La semana pasada se filtró una canción de Charly García grabada, supuestamente, en 2009, que lleva el título “Yo ya sé”. Lo que se escucha es una primera versión, un demo de la que será parte del nuevo disco que saldrá en septiembre, el día del maestro. Digo esto porque así lo anuncia el sello que lanza el disco y porque se trata de Charly.
En esta canción habla una primera persona, a tono con el hoy y su Yo sin cautela, o con demasiada. Es un Yo que dice algunas cosas que ya sabe, podríamos decir un Yo que aprendió algo. Aprendió, primero, que “Freud lo ha arruinado todo, como Internet”. Así dice la letra, y también que “Dios te ha dejado solo, como Internet”. Entonces a un Yo gustoso y raro que nos cuenta lo que aprendió se le suman estos dos nombres propios, los nombres de dos creadores: Freud y Dios. Son dos padres, uno del psicoanálisis y el otro un Padre Nuestro. Mientras, Internet arruinó todo y además nos dejó solos; menos mal que no es un padre.
En Dios no me quiero detener porque tratándose de una entidad tan plena y elevada dejarnos solos es una búsqueda dulce, una especie de juego de las escondidas, una intención de vacío para hacer lugar. Tiene que haber alguna pérdida para que los asuntos se muevan y que el movimiento sea suelto pero con ocasión de pregunta tierna. Para que no se trate solo de grito o necesidad, sino también de placer y conversación. Entre tanto, creo que sobre Freud siempre habrá más que decir. Para Charly es el que lo arruinó todo; después de esto, ¿qué nos queda?
Arruinar algo es causar destrucción pero además puede ser ir hacia una ruina como un arqueólogo. Freud escribió un texto que se llama Construcciones en el análisis donde dice que a la interpretación (una palabra muy gastada) la piensa como una conjetura, como un elemento singular del material. Dice que prefiere hablar de “construcción” -podríamos decir construcción de interpretaciones- porque nos acerca al ensayo. La construcción es más bien una pieza de una prehistoria olvidada, que se elabora con el material que afluye y hace afluir nuevas piezas. El cauce de esos acontecimientos, que esperan examinación, en un análisis se vuelve hipernítido. Se trata de eventos que cuando reaparecen son imposibles de arruinar, vengan con el montaje que vengan.
La apuesta a creer en una invención como el psicoanálisis es, por lo pronto, una manera de mantener la relación con un padre. Uno que, disfrazado de arqueólogo, habla tanto de sexualidad que termina por revolucionar una época. Un padre que ensaya formas de decir lo que se entierra en la psiquis, o sea lo que no se sabe que permanece vivo en un cierto más allá. Se supone que algo que se sepulta, si estuvo vivo, ya no lo está más. Pero aunque se entierre sin vida el hecho mismo del sepultamiento da un lugar donde seguir visitando lo que se enterró. En la psiquis esta ceremonia deja unas coordenadas corporales como huellas, una especie de mapa por donde avanzar (aun cuando, en el terreno de los afectos y las palabras, no se trate de la búsqueda de los recuerdos o de lo vivido, sino de que todo ese cúmulo de momentos y relatos nos encuentren más o menos desprevenidos).
Así parece que María Moreno encuentra a Freud cuando conversa imaginariamente con él (Teoría de la noche, 2011). Lo encuentra desprevenido y recostado en su propio diván, del cual dice que es ligeramente edénico y que la tela que lo cubre es ambiciosa. Ahí el maestro -así lo llama María- mira el techo como cualquiera; mira “el paisaje preferido u obligado de todo paciente”.
En la escena hay incontables portarretratos de familia que se confunden con piezas arqueológicas que Freud coleccionaba, frente a las cuales la luz tropieza. Este Freud artificial de María dice que en ese lugar eterno en el que se encuentra hay un siniestrismo luminoso, como un cielo laico donde no hay pajaritos. Es un espíritu que ya soltó la carne pero María observa que, como vivió bien entre dos mundos, puede seguir haciéndolo. Estimo que vivió bien entre la vida y la muerte, entre lo biológico y después real. Se me ocurre que Freud se armó de una memoria conservable post mortem y que fue para llegar a estar en boca de todos de muchas maneras.
El Yo de Charly sabe que el padre del psicoanálisis es el que lo arruinó todo. Pero en la canción lo que ya se sabe son ciertas cosas que escapan a los por qué. Cuando en la canción Charly dice “ya sé / pero no sé por qué” deja una línea de sospecha incisiva para seguir hablando de Freud. Sostengo que no de Dios, porque con Dios hablamos en silencio mientras que el psicoanálisis es: el camino hacia el silencio. Digo que no es lo mismo estar en silencio que callar, que hay que hablar para no callar, porque el silencio en psicoanálisis es una especie de destino feliz.
Freud y Charly se encuentran en sus escándalos de palabras dichas al pasar o no tanto; en sus ruinas acarameladas, hechas de un dulce que siempre vuelve a crecer como pasto verde en días lindos. Y María directamente habla con (y desde) un “tono freudiano-simplista”, divertido, chistoso. Le recuerda a Freud que ¡él ama a las mujeres! y a la vez nos anuncia la sordera de este padre que se volvió meme. La propuesta es que el padre de anteojitos redondos, eternizado en cuadros de pared, tenga que hacer de su escándalo un sentido del humor. Que mantenga su inocencia y culpabilidad a la vez, que se acompañe de una risa medio niña. Porque de estas cosas no debe querer que dejemos de hablar y, en fin, si no inventamos estamos perdidos.