TODO TERMINA EN JI — Isadora Barcelos

Victorica
5 min readMar 6, 2024

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Tenía seis años y en el colegio me pidieron que recite un poema de Vinicius de Moraes para una grabación. Regalábamos a nuestros padres un CD por el día del padre con algunas canciones y poemas. Supongo que me convocaron porque para una niña recién alfabetizada, tenía buena fluidez en la lectura. El poema no era nada fácil. Empezaba con una duda, luego la pregunta: “Hijos… ¿Hijos? / “¡Mejor no tenerlos! / Pero si no los tenemos / ¿Cómo saberlo?”. No me acuerdo bien del proceso, pero seguro entrené muchas veces y lo repetí lo suficiente para nunca olvidarme de algunos versos que me acompañaron por años: “Chupan gillette / Beben champú / Incendian el vecindario entero.” El poema me parecía rarísimo, aunque el remate final decía que tener hijos era algo lindo, lo que justificaba su presencia en el CD de regalo. Pasé años sin volver a leerlo en su totalidad, pero conservando la sensación infantil de que los versos me generaban algo, una cierta perturbación. Esta sensación difícil de nombrar cuando alguna cosa te conmueve en stricto sensu, mueve algo en tu cuerpo.

De chica no podía entender los versos del todo. Obvio, nunca había experimentado muchas de las sensaciones de la vida adulta que describe el poema, que habla del sexo, de la falta de paciencia y las molestias que experimentan los que tienen hijes. Años más tarde entendí, aunque parcialmente, que sí, hay que reconocer que hijos son el demonio, como decía Vinicius de Moraes en 1954. Pero debe haber algo sublime en esta experiencia jugada, lo que no anula los inconvenientes eventuales. Creo que lo que me tocó fue esta sinceridad radical — los padres pueden amar sus hijes incondicionalmente, pero eso no impide odiar en ciertos momentos la maparternidad.

La sensación de un significado oculto (o incomprensible) que da vueltas en la cabeza es bastante parecida a lo que viví aprendiendo el castellano. Un nuevo idioma genera una conmoción que no siempre uno puede precisar bien por qué. Hay ciertas palabras difíciles de memorizar, las que siempre te equivocás por una sílaba, otras que suenan tan raras que las escuchás una vez y nunca más las olvidás, ya sea porque son hermosas o terribles. Esa cosa loca y linda como son los hijos en el poema de Vinicius.

En algún mes del 2018, año en el que me mudé a Buenos Aires, escuché una canción en el subte cantada por un músico callejero. Presencié una escena que me generó dudas si era o no fruto del acaso. Había un muchacho borracho profundamente dormido en los bancos, nada parecía perturbar su sueño. El musico cantaba: “Que nadie, nadie despierte el niño. Déjenlo que siga soñando”. Me pareció una hermosa situación, la anoté en el celular y cuando llegué a casa caí en cuenta de que era de nadie menos que Luis Alberto Spinetta. Así fue la primera vez que escuché “Plegaria para un niño dormido”. Me causó gracia pensar que fantaseé que aquella era una canción hecha por un musico desconocido dedicada a un borrachín del transporte público. Son estos momentos donde uno está tan arrebatado por el presente que de golpe no sabe dónde termina la realidad y empieza la ficción. Como las charlas inesperadas con extraños. En pandemia, en Parque Chacabuco, solo se podía caminar en los espacios públicos. Un guardaparques se acercó para decir que no podía sentarme allí y luego desplegó una variedad de temas: me enseñó a plantar verdeos, sabía de primeros auxilios, documentales, apicultura, peluquería y escalar montañas. Admito que creí en todo.

Hace unas semanas estuve en un concierto y un amigo me preguntó si había pogos en Brasil. Veíamos por primera vez tocar otro amigo en común. La banda tiene un público cautivo de hace unos años que estaba emocionadísimo saltando con cierta violencia y cantando las canciones a pleno pulmón. Le dije que sí, pero no es como en Argentina donde en cualquier género musical se puede armar una rondita. En portugués de Brasil usamos la palabra “mosh” y es algo que está bastante restringido a los recitales metaleros. Están aquellos definen el pogo como un baile, pero creo que se acerca a una acepción más amplia de la conmoción de la que hablaba antes: “alteración, convulsión, emoción.” Te toma el cuerpo y te sacude.

Volviendo a mis primeras veces. Mi contacto inicial con el término pogo fue cuándo me mostraron un video de YouTube con el título “EL POGO MÁS GRANDE DEL MUNDO”, de un recital de Los Redondos (banda que no me sonaba en ese entonces) en el Estadio único de La Plata. El pogo es quizás la expresión máxima de la catarsis colectiva donde uno, muchas veces, no elige estar o no, apenas te toca. Y tampoco se puede elegir a donde ir o en qué momento todo termina. Pero tiene un balance, un cierto código de protección, como un cordón que te contiene en la supuesta confusión. Una suerte de orden interno que emerge del caos.

Todo termina, y bajo esta máxima creo que existe una sensación — o intuición de la eminencia del fin. Uno sabe cuándo la relación ya no tiene salvación o cuándo una película está por terminar. Si bien no podemos determinar el fin de una época en la cual estamos viviendo, basta que pasen unos doscientos años para que sea fácil decir del fin de la Revolución Francesa, de la abolición de la esclavitud, del fin de la Guerra Fría, etc. En todo caso seguro algún profeta (podrían ser los ojos ciegos bien abiertos de la clarividente húngara Baba Vanga) nos habrá dejado predicciones del fin de los tiempos y otras catástrofes.

En el video, el pogo más grande del mundo saltaba al sonido de “Ji Ji Ji”, escrita por el Indio Solari que, con el tiempo, se convirtió en una señal del fin para mí. Nada como el tiempo, frecuentar marchas en la calle, asunciones presidenciales, eventos públicos para entender que esta melodía tiene la capacidad de sintetizar un momento de liberación final de energía colectiva. Tal es la conmoción que genera, que después que suena “Ji Ji Ji” ya no puede sonar nada más, es momento de dispersar. En Argentina el fin está marcado por esta risita diabólica que no tiene mucho sentido. Todo termina en ji ji ji.

***

POEMITA EMPALAGOSO
Vinicius de Moraes. Rio de Janeiro, 1954
(traducción propia)

Hijos… ¿Hijos?
¡Mejor no tenerlos!
Pero si no los tenemos
¿Como saberlos?
Si no los tenemos
Quién consulta
Cuánto silencio
¡Cómo los queremos!
Baño de mar
Dicen que es fatal…
Cónyuge vuela
Traspone el espacio
Traga agua
Se pone salada
Se yodifica
Después, qué buena
¡Qué morenaza
está la esposa!
Resultado: hijo.
Entonces arranca
la estorbación:
La caca está blanca
La caca está negra
Bebe amoníaco
Comió un botón
¿Hijos? Hijos
Mejor no tenerlos
Noches de insomnio
Canas prematuras
Llantos convulsos
¡Dios mío, sálvalo!
Hijos son el demo
Mejor no tenerlos…
Pero si no los tenemos
¿Como saberlos?
Como saber
Qué suavidad
En sus cabellos
Qué aroma tibio
En su carne
¡Qué sabor dulce
en su boca!
Chupan gilette
Beben champú
Incendian el vecindario entero
¡Pero qué cosa,
Qué cosa loca
Qué cosa linda
Que los hijos son!

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