UNA CHICA QUE MUERE POR VIVIR — Fran Bariffi

Victorica
8 min readDec 22, 2022

--

Suena re dramático, pero la otra noche cuando te fuiste abrí todas las ventanas. Quería que una fuerza ajena volviera extraña la casa. ¿No es eso la inspiración? A lo mejor, saqué la idea de esa película brasileña El chico y el viento. En la película, dos chicos se enamoran mientras corren fascinados por Bela Vista, que parece ser un lugar de clima extremo donde se vuelan árboles y techos. Los chicos corren, y uno, mientras los mira, no sabe si es el amor lo que produce su pasión por el viento, o si es el viento lo que los afecta con tanta intensidad que se terminan enamorando. El viernes, cuando vino otra amiga a casa, apareció la misma pregunta: ¿de dónde sale lo que escribimos? ¿De dónde salen las palabras de esta amiga que suelta el teclado con la misma facilidad con la que agarra un pincel y saca una foto? ¿Es trabajo? ¿Es inspiración? ¿Es la botella de ron con la que tratamos de preparar mojitos? Hay un cuento en el que Aira escribe que “la literatura empieza cuando uno se ha vuelto literatura”, como si la poesía fuese una forma de vida.

A medida que el viento entraba y salía, el departamento se ponía cada vez más frío. Creo que abrir las ventanas solo sirvió para eso: producir un lugar frío en donde no tenía ganas de escribir, aunque mi razón tratara de buscar la situación perfecta para que lo hiciera y así empezara con este juego. Al final me puse un poco ansioso, y salí andar en bicicleta.

Ya era tarde, las calles estaban vacías. Mientras andaba en bicicleta sentí más de cerca el mismo viento que había sentido cuando abrí las ventanas. Siempre pienso que respirar el aire fresco de una ciudad vacía me relaja. Pero, ahora que lo escribo, me doy cuenta de que, cuando salgo a andar en bicicleta, escucho música ruidosa y respiro aire lleno de polen y smog. De todos modos, lo que siento, o lo que estoy acostumbrado a pensar, es que andar en bicicleta me inspira. A veces, freno de repente y anoto ideas en un chat de WhatsApp que tengo conmigo mismo. Pero quizás andar en bicicleta no sea suficiente, o quizás busque otro tipo de estímulo, y sea esa la razón por la que estamos empezando este juego de cartas. También podría hablar sobre la ansiedad, pero mejor no especular sobre andar en bicicleta como un modo de evasión y todo ese tipo de cosas porque nuestra pregunta es otra.

Nuestra pregunta es por la inspiración. ¿Existe la inspiración? Si no existe, nuestro deseo de escribir tendrá que obedecer a las explicaciones mecánicas de quienes sólo hablan de técnica. Y creo que soy muy disperso como para manejar rigurosidades de ese estilo. Si tuviera que responder a la pregunta que acabo de hacerte, diría que sí. Lo diría con cierta arrogancia frente a toda la gente que en la Facultad de Filosofía y Letras canceló la idea de inspiración por ser romántica (creo que son insensibles a la tensión entre la rigurosidad técnica de la que Aristóteles habla en la Poética y el éxtasis dionisiaco del poeta sobre el que Platón habla en la República, lo cual podría vincularse con la “inspiración”). Hace un momento, cuando estaba reclinado con la mirada en el techo como si las cosas que pienso se proyectasen en él, se me ocurrió que la inspiración es algo material. Es algo tan real como el pavimento, la industria y las vísceras. Algo que puede buscarse a través de cosas que afecten al cuerpo en modos igual de concretos: andar en bicicleta por lugares que no conocés, bailar a oscuras, producir una emoción punzante o tomar droga. De esto último, salió nuestro juego: empezar una correspondencia de cartas que solo podemos escribir estando borrachos.

La noche de nuestra conversación, mientras volvía de andar en bicicleta para aflojar mi ansiedad, el medio vaso de ron ya estaba listo en la mesa imaginaria donde yo me sentaría a escribir. Cuando llegué a casa, sin embargo, sentí un profundo sueño y, antes de ponerme a escribir, me acosté en la cama para dormir una siesta. La siesta terminó durando hasta las 11 de la mañana. Toda la meditación sobre la forma de vida que llevo, y la búsqueda del escenario perfecto para emborracharme y escribir, se fueron gracias a lo que generalmente me falta: el sueño.

Al día siguiente, considerando las consecuencias de una voluntad frágil, me pregunté si no seré muy tonto como para dominar la técnica y muy normal como para llegar el éxtasis (salida de sí) a través de drogas que ni siquiera suelo tomar. Hasta el ron, que seguro tarda muchísimos años en ponerse rancio, se me pudre con la rapidez de una banana en diciembre. Pero se supone que este juego tiene que ser fácil y divertido, como ese día en que a los 17 años caminaste para probar una porción de muzzarella en cada pizzería de la calle Corrientes.

Hoy decidí que volvería a intentarlo. Sin dar vueltas: tomar hasta emborracharme y escribirte la primera carta. Cuando llegué a casa, todo mojado por la tormenta, me di un baño caliente, comí a las apuradas, y de repente eran las diez de la noche y quería irme al Puticlú. Durante los 10 primeros segundos de mi razonamiento, me sentí en una encrucijada. Después pensé que el Puticlú es un lugar donde se vende alcohol, es decir, un lugar en el que naturalmente podría emborracharme para después volver a casa y escribir. Así que caminé sobre los restos del agua, que había llovido después del partido entre Argentina y Holanda, y bajé al sótano de siempre.

