Escribí este ensayo para hablar de unas remeras que acaban de hacer Jimena Croceri y Sarina Scheidegger como ¿registro, recuerdo, traducción? de una muestra y unas performances que habían organizado juntas en 2022.
Cada sábado al mediodía el público concurría al Museo de los Inmigrantes, a orillas del Río de la Plata, y participaba de lo que hacían otros, dirigidos para la ocasión. Lxs performers se organizaban en función de las indicaciones que Sarina y Jimena habían editado en un librillo bilingüe y las herramientas que lxs estimulaban eran objetos expuestos en la sala, que parecía un escenario permanente para la relación entre las cosas y las intenciones: piletones redondos de medio metro de agua, paredones de madera barata clara, cajas de cartón, los ventanales con el lecho, el marrón del agua de fondo y como friso final el horizonte casi uruguayo. En la sala sobraba espacio para que se movieran bajo los efectos de las indicaciones concisas, como por ejemplo esta trilogía: “Pensá en un río que conozcas y buscalo en google maps con tu celular” / “Seguí el dibujo del río en el mapa moviéndote en tu espacio, pensá el río como un baile, imaginate la corriente del agua y su temperatura” / “Ahora seguí el mismo río caminando hacia atrás”. Contra las paredes, diez o quince espectadorxs.
Este no es el registro analítico de mi visita sino una especie de boleto de vuelta que me encontré gracias al lanzamiento de unas remeras que dialogan con aquellas obras.
No está claro si se puede decir que adentro de una remera haya algo. La morfología de una remera se parece a la de un fantasma arquetípico. Los fantasmas se parecen a la naturaleza porque asumen repentinamente el papel de acompañantes para ayudarnos, para desorientarnos, para alertarnos, para ponernos contra las cuerdas de nuestras imposibilidades o para simplemente dejarse ver. Fui al Museo de los Inmigrantes a ver una performance que se transformó en mi propia memoria desmigajada que ahora estoy contando. Es la propia remera de mis recuerdos aunque no tanto de mis fantasmas.
Sería mejor decir que la escritura en movimiento de lo que me acuerdo de ese día se puede materializar en una hoja al viento o un hilo de agua o una astilla. Pero ni la hoja ni el agua ni la astilla forman parte de mí sino que se me presentan, ahora mismo, como un hola qué tal vaporoso que me pone en la situación del que no puede contar bien lo que vio y escuchó. Vos sabés más que yo, corriente de agua que vaya a saber uno por dónde andas ahora… ¿Convertida en flor, amalgamada a unas piedras calizas, escurrida en un repasador tras un almuerzo bajo el naranjo de acá a la vuelta?. Esta sería la voz de otro o quién sabe si no fue la mía exagerada, que guardo sin saber desde el momento que fui al museo. Hasta puede que sea la mezcla del presente, la razón, el recuerdo, la confusión y los sentimientos.
Como el arte se trata de hacer otra cosa al revés (o de hacer de otra manera) se hace difícil seguirle el baile. Si a esto le añadimos el tiempo, todo se complica más. Puede que las remeras vengan a rescatar en su forma palpable y volátil un poco lo que las perfomances querían que seamos: cuerpo, movimiento y contacto. Pero para que esa relación (tan remanida a veces en el arte actual) sea un recuerdo, nunca una identidad ni una cosa. La verdad, podrían decirnos las remeras, los fantasmas o las artistas, está en el arte de recordar mal, porque es la forma de asociar lo que tenemos de naturaleza, de arbitrariedad y gracia.
Sarina y Jimena diseñaron todo un sistema de signos e indicaciones para jugar a vivir y ahora lo rediseñaron en un trío de remeras. Esto quiere decir que si hay otra vida es la del juego (la dislocación, la diferencia que nos gusta, el coqueteo) con la naturaleza, con todo lo que no pudimos ser porque estamos repetitivos y traumados. ¿Pero la naturaleza no está repetitiva ni traumada? Sinceramente no lo sé, ni creo que alguien pueda saberlo. Sarina y Jimena saben que podemos dejar de repetir el trauma y esa chance está fuera del arte, aunque tiene al arte como piedra de toque. Juan Grela veía en las vetas del machimbre las futuras líneas para sus dibujos. Lacan compró “El origen del mundo” de Courbet y lo colgó en su consultorio. Silvina Ocampo se hizo traer un ombú de la estancia familiar para tener la mejor sombra. ¡Estos casos son tan diferentes! Sin embargo coinciden en una relación extraña con todo lo que está detrás de la voluntad de la cultura, de las acciones sociales, del trato cotidiano con nosotros mismos, entre nosotros.
Sarina y Jimena habían dejado indicado que lxs performers caminen como si el piso fuese hielo y después pantano, que calcularan el tiempo con unas clepsidras, que lean un pedazo de madera terciada como una partitura hecha de láminas erguidas y nudos, que hagan gárgaras de una duración contraindicada para la sensatez, pero indispensable para sentirnos unos animales. Puede que ahí haya una clave. Nadie quiere ser un animal pero no se puede negar al animal, como no se puede negar la fuerza del mar que es más fuerte que todas las marinas de Turner juntas. El pintor anarquista Giambiagi, confinado por gusto en Misiones, era especialista en pintar sombras por respeto a lo que no sabía decir de la selva. Si me acuerdo de esto es porque me imagino un toldo extraordinario que no tape, sino que destape lo que queremos ver, que no sabemos donde está y que tenemos que escuchar, ver, tantear, sentir de alguna manera. Las performances tienen mucho de ese toldo paradójico e inexistente, soñado. Finalmente, las remeras son como el sonido original de un piano mal tocado con cariño por el primer niño de un planeta que él mismo inventa mientras lo dibuja.
¿Pero qué es lo que ví ese mediodía? Las artistas habían dejado alistadas las acciones para que veamos como por una vidriera sin vidrio sus ocurrencias representadas por otrxs y esto se daba la mano de algo más: nos dábamos cuenta, cuando nos íbamos a tomar el subte con el cuadernillo en la mano, que las indicaciones eran también para nosotrxs y que solo habíamos presenciado una manera de hacerlas, que ahora nuestra casa podía ser el tablado absurdo de estas reglas en serio. Reglas que si queremos no cumplimos, las verdaderas reglas del arte. Es ahí donde el poder está en cada unx, en el diálogo con los límites de las consignas y el pasaje de la imaginación al efecto.
Más info: https://linktr.ee/nombrar_rios