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Tenía ganas de hablar de los amagues del entendimiento, la realidad de la abstracción en algunas pinturas y dos cosas más. Pero antes un primer paso para tomar envión: un día cualquiera de 1993 a Carlos Correas se le ocurrió mirar la televisión durante veinticuatro horas y escribir la crónica de esa experiencia. El texto se llamó “Un día en los canales”. Se parece a un día paseando por un parque del siglo XIX con nenúfares o por un shopping, a la mañana, sin plata y nada que hacer, incursionando en terreno desconocido pero confortable. Experimenta ciertos descansos, pensamientos líricos sobre la locura, análisis pop sobre el drama contemporáneo, anacronismos del lenguaje, desdén, reivindicación de escenas menores, análisis a la chacota e inolvidables sobre latiguillos de los actores de telenovelas, piedad a los conductores, etc.
Todo el texto patina sobre una lámina de melancolía, emoción y carcajadas, aunque es una patinada bastante acre. Se me ocurre que algo puede tener que ver un detalle que Correas nos cuenta al principio. Como no tenía televisor para realizar el trámite performático, se compró uno usado que daba imágenes en blanco y negro. En pleno 1 a 1, con los Sanyo abrillantando las vidrieras de Garbarino, eligió un televisor viejo. Es clave, porque le quita el color a la imagen contemporánea y la iguala a otras de otros tiempos y a fotocopias, a láminas de la educación popular, a cines de su adolescencia, al diario que leyó todos los días. Pero específicamente creo que logra abstraer cierto fondo de olla, cierta irreductibilidad de lo que ve. Ve los ragos principales gracias al contraste que le permite el blanco y negro. Su conciencia se queda flotando y prima una estructura, puede ver lo que no pertenece a su tiempo sino a todos, los vicios universales, las risas fundamentales, el amor por interpretar lo que está ante nosotros y la angustia de saber que estuvo y va a seguir estando.
Siento que esas imágenes de frivolidad y tedio, vistas en blanco y negro, se vuelven un tanto abstractas, se aploman y se ablandan. Correas nos enseña que todo puede verse así, que hay que poder partir la realidad en dos partes y quedarse, a veces, con la parte superficial, con la desorientación de la obviedad para que luche contra nuestras propias obviedades, nuestros prejuicios malgastados y nuestro no saber desorientante. Por qué no contra nuestra depresión.
¿Puede mirarse como Correas el arte contemporáneo porteño? ¿Se puede mirar el arte a color como Correas miraba la tele de los noventa? Sí. Un ejemplo por donde empezar puede ser la muestra Charco abajo del agua, de Mateo Valbuena, Valentina Duro Buceta, Emilia Naistat y Juan Tessi. impulsada por Gimena Macri y Laura Ojeda Bar. El espacio blanco pero facetado en ciertas diagonales que le dan una no racionalidad, el montaje de todxs mezcladxs y la luz que viene de la calle Montenegro, perdida en un barrio de talleres mecánicos, contribuyen a la desorientación, que a su vez ya era reina antes de que entremos a esta sala o a cualquiera otra. Porque desorientadxs estamos varixs, porque esa parece ser la tónica para comprender un poco lo que pasa.
El arte contemporáneo también está desorientado, aunque esta exhibición me hizo dar cuenta que siempre hay un rasgo que revuelve todo. Un índice de que en medio de esa angustia tediosa el arte porteño siempre prepara la sobremesa del sentido abridor. En este caso, por la capacidad de esta, me doy cuenta de la primacía de la abstracción, de que últimamente veo más obras abstractas que hace unos años. Mirando estas pinturas juntas, jóvenes y vitales a su manera, sentí la culpa del gusto y el posterior alivio de darme cuenta que lo que me gusta de las obras es que se hacen cargo de un juego que está por detrás, de un no saber o de una locura controlada a través de la pintura. La cabeza se me convirtió, así, en un zapping de abstracciones, que me dieron ganas de decir que la sorpresa verdadera aparece como totalidad gris (mezcla inexacta del blanco y el negro) entre el mundo del color, como juicio integral y como lágrima. Pero lágrima entendida en su aspecto orgánico, un afán de la pulsión por sentir, por orientarnos en el sentimiento, desde él, para comprender algo, para empezar por algo.
