QUERIDA VIDA — Inés Beninca

Victorica
4 min readMar 28, 2023

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Hoy es agosto, hace frío. Pienso: ¿qué es más universal que lo que pasa en esta esquina? Ana Niel vivía en la ciudad de Santa Fe, una ciudad de laguna, muchos empleados públicos y sauces llorones. Los sauces son árboles de tamaños impresionantes, con ramas como lágrimas que dibujan sombras poco precisas en la arena húmeda del lugar. A Santa Fe la conozco más por quienes escribieron sobre ella, que por haberla vivido. Algo así me pasa con Ana.

Hay olores que son particulares de las orillas, pero el olor del mar poco tiene que ver con el del río. La humedad del barro poco conoce de la sal. Sin embargo, las sombras de los sauces son similares en toda una región. En esta zona los papeles se desvanecen con el tiempo. Me dijeron que tomabas café en La Tasca y lo pagabas con un dibujo. El dibujo queda en un bar. Un bar en que los dueños recuerdan a la que dibujaba, sí, Ana Niel; tenía una voz particular.

Ana nació el 9 de junio de 1948 y murió 59 años después, el mismo día en la ciudad de Santa Fe. Tuvo tres hijos, andaba en bicicleta y cargaba un morral. Sus dibujos están en las casas de sus conocides, con quienes se cruzaba seguido y compartía algún rato. Su obra no fue cercana a museos, las instituciones no miraron sus dibujos. Las calles que ella recorría eran otras, su taller del día era algunas tardes La Tasca, otras noches iba a El Garage. Lugares de esos que conocen les que caminan donde quieren ir.

Pienso en esas épocas que deciden no ser tradiciones. Una tradición existe porque algo se repite o continúa, una línea en un sentido claro. O que se va definiendo con la distancia temporal del que ve una vida anterior. Lo que se mantiene fue porque Ana quiso. Decidió transitar lugares donde sus dibujos eran apreciados en habitaciones cómodas. Tal vez por eso eligió regalar postales de fin de año firmadas a mano con sus felicitaciones en lapicera. Estar fuera de los espacios que se miran mucho permite que sus dibujos se encuentren entre papeles, objetos en desuso y cosas queridas. Que se guardan justamente por ese cuidado que le tenemos a alguien con quien ocupamos un tiempo pasado y que supo dejar algo: un dibujo.

Una mañana Ceci me dice que pasemos por una ferretería, la de calle Calchines. Vamos con poca alegría, era cerca del mediodía y la ciudad estaba por cerrarse. Seguramente estaría la persiana baja y sería una anécdota rasgada. Un señor guardaba esas cosas de ferretería que no son específicas del rubro: algún palo de escoba, barrales para cortinas de baño. Pregunta Ceci, entonces, por el dueño del local y el señor invita a un otro más joven, detrás del mostrador. Algo me distrae hasta que veo un movimiento en el intercambio. Ahora es el hijo quien llama a su padre y señalándolo dice que sí, que es su papá Carlos, el amigo de esa chica que dibujaba. Tenían algo de ella por algún lado. Un rato después éramos cuatro con el dibujo en la mano, el señor que repetía “Ana me mueve el piso” y se cambiaba el clima. Nos despedimos sólo con un pedido de devolución, sin ningún papel que lo constate y agradecimientos vagos. Con un recuerdo que ocupa toda una vida.

Acá cuando encontramos la obra de Ana en la ferretería Calchines

Hay un Facebook de Ana Niel. Hay alguien que agrega imágenes de la obra de Ana: Germán Lavini. En su trabajo de buscar dibujos y digitalizarlos, otras personas escriben descripciones y nuevos cuentos que me nublan aún más. “En el horóscopo chino ella era rata”. Una chica que bailaba el gato, discutía con su amigo Carlos, vendía algún dibujo y casi todos regalaba. Ana trocaba sus dibujos por tardes enteras sobre la mesa de café.

Sus obras son confusas, representaciones de un mundo similar al nuestro pero anterior. Igual de complejo y fragmentado. Repleto de fibras y microfibras, algunos collages, otros no; otros de lapiceras que se mueven rápido. De formatos que se completan fácil y se meten en un libro. Como esa maestra de la primaria que nos decía que llenemos la hoja, que las nubes no son celestes sino blancas.

Los techos altos de algunas instituciones no llegan a ver estos dibujos, les queda incómodo. En la página dicen que los de Ana tienen un valor incalculable. Qué inteligente haber elegido una imagen en papel tan vaga en esta historia casi borrada que sigue estando. Un papel en una ciudad húmeda del litoral, en una zona que casi que se olvida de todo. Que se funde con el río y se llena de humo. Sus dibujos rearman una línea rápida, al costado de la orilla, con el nombre de una chica que dibuja.

Texto leído en el marco de la primera jornada sobre el Anteayer de la Argentina. Buenos Aires, agosto de 2022.

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