TE RECUERDO BAILANDO — Bettina Pavetti

Victorica
3 min readSep 18, 2024

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Hay algo que está sucediendo en la ciudad de Buenos Aires que no todos saben: un fragmento muy importante de la historia del arte acontece los domingos en el Centro Cultural San Martín a las 18hs, y sólo quedan 3 funciones para atestiguarlo. La obra se llama Palíndroma y comenzó a gestarse hace 7 años con un dúo esencial: Margarita Molfino y William Prociuk. Luego muchas personas van a entrar y salir para torcer, agregar o quitar algunos detalles, pero la escena siempre la va a protagonizar Margarita.

En la obra puede identificarse una linealidad espiralada de un posible relato: una mujer trata de recordar cómo se bailaba algo. Esa danza la intenta traer a sí con algunos gestos, un pensamiento físico. Luego esa mujer diagrama perfectamente en el suelo un camino. La vemos ensayar y evocar posturas que la transforman en odalisca, Cthulhu, muerta viva, promotora, hechicera, y otras cosas para las cuales no hay palabras. Hay un ensayo repetido de estos movimientos, una búsqueda de perfección, una prueba simulada, puesto que en realidad no hay ningún movimiento librado al azar. Y luego, hay una flexión en la obra que abrió mi boca y la mantuvo así hasta que terminó.

Cuando leo la historia del arte muchas veces caigo en pensamientos como “antes la gente ponía el cuerpo en la calle y sucedían cosas verdaderamente interesantes” o “que fantásticos esos tiempos cuando una pintora quería elevar su pintura y para eso reunía un aquelarre y canalizaba espíritus a través de rituales” o “cómo puede ser que en una exhibición haya quedado tan expuesta la oscura naturaleza humana”. No resiento los tiempos actuales, no solo porque no los creo superficiales, sino porque yo también soy una artista, es decir, también soy responsable de que las obras de arte lleguen a mover verdaderamente el espíritu. Y así también lo es Margarita Molfino, sólo que ella cumple su tarea a la perfección. Hay un término en inglés que me apena que no esté en español, que es “haunted”, es decir, embrujado. Lo que no encuentro en español es la conjugación que se le da en inglés, porque lo usan de adjetivo para describir el sentimiento de estar o sentirse embrujado. Podríamos pensar en palabras similares como “poseído” o “puesto”, pero ninguna me deja conforme para describir el estado en que sale el espectador.

Ver a una bailarina manejar la oscuridad como ella lo hace, controlar el descontrol, improvisar pero no dejar nada a la suerte, arriesgar un cuerpo pero en un entorno seguro, genera un equilibrio atemporal. La obra tiene una iluminación direccionada, manejada analógicamente por unas manos de una persona que se mantiene oculta. La música es electrónica y experimental, acompaña los movimientos de la bailarina, en toda su fortaleza, su vacilación y su quietud. La bailarina posee entrenamiento físico pero también carisma de actriz, añadiendo una capa más de completitud. Los elementos que acompañan esta búsqueda son esenciales. El resultado muestra una búsqueda incesante de años. Presenciarlo es único.

La bailarina trata de recordar una danza olvidada y verla me posiciona en un mismo lugar tratando de recordar hitos de la historia del arte que nunca llegué a vivir. Trae a la contemporaneidad un compromiso con su trabajo que parece viejo para la época: el entrenamiento sostenido de años. Es la obsesión de hacer siempre la misma coreografía, el crecimiento personal que se solapa con la repetición del movimiento. Pero esta obra no trajo una melancolía inventada por lo no vivido, sino la esperanza de poder ver la gran obra de una artista, su obra maestra, lo que sería la danza de su vida. Y me pregunto, ¿cómo se bailaba esto?

Las entradas se consiguen en https://elculturalsanmartin.ar/palindroma/

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