UN LIBRO Y DOS ARTES — Juan Laxagueborde

Victorica
4 min readMar 6, 2024

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El arte contemporáneo suele ser un arte de maneras, de indicaciones. A veces están escritas en algún papel o sobre la pared del lugar donde se muestra la obra. Otras veces es el propio artista, o un curador o un trabajador del lugar el que nos habla. En cualquier caso la idea de indicación, sea difusa o clara, promete que la combinación de la obra con otra cosa nos pondrá en un nivel de entendimiento personal e intransferible. Si todo esto es así, para decir algo de una obra hay que no decir lo que se siente, sino canalizarlo por una traducción, racionalizarlo, trasladarlo al estante de la explicación y a la ficción de la conjetura sin que se note. ¿Pero esto no pasa siempre en todo arte? Casi siempre. Cuando lxs artistas sin más hablan de arte quiebran ese moralismo frío de los procedimientos de entendimiento de algunxs artistas contemporáneos fríos y de las instituciones insistentes sin corazón que los promueven.

La poesía de Francisco Garamona es una poesía “de arte”, porque convierte cualquier rincón mundano, cualquier objeto, suceso o pavada, cualquier extrañamiento, leyenda inverosímil o anécdota, incluso cualquier manifestación artística, en arte. Esto quiere decir que inventa una distancia con la realidad para poner en el medio las palabras, el aspecto sensible de las palabras, que no representan la realidad sino que la entretienen, la arruinan o la reinventan con ropa nueva.

En El verdadero misterio es el final, su más reciente libro, reúne poemas que parecen escritos para responder unas preguntas que estaban en el aire pero que ya no están. Quedan las respuestas solas, abrazadas entre sí formando un rosario de cosas importantes dichas al pasar, prácticamente sin subrayar emociones, con una velocidad lenta, como caminando y hablando en voz alta. Las preguntas son el parpadeo del arte en medio de lo que nadie puede pensar, porque el tiempo contemporáneo más que contenernos nos abruma. Aunque esta explicación se me hace dudosa, para no decir inútil. Porque no es que el libro se proponga transmitir una confianza en el arte, ni en los artistas ni en la realidad. Más bien acompaña hasta las últimas consecuencias la pregunta por el punto donde todo un mamotreto de ámbitos y palabras se termina. ¿Qué hay en ese final? Todavía un misterio, al que Garamona trata como particularidad, como encerrona pasajera. Habiendo leído “La gran salina” de Zelarayan, sabe que a “la palabra misterio hay que aplastarla / como se aplasta una pulga” y que “la palabra misterio ya no explica nada”. La poesía de Zelarayan y de Garamona, tan diferentes pero tan parientas, quizá pretenda darle forma el acto de aplastar lo que no se sabe, que dura unos segundos más que el parpadeo. El efecto de la poesía sería una realidad aplastada, una caricatura, una expansión o un cuento.

La pintura de Nati Cristo de la tapa del libro hace que se redoble la pregunta por las subidas y bajadas, por la confianza de ver una claridad que se abre ante lo que no se entiende o al revés, por los modos en que capas y capas de desorientación nos conducen con el préstamo de la luz. Título y pintura de tapa forman como conversando un problema sin solución indispensable para la lectura.

No es fácil hilar los poemas para contar la historia de su lectura junta, pero puede servir de lista argumentativa contarles de algunos. En “Mi buey” demuestra el callejón sin salida de la totalidad y la necesidad de la poesía como deriva, como puente de plata de imperfecciones para dar finalmente con una escenografía de la totalidad, que en el poema es Dios. En “La palabra clave” festeja una teoría, el amor y “lo que no podemos dominar”. En “Policías tristes en la lluvia” enseña sobre la piedad, el miedo, el odio y la casualidad de las vidas, sus pretensiones y sus resultados. Son algunos ejemplos, un poco al azar, de cómo Garamona reenvía grandes consignas a espacios pedestres, manías existenciales a lamentos, observaciones sobre un óleo cubista a espacios adolescentes de adoración máxima. En “Alplax” nos cuenta que “muere un pensamiento al sol / incrustado en la duda”. En “Las hermanas pintoras” se pregunta “¿Hay un secreto que quiere / mantenerse solo y crecer / mientras se aleja / para ser siempre él / independiente en su fijeza?”.

En la contratapa Roberto Jacoby dice que Garamona es la cumbre de la poesía, o sea de todo. Tomo esta idea para terminar diciendo que la reunión entre arte y totalidad, entre poesía y todo, hace que me pregunte por el lugar del artista, del poeta. ¿Está adentro de todo o lo cuenta desde un afuera que construye con parte del adentro? ¿Se corre del tiempo o el tiempo lo acompaña? ¿Puede consigo mismo o relata las leyendas de lo que siempre nos gana? Aunque quizá Garamona confíe más en esa sentencia realmente misteriosa de Osvaldo Lamborghini y nos esté diciendo a su manera: “si hay lugar no hay poesía”. Se trata del equilibrio entre lo que no se sabe y cómo decirlo.

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