera con una bandera a los hombros que decía “yo soy una mujer que sufre” (algo que dijo Puig sobre sí mismo), mientras la gente se acercaba a sacarse fotos con Mimí Pons que gritaba ¡CUIDADO CON EL CHOQUE CULTURAL! y pegaba unos tetazos como besos de airbags, además de un boicot improvisado a Javier Milei (la procesión lo atropelló y lo aturdió con los boleros directamente en la oreja hasta que se tuvo que ir a llorar a casa).
GRAN ESPECTÁCULO DE VARIEDADES
Así como Manuel Puig quiso escribir una novela que le gustara a madame Bovary, con el mismo espíritu de arte-señora salvaje, Flavia Da Rin orquesta un espectáculo amplio de actitud conciliadora frente a los públicos cada vez más escindidos y especializados: una fiesta municipal que excede toda expectativa tanto de la cultura libresca como del arte contemporáneo de galería. Pocxs pueden franquear las divisiones de los públicos en general y el mejor ejemplo que se me viene a la cabeza es Moria Casán.
Puiguísima es un homenaje con títeres, vedettes, militantes, gigantes y cabezudos, una parafernalia que se parece al carnaval, a la varieté, a la performance, a la verbena, al teatro de revista, a una extraña procesión, y también a la protesta. A diferencia de Bajtín (que opinaba que el carnaval era un momento para asimilar las asimetrías), la comunidad trans argentina recuerda los carnavales como un paréntesis a los edictos policiales y un momento murguero para poner sus voces y cuerpos a divertirse y manifestarse hasta generar un quiebre ideológico en el cocktail de voces sociales.
Toda la literatura de Puig trató de encontrar esos espacios de la cultura donde bucear en el error político y en el error sexual. Por eso, diría que el carnaval es un estilo privilegiado de homenaje, por tener forma de “perversidad polimorfa” (así se refería Freud a ese festín de las pulsiones previo a cualquier represión sexual en lxs niñxs), eso que Puig cita en las notas al pie en El beso de la mujer araña, en consonancia con lo que en la misma época se discutía en los comunicados del Frente de Liberación Homosexual. La carnavalización del mundo precipita una euforia que es entrenamiento para la agitación y para la inserción de la risa en la crítica colectiva (y viceversa).
SIN MODELO NO SÉ DIBUJAR
Aira llamó a Puig “el sultán” porque, al revés de Sheherezade, que narra desaforadamente, él es quien propicia una forma de que las historias no se detengan y una lengua para descifrarlas, esa serpiente multicolor que se arrastra entre las voces. A lo largo de su obra, Flavia la sultana hizo lo suyo consigo misma, poniendo a hablar al carnaval de chicas que viven adentro suyo. Las obras de ambxs sultanxs tienen ese punto en común: poner a hablar modelos de narración, formas de contarse que tiene la gente. El estereotipo aparece en ambos como cristalización de plantillas de sentimientos a las que se acercan sin oponer distancia. Así como en Puig no hay parodia de lxs personajes, en Flavia no hay crítica de la representación. Hay, como ya dijo Gaby Cepeda, una verosimilitud de simultaneidad al interior de unx mismx. Todas esas chicas locas, todas las divas, todas las artistas que me gustan, y todas esas señoras aburridas tamibién andan sueltas adentro mío. Sin modelo no sé dibujar quiere decir, para ambxs, un trabajo explícito con los géneros, las fuentes y las referencias. Una incorporación de los formatos de la cultura de masas o las redes sociales y el desplazamiento de su foco mediante el montaje.
CHOOSE YOUR FIGHTER
Esto último: el carnaval de Flavia Da Rin es como visto a través de su mirada de videojuego. Los personajes de las novelas y de la vida de Puig son soltados después de generar su propio avatar para salir a la calle. Los avatar tienen la cualidad de hacer visible la oscuridad alrededor del discurso del yo, una opacidad respecto a lo que se decide no mostrar. Con la misma actitud de exaltación de montarse antes de salir, vemos versiones desplegadas y ultra-concentradas de las ilusiones y mitologías de cada unx, que aparecen, en la fantasía flaviense, agigantados, plenos y listos para el carnaval, en su interpretación más heroica, dispuestos a realizar una serie de peripecias.