Ni bien llegué, tomé un vaso de vermut que pagué a 800 pesos (leí recién que el vermú, eso que mi tío abuelo mencionaba cada día a las 11 de la mañana y a las 7 de la tarde, es un vino macerado en hierbas que se sirve durante aperitivos, hecho de vino, ajenjo y otras sustancias amargas). Sentí fidelidad a mi ascendencia italiana, y empecé a bailar música techno entre todas las personas que estábamos en el sótano. ¿Y si nuestras cartas borrachas se convierten en una enumeración de precios y cantidades de tragos? De esa forma, serían también una especie de dietario, el dietario de los poetas borrachos, y así, el día que nuestros hígados lleguen al límite de su capacidad, tendríamos rastros de cada uno de los pasos en el largo camino que nos condujo al momento de no poder más.

Como sea, aunque me distraje charlando y solo tomé un vaso de alcohol, mientras bailaba con Xabi y otres amigues, rodeado del humo que salía al lado de la consola con la que Miss Romi pasaba música, me sentí borracho. Y, aunque mi constitución física no sea de lo más resistente a la intensidad del alcohol, sabía que no podía ser producto del único vaso de vermú que había tomado en la noche.

A través de los parlantes, Arca gritaba: ¡bruja! ¡incendio! Y de repente Romi, obligándonos a todos los gays a corrernos unos pasos hacia atrás, nos habló sobre el cuidado de sí a través de las tecnologías que ofrece la nueva era:

auto

nomía

auto

nomía

¡esta vez soy mía!

voy a transformar mi cuerpo

con ¡tecno

logía!

A pesar de todo esto, quizás sea exagerado usar la palabra trance, pero qué lindo suena. Cuando bailaba en ese sótano oscuro, inundado de humo y música fuerte, con decenas de cuerpos entre los que nos robábamos el aire y devolvíamos el impulso para seguir bailando, yo sentí una forma suave de trance: mi cuerpo se movía (o era movido) de un modo en que Fran (es decir, yo) no bailaría en la normalidad del día.

En fin, todo esto te lo cuento para decirte que, habiendo tomando nada más que un vermú, dejé gradualmente de bailar, caminé quince cuadras, y cuando llegué a mi casa estaba totalmente sobrio. Y no solo sobrio. Estaba despierto como estoy siempre a las 3 de la mañana, que es mi único momento de relativa lucidez. Me senté sobre el piso, puse la computadora sobre mi falda, y cuando estaba por aprovechar el impulso y escribir, me di cuenta de que nuevamente iba a fallar con las reglas de nuestro juego: escribir borrachos.

Un poco frustrado, me puse a traducir un poema breve de Rita Dove. El poema se llama Golden oldie, y tiene un verso re lindo que habla sobre a young girl dying to feel alive. Lo traduje como: una chica que muere por sentirse viva. Ma pareció una paradoja buenísima: morir para vivir. Renunciar a lo que se era para abrirse a la transformación. La traducción completa quedó así:

llegué a casa temprano

y me quedé quieta frente a la puerta

empecé a bailar sin soltar el volante

me sentí una pianista ciega

fija en una melodía

que no solo estaba destinada a las manos que tocaban

las palabras eran fáciles, las cantaba

una chica que muere por sentirse viva,

y descubrir un dolor lo suficientemente majestuoso

como para vivir a través de él

apagué el aire acondicionado. Me eché hacia atrás

floté en la película de sudor sobre el asiento. Y escuché:

bebé, ¿adónde se fue nuestro amor?

fue un lamento que no absorbí sin envidia

sin tener idea de quién podría ser

mi amante

o por dónde empezar a buscarlo

La iluminación vino después de traducir el poema, cuando pensé en la poesía como una rara experiencia de la percepción (que solo a veces está atravesada por la escritura). Si la poesía en sí misma tiene que ver con una percepción extraña de las cosas, quizás la poesía sea como una droga suave. Quizás la música techno sea como la poesía. Quizás el baile sea como una droga o modo de emborracharse. No sé, todas cosas que se me cruzaron por la cabeza 2 o 3 horas después de haber empezado a bailar en el Puticlú, cuando subí la escalera y caminé de vuelta a casa en un estado particular. Pensar todo esto me hizo confiar en el impulso que todavía sentía, y, después de traducir el poema, empecé a escribir esta carta sin sentir que estaba fallando con las reglas de nuestro juego.

Espero que esto último no suene como una apología contra las drogas. En algún momento del texto tenía ganas de usar la letra de esa canción que dice Take ecstasy with me, baby. Tomá éxtasis conmigo, bebé. Porque nuestra pregunta, la pregunta que nos llevó a empezar con este juego de cartas borrachas, es la inspiración. Y creo que, afectando nuestra sensibilidad (que sería algo así como el filtro con que decodificamos y recodificamos la realidad), vamos a estar consiguiendo la inspiración y todo lo bueno que se supone que trae, incluso si para hacerlo necesitamos estados de intoxicación neuronal.

--

--

No responses yet