La tarea previa a un seminario intensivo de teatro era aprenderse unas líneas para que la improvisación sea más del cuerpo y de los gestos. El profesor repartió por mail unos links con poesías de Borges y de Juarroz. Elegí el segundo, la página mostraba una poesía muy larga que me resultaba extraña pero más atractiva como material de trabajo. No podía aprenderme todo eso de memoria, entonces seleccioné este fragmento:
El amor empieza cuando se rompen los dedos
el centro no es un punto
el cielo ya no es una esperanza
el corazón más plano de la tierra
el decidido abandono con que yo me pienso
el fondo de las cosas no es la vida o la muerte
el fruto es el resumen del árbol
el hombre es siempre
el hombre pierde la vida y otras cosas
el mundo es el segundo término
el ojo traza en el techo blanco
el otro que lleva mi nombre
el poema respira por sus manos
el silencio que queda entre dos palabras
el universo se investiga a sí mismo
en alguna parte hay un hombre
en esta hora en que las formas se deshacen
en una noche que debió ser lluvia
entre pedazos de palabras
¿es la poesía un pretexto de la locura?
Estaba en eso cuando fui a lo de Mateo y encontré en su casa un libro de Juarroz, lo agarré y mientras pasaba rápido algunas páginas encuentré una poesía que empezaba:
‘El fondo de las cosas no es la vida o la muerte’.
Pensé que era muy llamativo el hecho de que él esté obsesionado con el fondo de las cosas, una imagen que me venía persiguiendo también en las clases de literatura rusa con Laura. Ella siempre traía a cuento su admiración por Tsvietáieva y recuerdo un poema sobre el fondo de la noche, en realidad ahora que escribo esto no recuerdo bien si eso era parte en realidad de un poema mío.
Seguí hojeando el libro de Juarroz y encontré otra poesía que comienza con este verso:
‘El ojo traza en el techo blanco’
Fue ahí cuando me di cuenta de que en realidad lo que yo había encontrado en el link no era una poesía muy larga sino una lista de poesías. Podía ver los títulos formando una continuidad que solo existía ahí.
El hecho de que este listado, así, una frase al lado de otra, haya armado una poesía, me hizo pensar en la definición de Cortázar sobre lo fantástico. Hablar de Cortázar es un poco un robo, porque no leí Rayuela, solo leí algunos cuentos cortos, pero sí vi entera una entrevista que está en Youtube, que dura dos horas, en la que define a lo fantástico como algo no separado de lo real. Cuenta que una vez en algún lugar donde vivió tenía en su habitación un placard con una puerta de madera vieja que fue llenando con postales, dibujos, invitaciones a eventos. Fue armando un collage de papeles en el que un día vio con atención que había una línea que partía del saxo de una postal jazzera, que luego pasaba por el horizonte de una foto de un campo. La línea recorría el contorno de unos árboles para luego caer en la tipografía de un flyer y seguir su rumbo por otras imágenes. Así, el escritor pudo ver lo fantástico desprendiéndose de un conjunto arbitrario de objetos cotidianos que habían sido reunidos por azar.
Lo fantástico sería entonces una imagen que se dibuja por sobre las cosas. Para que exista solo hace falta alguien que lo vea. Casi que no es ni una construcción, sino algo previo, como la sensación repentina de notar algo que siempre estuvo, cosa que es bastante peligrosa también. Pienso en lo que se dice sobre la llegada de Colón a América, que no se distinguían las carabelas hasta que ya estaban demasiado cerca y en la mezcla de estupor y desconcierto no había tanto tiempo para entender.
Conozco la anécdota de Cortázar también gracias al teatro, esta vez por asistir a una amiga en una obra de su autoría que se llamaba El Reparo, que contaba la historia de una comunidad fuera del tiempo en la que todas las personas acudían al mismo lugar para arreglar sus cosas. Mi amiga en su rol de directora había colocado el audio de la puerta del placard no recuerdo bien si al inicio o al final de la obra que, al igual que mi seminario, no llegaron a ningún lado. Quiero decir, la obra se estrenó una sola vez y del seminario me fui porque me di cuenta que a esa poesía no la podía actuar, era una muertoviva y me iba de acá para allá de la línea.