¡ELLA QUIERE LÁTIGO! MAMI DAME LÁTIGO
La protagonista de The Buenos Aires Affair, Gladys Hebe D’Onofrio, asiste a la comparsa. Tiene los rasgos de las mujeres de la revista Rico Tipo dibujadas por Divito, que ella copiaba a la hora de la cena cuando era chica y ahora son estatuas del Paseo de la Historieta con las que se sacan fotos lxs turistas. Su traje de carnaval está conformado por esos materiales residuales (lo que trae el mar a la orilla) con los que construyó su carrera de artista bricoleur, la que el sádico crítico Leo Druscovich prometió llevar a la Bienal de São Paulo antes de intentar asesinarla. Pero esta nueva Gladys sobreviviente parece llevar con gracia y picardía sus pulsiones BDSM, sosteniendo sus amados materiales con correas, como si en lugar de haberse atascado en esa relación sadomasoquista paranoide de artista y crítico, hubiera satisfecho sus fantasías con alguien más parecido a la dominatrix Eva Norvind, personaje que a Puig le habría gustado mucho, y que tanto Luisa Valenzuela como María Moreno investigaron en algunos de sus libros.
YO ERA LA ÚNICA QUE TENÍA AUTO
Mimí Pons tendría que haber sido la protagonista de Boquitas Pintadas cuando Torre Nilsson decidió llevarla al cine, pero no lo hizo “porque era vedette”. Para resarcir un poquito esta maldad, quien personificará en este carnaval a Mimí será la drag llamada nada más y nada menos que SOY VEDETTE. Su supertraje incluye un volante y una puerta-cartera porque fue ella quien llevó a Puig al aeropuerto cuando la censura y las amenazas de la triple A recrudecieron después de la salida de The Buenos Aires Affair. Según ella misma, era la única de sus amigxs que tenía auto, y lo llevó escondido en el asiento de atrás abajo de una gigante capa dorada.
LXS ROSA-SÁBANA
Lxs manifestantes rosa sábana salen de la abulia amarga y escéptica de Twitter para poner en escena formas múltiples de la protesta del cuerpo. Son la ideología popular en un estado de duermevela, en su momento de semivigilia antes de la revelación. El activismo puede ser un lugar de camaradería para lo cursi, la holgazanería, lo depresivo, la asexualidad, lo ridículo, lo común y la demencia. Toda protesta en carnaval va en contra de la congruencia identitaria, pero me da la impresión (por lecturas que he compartido con Flavia) de que estos manifestantes no solo no creen en la homogeneidad identitaria de sí mismos sino que también creen en lo cambiante de sus enemigxs. ¿Contra qué se manifiesta esta banda glotona de sentimentalismo? Contra la desmotivación, contra la posibilidad de que alguien pueda quedar fuera de la protesta en general, contra la idea de que alguien pueda ser culpable o inocente, contra una idea permanente de que haya formas siempre iguales de manifestarse, contra la distribución sensible que alguna vez puso a la calle y a la cama en espacios de intervención opuestos.
“EXIGIR LA VERDAD SERÍA PEDIR MENOS DE LO QUE YA TENÍAMOS”
Eso escuché que dijo alguna vez Osvaldo Lamborghini: “Exigir la verdad sería, primero, pedir menos de lo que ya teníamos”. Cada vez que viene a cuento, mis amigxs y yo repetimos esa cita como loros. Estas dos señoras chismosas festejan el inconsciente cultural a la puerta de una feria del saber constituido: que entren por siempre a la literatura los rumores, los chismes, el susurro vecinal, el complot en voz baja, el susurro meloso de lxs amantes. Todas esas palabras que tenemos y de las que gozamos antes de convertirse en conocimiento. El murmullo es la precaución que toman nuestras ideas antes de creer que son verdad. Y el chisme es una de las formas más candorosas de narración, palabras que se mueren de emoción y ternura antes de derretirse en un oído al ser contadas. ¿Cómo podríamos odiar estas formas de discurso si son ellas quienes más crean comunidad?
LA HAYWORTH Y EL SULTÁN POLLERUDO
La Hayworth y Puig son una especie de próceres que dirigen la batuta, de alguna forma se volvieron unos héroes nacionales de fieltro (¿alguien sabe cómo llegó un botón de corpiño de Rita a un museo chaqueño?), unos héroes a quienes no es necesario obedecer, pero que condujeron nuestras pasiones, nuestros modos de mirar y de entender el mundo. Al menos es así para Toto, el protagonista de La traición de Rita Hayworth que se logra vincular con el mundo cruel a su alrededor a través de los sentimientos de la estrella de cine. Otro tanto nos pasa a nosotrxs lectorxs con la obra de Puig, gigante y con muchas cartas bajo la manga, ¿no nos enseñó más sobre nuestra lengua, sobre cómo poner el grito en el cielo, sobre cómo decir en el medio de la noche, como dijo Aira, que estamos vivxs? ¡y cuán vivxs!