UN DÍA EN GRAMADO — Chiara Cachazo

Victorica
5 min readDec 1, 2023

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Nasce um Harry Potter brasileiro es lo primero que lees antes de entrar a Gramado.

Es un anuncio que tiene un dibujo de un dragón celeste con traje de mago y una sonrisa medio falopa. Después de ver ese cartel aparece uno que dice “Terra mágica”, y al segundo, otro con la cara de pinocho y un bife con papas a la crema ¡Fabulosa expêriencia!, carteles con bombones de chocolate, un parque temático de selfies, ¡atração Instagramável!, unos panqueques con helado en “Il piacere” ¿eso no es italiano?, caldo de cana, parque temático de dinosaurios, qué lástima que vamos a estar un sólo día. Todavía quedan unos kilómetros hasta la ciudad, la ruta parece la del Bolsón: zig zag zig zag, cornisas. Cada tanto se te tapan los oídos, es una ruta hacia arriba, hacia la montaña. Doblamos en una curva y chan: hortensias. Hortensias por todos lados, esos pompones celestes y blancos de flores tomaron la ruta, una al lado de la otra, esparcidas por toda la montaña, entre los árboles, hicieron de las cornisas unas nubes que rodean a los autos: seguro los accidentes acá no duelen tanto.

Bem-vindos a Gramado: una hilera de casas alpinas, después una calle que está llena de chocolaterías, no me decido si es Suiza o Bariloche, pero veo la típica abuela Goye revolviendo el chocolate y sí, Bariloche. Damos unas vueltas, buscando la posada y pasamos por el centro: cervecerías de madera, barriles, banderines, mozas rubias y altas con polleras rojas, “Bier Garten” ¿es alemán? no tengo idea, pero sí conozco la Cumbrecita de Córdoba, y esto es muy parecido. En una rotonda hay un árbol hecho con masetas con flores rojas, parece un árbol de navidad, pero ya pasaron unos meses de ¡ay! un papanoel.

En la puerta de un local de ropa hay un papanoel de madera, y en la vereda de enfrente hay uno que mueve su mano como saludando, mi hermanita no para de gritar ¡cuancuanel! ¡cuancuanel! Llegamos, Pousada Natal Encantado. Mi hermanita corre hacia las hamacas que están hechas de bastones de caramelo navideños y mi hermanito se sube al trineo de papanoel. Todo es rojo y verde y blanco. En el patio hay muñecos de nieve de plástico, hay pelotitas que adornan los árboles, campanas, moños, guirnaldas que imitan árboles nevados, hay de esos círculos de muérdago enganchados en cada puerta, hay luces que rodean los techos, en la recepción hay dos cuancuaneles sin cara, esos que son para posar en las fotos, hay medias con golosinas, cajitas de regalo apiladas en una esquina y mi hermanita pregunta si se pueden abrir; hay estrellas, carteles con frases navideñas, bufandas, chimeneas.

Dejamos las cosas y nos vamos a pasear. Pasamos por una chocolatería con temática de dinosaurios, en la entrada hay un auto con chocolate derretido y golosinas pegadas en el techo para sacarse fotos. Los tachos de basura son la boca de un t-rex. Casi todos los chocolates tienen forma de huevo de dinosaurio, se ven muy marrones y brillantes, no creo que sean ricos. En los otros locales venden cosas parecidas a las artesanías. Dicen que acá nieva, yo no les creo, pero venden unas burbujitas que das vuelta y cae nieve sobre los lugares emblemáticos de Gramado. Llegamos a Mini Mundo. Por alguna razón en la fila para comprar las entradas hay un cartel que dice “Bariloche” y tiene un dibujito de ovnis que abducen osos. No sé, pero me saqué una foto con eso. Ok, minimundo, un lugar que tiene maquetas de lugares importantes del mundo. Hay personitas en cada lugar, minigente tomando sol en una playa de Australia, un mochilero cruzando un puente, una pareja de jóvenes victorianos sentados en el banquito de un castillo, Abbey Road y los Beatles cruzando (mi favorito), unas señoras haciendo yoga en la entrada de una parroquia, gente con kayaks en una laguna, un señor con un lamborghini que discute con un policía, bomberos que rescatan gatos, autos de lujo rebien pintados y un minitren que recorre el lugar y hace chuu chuu. Busco si hay algo de Argentina y sí, está el aeropuerto de ¡Bariloche! Ocuparon un espacio gigante, donde podrían entrar más iglesias, castillos y palacios para hacer el aeropuerto, no de Buenos Aires, sino de Bariloche, con sus pistas, su estacionamiento, y un árbol de navidad que a algún brasilero se le ocurrió poner en la entrada. Ese aeropuerto, tan chico y feo, pero que aprecio mucho porque le puedo decir orgullosa a los turistas que van caminando al lado mío “yo soy de ahí, yo soy de ahí”.

También está el ACA del lago Mascardi, que me trae recuerdos de la colonia de verano, pero no me entusiasma tanto, falta lo más importante: el lago.

Se hace de noche y vamos a buscar un lugar para cenar. Calles decoradas con árboles navideños, renos, galletitas de jengibre gigantes, estrellas por todos lados, elfos, cuancuaneles, nunca creí que iba a ver tantos papanoeles en un día, y que ese día no sea el de navidad. En fin, tenemos hambre, pasamos por ¡Héctor!, el del cartel de la entrada: un paseo mágico con pizza libre, cuesta un huevo, por afuera parece más del señor de los anillos que de Harry Potter y no tienen lugar hasta el fin de semana que viene; una chica vestida de oveja hace meee meeee, mi hermanita no para de reírse, y otros con trajes de Ravenclaw nos hablan de hechizos y pociones. A esta altura ya me duelen los cachetes de la risa. Elegimos un ristorante italiano, subimos las escaleras con mi hermano y nos encontramos con el típico chef, y nos empieza a hablar en portugués con acento italiano, no entendemos nada, absolutamente nada, nos miramos y los dos tenemos la misma cara de pan: nos estallamos de la risa. Pobre, le digo perdón en español, no sé si me entiende pero me escapo rápido y me siento en una mesa. Cuando llega la comida mi hermanito grita “buen apetit” y empezamos a comer. Dios mío, la lasaña parece lasaña de abuela y el pan es lo que quiero desayunar todos los días. Hay un mozo en cada mesa, cada vez que terminamos la porción nos sirve más y pregunta ¿queisho? y hace una especie de espectáculo para que veamos cómo tira el queso. Pedimos lo que sobró para llevar y me guardo unos panes en la bolsa sin que me vean.

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