Se me hace que la muestra nos prepara para partir de la abstracción, merodear la información y empezar a encontrar el signo del camino entusiasta en la conversación con amigos, desconocidos o petulantes. Del mismo punto de partida se puede dar con formas de la astucia comunicativa diferentes. En este caso vienen de la tónica que una pintura de Juan Tessi le pone a las demás, porque en sus márgenes blancos le guardó lugar a las demás, que son más abstractas que ella, porque están después que ella, porque salieron a andar y no entendieron mucho; vuelven al origen sin información, con los marrones, los azules empetrolados y los amarillos aceitosos hacia la porquería radiantes, irracionales y a punto de la perfección.
Anoto y reservo el rojo extraño de la pintura de Valentina Duro Buceta que abre este texto, que le pone un marco a la imaginación averiada y la rehabilita. Sería lindo mirar toda la muestra no solo desde la pintura de Tessi, sino también desde aquella.
O desde esta, de Valbuena, porque podría haber sido pintada a seis manos para colgarse en una sala de espera del mundo nuevo.
O desde esta, de Naistat, que es la lágrima general o la hija general de las lágrimas. Esto quiere decir del primer paso para una interpretación ordenada del desorden deprimente de todo lo que nos pasa y de la angustia.
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Y si este texto fuera un zapping, si fuera en sí mismo un día en los canales del arte de la ciudad, en las veredas de la mente rota de lo que nos invita a intentar, me gustaría terminar con dos casos más (“caso” es un término muy Correas, tan tenso y querible siempre en sus lecciones lexicales).
Hace unos días fui a ver la primera exhibición organizada por Diamante, una galería itinerante mezcla de plástica y literatura, con la dirección artística de Francisca Ranieri. Di con las obras de Paztelito, un pintor y dibujante con todo lo que puede tener un artista tierno/melancólico de hoy, de lxs que hay muchxs, pero que guarda en su obra unas rarezas de las que cuesta salir, como si nos contralara con buena onda. Todo se vuelve más nocturno cuando Sofía de la Vega, a la que le propusieron escribir sobre Paztelito, decide contar la fábula de un perro que vive en una de las pinturas (hay muchos animales siempre en Paztelito). Allí escribe “concede, a todo lo que no soy yo, su atención”. La morosidad de la frase la vuelve óptima para pensar los momentos de atención abstractos cuidados en los momentos de desorganización concretos que nos llevaron a ellos. Pero también a definir con interés pero sin que nos importe demasiado qué nos parece qué está pasando, lo que tenemos que entender de lo que está pasando. El rulo de lo que queria decir se cierra con esta obra de Paztelito, tres momentos sin saber cuál prima, donde el origen y el desenlace están abstraídos o se rompen en el espectador, que tiene que pensarlo mejor, que tiene que partir de nuevo de la abstracción aunque lo primero que le aparezca sea una narración clásica. ¿Son tres moimentos o es el mismo?
Por anteúltimo quería llamar la atención sobre un libro extraño y una muestra que acompañó su lanzamiento. Ana Wandzik publicó en la serie Un solo corazón, que coordinan Tamara Goldenberg, Triana Leborans y Manola Aramburu, un texto sin título pero con el amor, al que va definiendo en frases sueltas, amalgamadas en el ritmo, la chaapuceria, la seriedad y una lítica justa, materialista, soñadora y finalmente abstracta: “El amor es una milanesa de caras conocidas. Un país sin ciudades, una escuela sin aulas, un corazón sin sangre. Una palta madura, un cuchillo de plata, un dibujo de larguirucho llorando”. Esto nos dice Ana en un momento cualquiera del libro. Se nota la definición infinita y se nota que las grandes palabras pueden definirse así, sacándole el agua a su piedra y dejando el silbido melódico abstracto de definirla para siempre, para que siempre se la pueda seguir definiendo. Podemos morirnos definiendo lo que nos pasa para entrar en el coro de lo que siempre pasa, nos vamos en fade. La palabra se abstrae y encuentra cosas en cosas de antaño, en el culto a lo que no supieron lxs muertxs y no sabemos nosotrxs, lo abstracto escondido en lo obvio. Eso enseña Ana, enseña a definir sin cobardía y dejar la definición casi rota entre las vetas, como en el expresionismo abstracto.
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Ya no vale la pena seguir con el texto porque quería limitarme a presentar algunas señales raras para los momentos abstractos como el que vivo y muchos vivimos. Puede terminar Correas diciendo que al final de su zapping vio una película, como a las cuatro de la mañana, que “combina ciencia ficción, suspenso, misterio, terror, algo de comedia e infantilidad y nos da el poder de hacer llevadero el tiempo”.